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Estancamiento de las mujeres en el terreno político mexicano

Por Guadalupe López García

México es un ejemplo del estancamiento y baja proporción de mujeres que ocupan el cargo de presidentas municipales. En el 2009 apenas alcanzó 4.6 por ciento en más de dos décadas con 112 alcaldesas; lo que lo ubica entre los tres países latinoamericanos –junto con Perú y Guatemala—con la menor participación de mujeres en ese cargo.

La investigadora Alejandra Massolo detalla que del año 2000 al 2008, los dos mil 440 municipios del país han sido gobernados por hombres en 95.4 por ciento; en tanto que Chile tiene mayor proporción de alcaldesas «apenas» con el 12.2 por ciento; le sigue República Dominicana con el 11.9 por ciento; Colombia con 11.2 por ciento, y Costa Rica con 11.1 por ciento. En el otro extremo se ubica a Perú con dos por ciento, Guatemala con 2.7 por ciento y México con 4.6 por ciento.

Lo anterior fue expuesto por Alejandra Massolo, durante el Encuentro estatal de Presidentas Municipales, Síndicas y Regidoras del estado de Veracruz, convocado el año pasado por el Instituto Veracruzano de las Mujeres y el Grupo Interdisciplinario sobre Mujer, Trabajo y Pobreza (GIMTRAP), A.C., y cuyos resultados fueron publicados recientemente en un libro con el nombre de ese foro.

Para finales de año, el número de alcaldesas llegó a 128, de dos mil 438 municipios (faltaron datos de otros municipios), de acuerdo con un reporte en octubre pasado del Sistema Nacional de Información Municipal, del Instituto Nacional para el Federalismo y el Desarrollo Municipal (INAFED).

En tanto, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en su base de datos actualizada al mes de septiembre del 2009, muestra que Oaxaca y Veracruz tienen cada uno 17 presidentas municipales (aunque no reporta los datos de todos los municipios de la primera entidad).

Por otro lado, Aguascalientes, Baja California, Campeche, Nayarit, Querétaro, no tienen alcaldesas; Baja California Sur, Durango, Jalisco, Quintana Roo, Sinaloa y Tabasco apenas llegan a una.

En el caso del Distrito Federal, con jefaturas de gobiernos en sus 16 delegaciones, sólo hay una mujer, Clara Brugada, quien llegó por un controvertido proceso electoral.

Las estadísticas constatan lo que señala Massolo, quien destaca además que el municipio es el núcleo más duro y resistente del control masculino sobre el poder político, donde operan más fuerte y cercanos los mecanismos de discriminación y descalificación de las mujeres.

En tanto, Dalia Barrera Bassols, en la misma publicación subraya que si bien el acceso de las mujeres a dicho cargo sigue siendo marginal, el cargo de síndica ha presentado un avance relativo, pasando de 6.8 a 15.8 por ciento, en tanto que las regidoras pasaron de 15.9 a 29.5 por ciento, en el periodo del 2002 al 2008.

Remarca que los mecanismos de exclusión de las mujeres del poder político, hace que las mujeres desarrollen estrategias para enfrentar el duro reto que implica ser presidenta municipal, síndica y regidora, las cuales expusieron en el Encuentro estatal.

Además revela sus testimonios acerca de cómo accedieron a una candidatura, los obstáculos que enfrentaron, de quiénes recibieron apoyo, los retos, las acciones desarrolladas y las principales problemáticas de las mujeres en sus comunidades.

Los relatos fueron diversos, pero se destacan las distintas formas de violencia que viven las mujeres al ocupar esos cargos, las cuales van desde los rumores y la calumnia a su vida privada, hasta el acoso político, las amenazas de muerte e intentos de asesinato.

Esas mismas experiencias las han vivido mujeres que ejercieron esos cargos homólogos en Guerrero, quienes lo constataron durante el «Primer Encuentro Estatal de presidentas municipales, síndicas y regidoras de los gobiernos municipales del estado de Guerrero», promovido por la Secretaría estatal de la Mujer y GIMTRAP en junio del 2008, del cual también se editó un libro.

En ambas entidades, las mujeres que han ocupado un cargo de elección popular en los municipios se enfrentan, según sus propias palabras, a la cultura machista, a la falta de recursos, la discriminación, la violencia, la falta de apoyo familiar y a mecanismos tradicionales, caciquiles y conservadores al interior de los partidos políticos.

Dichos partidos en muchas ocasiones las eligen como «relleno»; aunque por otro lado, también hay narraciones de mujeres que dan cuenta del apoyo de la familia y de autoridades municipales sensibles.

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