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El sueño de Europa se desvanece

Por Fabiola Calvo*

Hasta hace quince años no era frecuente ver a una mujer negra en Madrid. Esto se volvió común cuando las de República Dominicana trajeron el alma del Caribe e iniciaron el trabajo silencioso en casas de familias madrileñas. Ahora se les ve los domingos en la plaza de Aravaca, comen los guisos de sus lejanas tierras con sus compatriotas, cumplen con las citas amorosas, se arreglan el cabello y las uñas; algunas han traído a sus familiares o se han casado o han conseguido la nacionalidad.

Con el tiempo llegaron las ecuatorianas, las chinas, las peruanas, las colombianas, las africanas y las de los antiguos países de Europa del Este. Todas han llegado buscando un mundo mejor, no quieren mirar atrás aunque cada una carga con su propio drama personal y familiar.

A muchas, sobre todo a las procedentes de África Subsahariana, no les importó pasar el estrecho de Gibraltar en las débiles embarcaciones conocidas como pateras; incluso algunas se trasladaron embarazadas o con sus hijos pequeños. Decenas de hombres y mujeres han dejado su vida intentando alcanzar territorio europeo.

Las chinas trabajan vendiendo flores en la calle, en restaurantes, en tiendas, en sitios nocturnos o en fábricas clandestinas durante 16 horas. Las peruanas y ecuatorianas en su mayoría se han dedicado al servicio doméstico, lo mismo que un gran número de colombianas.

En los últimos tiempos ha crecido el número de ecuatorianas en la prostitución de calle; fenómeno desconocido hace apenas un año entre colombianas que ahora llenan la céntrica zona de Gran Vía y Callao al igual que la Casa de Campo. Pero a la inmigración colombiana hay además que agregarle razones políticas y sociales; aunque a muy pocas les conceden asilo.

Las de los antiguos países del Este, con una alta formación académica, se dedican al aseo, a las labores del campo y a la prostitución, desplazando a las colombianas. De esta manera el brillo de Europa se va desvaneciendo porque se gana en euros y se gasta en euros.

La competencia y el elevado número de personas sin el permiso de residencia y para trabajar ha bajado los salarios; circunstancia que aprovechan algunos empresarios para ofrecerles cantidades miserables. El hacinamiento en las viviendas que comparten varias familias, lo mismo que alquilar una cama por horas para descansar de la jornada laboral o para protegerse del frío en el invierno o para evitar la soledad y las depresiones, son compañía no siempre grata sobre todo para quienes no hablan español.

Los domingos no es difícil encontrar a las recién llegadas sentadas en alguna plaza de España: es su día libre y no tienen adónde ir; es la soledad y el silencio de las empleadas del servicio doméstico cargando en su conciencia la elevada suma de dinero que le tiene que pagar a la red que la trajo a España.

¿Tocará esa soledad la II cumbre de América Latina y Caribe-Unión Europea esta semana en Madrid? Las frías cifras y las declaraciones no llegan al corazón de estas mujeres que sólo quieren vivir de su trabajo; del trabajo que no quieren hacer los europeos y que su país de origen les negó.

*Integrante de la directiva de Reporteros sin Fronteras con sede en Madrid, España

       
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