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Entre silencios y abrazos solidarios, retumbó ayuno por los 43

Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa
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A las siete de la tarde de ayer, y luego de los preparativos de decenas de personas que trabajaron de manera ardua durante varias semanas, las 43 madres y padres de Ayotzinapa salieron finalmente de la carpa en la que aguardaban –en el Zócalo capitalino– para iniciar su ayuno.
 
Bajo una lona acordonada, las familias se sentaron en sillas desplegables de fierro y dieron por iniciado –de espaldas al asta bandera de la plaza– su ayuno de 43 horas: una hora por cada normalista desaparecido forzadamente desde el pasado 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero.
 
Alrededor, las personas de logística –mujeres y hombres voluntarios– se organizaban para acarrear diferentes enseres que consiguieron con sus propios fondos, y que son fundamentales ante la abstinencia de alimentos: cuatro kilos de azúcar, cuatro litros de miel, varias ollas, termómetros y medicamentos.
 
En un mitin dos horas antes de iniciar, el abogado Vidulfo Rosales Sierra declaró que el ayuno es para decir a cada uno de los 43 estudiantes desaparecidos que los siguen buscando.
 
Uno de los padres, Epifanio Álvarez Carvajal, señaló que para él había un motivo más para participar en la protesta, y es que ayer, 23 de septiembre, su hijo desaparecido, Jorge Álvarez Nava, estaría cumpliendo 20 años de edad.
 
Las vialidades periféricas al Zócalo estaban cerradas. Al borde de la Catedral Metropolitana, las madres de los estudiantes desaparecidos, dispuestas a emprender una jornada de protesta de varios días, cargaron consigo una bolsa de mano con una muda de ropa y una cobija para el frío de la noche.
 
Algunos metros atrás de la carpa principal, Nestora, Genoveva, Yolanda, Margarita y Martina, madres de cinco de los estudiantes, tuvieron que mirar el ayuno de lejos porque su situación de salud les impedía participar.
 
Por ejemplo, Yolanda González Mendoza, madre del desaparecido Jonás Trujillo González, estaba dispuesta no comer durante algunas horas hasta “lo que se pudiera”, pero los médicos que visitó anteriormente le advirtieron que tenía el “azúcar alta”.
 
De todos modos, la mujer acompaña la protesta sentada de frente a la Catedral. También se preparó con cobijas y trajo su bastidor de madera y sus hilos rojos con los que borda flores –como hacen otras madres– durante las noches de vigilia y las tardes más largas. Ya bordó tres nochebuenas.
 
Martina de la Cruz, madre de Jhosivani Guerrero de la Cruz –cuyos restos habrían sido identificados por la Universidad de Innsbruck, según informó la Procuraduría General de la República (PGR)–, tampoco pudo estar en el ayuno. Con los estudios médicos en mano que se realizó horas antes, explicó que su salud está muy debilitada y que es hipertensa.
 
Sin embargo, ella cargó su silla metálica frente a la Catedral y el retrato largo con la cara de su hijo. Aprovechó para decir que “no cree nada” de lo que dijo la PGR sobre Jhosivani, ya que consideró que el gobierno le dice eso para que “se calmen”, pero ella no se va a calmar hasta que no esté con su hijo.
 
Al contrario, aseguró que luego de esa información –que supo apenas ocho minutos antes que los medios de comunicación– se siente “más compuesta” para decirle a Enrique Peña Nieto en la reunión de hoy que es un “mentiroso”.
 
Vidulfo Rosales también advirtió que en la reunión de las familias con el titular del Ejecutivo federal –apenas la segunda en 12 meses de búsqueda– se exigirá la restructuración de las investigaciones sobre los hechos en Iguala; la inculpación de las personas que participaron en la “verdad histórica” del ex procurador Jesús Murillo Karam, y que cesen los actos de represión y criminalización contra el movimiento de Ayotzinapa.
 
Las sombras en el cielo marcaron la noche y el Zócalo prendió sus luces patrias. Sentada adentro de la carpa principal, Joaquina García Velázquez –que pese a sus 57 años emprendería el ayuno– se dijo sorprendida de estar de frente a tanta prensa, que es algo que nunca se imaginó, pero piensa que todo lo que hace por su hijo desaparecido, Martín Sánchez García, es para volverlo a ver.
 
Joaquina, quien tampoco se imaginó tener que emprender alguna vez un ayuno, trae consigo un libro de Benito Juárez que le regaló alguien de las organizaciones civiles que las acompañan, y de las que –aseguró– ha aprendido mucho para no permitir que lo que les pasó a los de Ayotzinapa vuelva a ocurrir.
 
Las familias no estuvieron ni estarán solas durante la jornada de ayuno y hasta este sábado 26 de septiembre, ya que un grupo de más de 12 personas de la cooperativa de salud Panamédica, y otras personas voluntarias –médicas, enfermeras, pasantes y estudiantes– se esforzaban por tomar el peso corporal y los datos a todas las familias.

Había médicas generales, psicólogas y nutriólogas, quienes harían recomendaciones a las madres y padres de los normalistas en caso de que necesiten atención. Prepararon una bolsa con antihipertensivos, analgésicos y medicinas para la glucosa que consiguieron en el banco de medicamentos de la cooperativa. Permanecieron ahí toda la noche.
 

 
Rodeando a la carpa principal, otras carpas “solidarias” –como la del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), de frentes populares y de medios de comunicación independientes– se instalaron junto a las familias de Ayotzinapa para acompañarlas durante estas 43 horas.
 
En la espalda de cuatro madres que harían ayuno, un muro de Amnistía Internacional con la cara de los normalistas las cubría del frío. Del lado derecho, una fila de madres de personas desaparecidas –algunas con más de una década de estar buscando a sus hijas e hijos– se turnaban el micrófono para expresar solidaridad y apoyo.
 
Del lado izquierdo, un sonido de tambores y trompetas de música regional acompañó el silencio de las madres; al mismo tiempo, la música adornó el clamor y los murmullos de todas las personas que presenciaron el acto de resistencia, quienes con abrazos y consignas les decían a las familias que después de 12 meses de buscar justicia “no están solas”.
 
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