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En la impunidad, protectores de curas pederastas

Por Sanjuana Martínez*

La inhabilitación sacerdotal del Vaticano contra el cura pederasta Nicolás Aguilar llega 30 años tarde después de que la Iglesia permitiera el aumento paulatino de sus víctimas y la impunidad de su principal protector, el cardenal Norberto Rivera Carrera.

«Tanto peca el que mata la vaca, como el que le agarra la pata», dice un dicho popular que es ideal para ilustrar la historia de Nicolás Aguilar unida desde el principio al actual Arzobispo Primado de México.

El negro historial de pederastia del cura fue visible desde que éste se encontraba en el Seminario Regional del Sureste, según sus víctimas. En 1970 fue ordenado sacerdote a pesar de las denuncias de algunos de sus compañeros.

Los responsables del seminario expulsaron a los denunciantes, no a Nicolás Aguilar a quien convirtieron en sacerdote y luego en profesor del seminario. Los abusos sexuales de esa época están documentados por su propio sobrino quien también fue víctima de Nicolás desde que tenía apenas cuatro años.

El camino depredador del sacerdote por las iglesias mexicanas inicia en Cuacnopalan, Puebla, hasta donde lo enviaron como párroco. Muy pronto surgieron los comentarios de feligreses sobre las visitas que el padre Nicolás recibía de niños y jóvenes en la casa parroquial.

Empezaron las denuncias de abusos sexuales en 1986. Los vecinos se unieron y decidieron ir a hablar con el obispo de Tehuacan, Puebla, Norberto Rivera Carrera, pero nada lograron, según sus propios testimonios, hasta que el sacerdote resulta brutalmente golpeado en su vivienda, presuntamente por «varios chamacos». Un hecho que no se investigó a petición de Nicolás, pero que los medios locales consignaron como producto de una «orgía que sostenía con muchachos que después le golpearon para robarle».

Las denuncias aumentaban y el obispo Norberto Rivera escribe a su homólogo Roger Mahony el 27 de enero de 1987 para trasladarlo a Los Ángeles, argumentando que Nicolás tenía razones familiares y de salud para ser removido. A los pocos meses de llegar recibieron la primera denuncia de un niño de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe por abuso sexual.

En diciembre, otros dos menores manifestaron haber sido víctimas de él. El vicario Thomas Curry, en lugar de avisar a la policía, permitió que Nicolás saliera huyendo hacia México bajo la orden del cardenal Roger Mahony.

La policía inició una investigación y encontró a 26 víctimas en tan solo nueve meses de estancia en esa parroquia y lo inculpó por 19 delitos graves.

El padre Nicolás inició su peregrinar por distintas iglesias mexicanas. Allí donde iba abusaba de menores. Era ya un depredador sexual incontenible bajo la atenta mirada de sus superiores que conocían desde un principio sus antecedentes y aún así le permitieron continuar. Consideraba a Norberto Rivera su maestro y protector.

Volvió a ser escándalo en 1994, cuando violó a Joaquín Aguilar en la sacristía mientras otro sacerdote oficiaba misa en la parroquia de San Antonio en el Estado de México. El niño y su familia interpusieron denuncia, pero fue en vano. Policías, ministerios públicos y jueces lo protegieron. Gozó de una impecable defensa legal pagada por la Iglesia que le libro sistemáticamente de la cárcel.

Salió huyendo ese mismo año y volvió a Puebla, donde lo esperaba Rivera Carrera. Allí fue puesto a cargo de la preparación de los niños que iban a hacer su primera comunión en la iglesia de San Vicente Ferrer, que daba servicio a las colonias más pobres de la zona: Aviación, Aeropuerto, Viveros y La Huizachera, una zona extremadamente pobre.

Trasladaba al grupo de menores al patio de su casa para darles el catecismo y al final elegía a uno para que se quedara bajo el pretexto de hacerle «la prueba». Violó a 60 menores. Las madres enardecidas se le echaron encima. El escándalo surgió cuando dos niños huyeron de sus casas a otro pueblo y al ser localizados contaron todo.

El padre Nicolás estuvo escondido varios días bajo la protección de una señora beata que, al igual que otros feligreses, prefirió pensar que los niños decían mentiras. Las denuncias judiciales nunca fructificaron. El padre Nicolás, con sus buenos abogados, fue sistemáticamente protegido. El director de la policía judicial de Puebla, Isaac Arzola Muñoz Rodolfo Igor Archundia Sierra, y el Subprocurador de Averiguaciones Previas y Control de Procesos de la Procuraduría General de Justicia de Puebla conocían los procesos de 1997 contra el sacerdote Nicolás Aguilar y las órdenes de aprehensión giradas en su contra desde hace diez años, pero nunca lo detuvieron.

Encontré a Nicolás Aguilar el año pasado. Seguía viviendo tranquilamente y oficiando misa entre Puebla y Morelos protegido por sus superiores y otros sacerdotes amigos. Se mueve entre Janocatepec, Huehuetlan El Chico y Quebrantadero.

Fui a buscarlo a casa de sus hermanos en Huehuetlan, donde los vecinos y feligreses daban testimonio de su presencia: «Tiene muy buen protector», me dice doña Catalina Gabriela Ríos Vergara, «se llama Norberto Rivera Carrera, el cardenal. Si lo detuvieron hablaría de su protector. Por eso anda libre. Nunca lo van a detener».

Nicolás ya no es cura, pero sigue siendo pederasta. ¿Y su protector?

* Sanjuana Martínez es periodista de investigación freelance, autora de varios libros, los dos más recientes: «Prueba de fe. La red de cardenales y obispos en la pederastia clerical» y «Se venden niños».

09/SM/GG

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