Li es una adolescente birmana que vivía con su madre en una aldea próxima a la frontera norte de Tailandia. Un día llegó un comerciante a su pueblo y su madre ordenó a Li ir con él a Tailandia donde, le dijo, trabajaría como empleada doméstica.
Li no tenía razón alguna para dudar de su madre y se fue con el hombre en una camioneta; en el transcurso de 24 horas fueron recogiendo de aldea en aldea a doce niñas además de Li. El tratante comprobó en la frontera que las niñas tenían permiso para trabajar en Tailandia, donde finalmente fueron prostituidas.
Después de ser rescatada de un burdel en Mae Sai, en la frontera con Birmania, Li sospecha que su madre tuvo que ver con su destino. Y no se trata de un caso aislado, ni poco común.
Según el Instituto de Población y Estudios Sociales de la Universidad de Mahidol, en Tailandia, muchas veces son los propios padres quienes venden o entregan a niños y niñas para el comercio sexual en el continente, sabiendo el futuro que espera a sus hijos o hijas.
La pobreza, explica el Instituto, es el común denominador de mujeres y niños que cada año son traficados a otros países para ser explotados.
El testimonio de Li, recabado por el investigador Alex Perry, fue presentado en un taller para periodistas sobre el Río Mekong, convocado por la agencia IPS. Chiu, otra chica proveniente de Rangún, capital de Birmania, simplemente se niega a creer que su madre la haya vendido a un tratante de mujeres y niñas.
Una propietaria de un burdel en Mae Sai declaró que las niñas vírgenes no son una «mercancía» escasa, ya que hay muchísimos padres dispuestos a vender a sus hijas por algo de dinero. En Tailandia la virginidad de una niña se cotiza al cliente en unos tres mil 500 dólares.
Tampoco es escasa la demanda. Ella conoce mucha gente tanto en Birmania como en Tailandia. «Mis clientes regulares son tailandeses y japoneses, cuando se emborrachan se niegan a usar condón y no los puedo obligar a que lo usen «, comentó.
Al lado de los millonarios de Bangkok y Hong Kong, viven millones de personas en extrema pobreza, quienes ganan menos de un dólar al día. Y para escapar de esta terrible situación, pueblos enteros son cómplices de la venta de sus hijos.
La economía es el imperativo para la mayoría de las familias que mandan a sus hijas a trabajar ilegalmente a Tailandia. Muchas de estas niñas provienen de grupos étnicos minoritarios de Laos y Birmania, quienes además de ser pobres no tienen nacionalidad, explica el periodista Perry.
Al no tener educación ni estar capacitadas para realizar un trabajo, las adolescentes no tiene otra opción que entrar al mercado de la prostitución. Casi todas las poblaciones birmanas tienen un tratante de niñas.
Poco se considera el regreso de las niñas a sus hogares. Muchas nunca vuelven ya que no tienen dinero, ni identificación, pues ésta sólo la pueden obtener al cumplir 18 años. Y si sus padres las vendieron, tal vez no la quieran de regreso; «no hay final feliz» en esas historias, dice Perry.
El tráfico de niños, especialmente de niñas y adolescentes es un suceso que se da en todas partes del continente asiático, siendo Tailandia y la India los países que más importan y exportan niños y adultos a grande escala.
Se calcula que unos siete mil menores nepaleses son importados a la India cada año para formar parte de la industria sexual. Este es un grupo muy vulnerable a contraer el virus de la inmunodeficiencia humana (vih), según la Organización Internacional de la Migración, instancia de las Naciones Unidas.
La Organización Internacional del Trabajo, por su parte, estima que hay mas de un millón de niños y niñas trabajando en la prostitución, las cifras mayores en Tailandia, India, Taiwan y Filipinas. Tan sólo en Tailandia se calculan 200 mil.
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