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El tiradero

Por Cecilia Lavalle

Hemos estado tan ocupados en los pleitos generados por la fiesta que no nos hemos detenido a ver el panorama. Después de una fiesta siempre hay que recoger el tiradero. En esas anda el PRI.

Para el otrora poderosísimo Partido Revolucionario Institucional, aquel partido que mantuvo el poder durante siete décadas, aquél de los carros completos y los discursos encendidos, llegó el momento de hacer el balance de las pérdidas, de calcular la dimensión de los fracasos, de hacer cuentas a sabiendas de que el saldo es rojo.

Por primera vez en la historia, en su historia, no están invitados a la cena de clausura. No pasaron a semifinales. No están en la foto del 1-2.

Por primera vez deberán conformarse con la medalla de bronce. Pero hay medallas que pesan mucho. Y esta es una de ellas.

Pesa, no porque hayan perdido por segunda ocasión la presidencia de la República, sino porque esta vez su candidato no ganó en un solo estado del país. Ni siquiera en aquellos que hubieran jurado hincados que eran esencial, histórica, invariablemente priístas.

Pesa, no porque no hayan ganado en ninguna entidad, sino porque en 18 quedó en tercer lugar, y en nueve de ésas gobierna su partido: en el Estado de México, Enrique Peña; en Puebla, Mario Marín; en Sonora, Eduardo Bours; en Veracruz, Fidel Herrera; en Hidalgo, Miguel Osorio, en Campeche, Jorge Carlos Hurtado; en Sinaloa, Jesús Alberto Aguilar; en Quintana Roo, Félix González; y en Tamaulipas, Eugenio Hernández.

Pesa, no porque su candidato a la presidencia apenas haya obtenido votos para quedar en tercer lugar, a 15 puntos de distancia del puntero, sino porque de los 300 distritos electorales, apenas ganó en ocho.

Pesa, no porque no hayan obtenido mayoría en la Cámara de Diputados y de Senadores, sino porque de ser la primera fuerza electoral pasaron, sin aspirina de por medio, a ser la tercera fuerza. Apenas si rebasaron el 20 por ciento de la votación total.

Pesa, no porque se hayan convertido en la tercera fuerza electoral, sino porque el segundo sitio lo ocupa el Partido de la Revolución Democrática, fundado en la década de 1980 con aquellos militantes que exigían democracia al interior del tricolor.

Pesa, no porque hayan perdido tanto, sino porque fue la crónica de un desastre anunciado.

Cuando el PRI perdió las elecciones presidenciales de 2000 algunos de sus militantes hablaron de la necesidad de la refundación de su partido, de la urgencia de hacer una profunda revisión con mirada autocrítica. Pero la mayoría apostó por un discreto maquillaje, esperó que al «enfermo» se le pasara la fiebre y siguió como si nunca hubiera pasado nada.

Al llegar las elecciones intermedias de 2003, juraron y recontrajuraron que habían cambiado, que habían aprendido la lección. Y la mayoría ciudadana les entregó el liderazgo de ambas cámaras. Todo indicaba que gozaban de cabal salud.

Pero pronto llegaron las pruebas de «su aprendizaje», pronto aparecieron todos los síntomas, pronto el edificio empezó a crujir.

Reformas legislativas detenidas; reformas sumamente cuestionadas aprobadas; blindaje al ex gobernador Arturo Montiel señalado por la enorme riqueza acumulada a lo largo de sus cargos públicos; blindaje al gobernador Mario Marín, el «gober precioso», quien es investigado por la Suprema Corte de Justicia por el uso ilegal del poder constitucional contra la periodista Lydia Cacho; entre muchas otras.

A eso se sumó el pleito con Elba Esther Gordillo, que ha sacado muchos trapos sucios al sol; las divisiones internas dadas las pocas rebanadas de pastel a repartir; y, claro, la postulación de Roberto Madrazo como candidato a la presidencia de la República, pésele a quien le pese y a pesar de todos los pesares.

Y vaya que pesa. Pesa lo que pesa un tercer lugar. Pesa lo que pesa tener que recoger el tiradero mientras otros se disputan la copa del triunfo.

Ahora escucho nuevamente los discursos llamando a la refundación, a la democratización de su partido, a la selección de candidatos que «puedan ser votados en las urnas por su honradez».

¿Podrán?, es la pregunta. Creo que por lo pronto lo que veremos serán actos de canibalismo y travestismo político. Si tras el proceso de «selección natural» viene una profunda y auténtica reflexión y autocrítica, quizás veremos en los próximos años un partido con potencialidad para recuperar lo perdido. Si no, muy probablemente, en tres años asistiremos a su entierro.

* Periodista mexicana.
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06/CL/LR

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