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Etiopía, la antigua soberanía femenina

Por la Redacción

Sabla Wangel y Del Wanbara, rivales y poderosas soberanas de Etiopía, en el siglo XVI, llenaron un período importante en la historia de la constitución de ese Estado africano, lo que hoy contrasta con la endeble situación de la mujer en ese país marcado por la desigualdad, la guerra, la pobreza y las enfermedades.

Los numerosos pueblos asentados en el territorio etíope, ubicado en el llamado Cuerno Africano, en el extremo nororiental del continente, dieron lugar al surgimiento de una civilización de riquísima cultura, en la cual sobresalieron mujeres que estuvieron al frente de la nación o de reinos dentro del extenso país, relata un artículo de Roberto Correa, publicado por Prensa Latina.

A pesar de esa riquísima herencia histórica, en que la presencia humana data de la prehistoria y los restos hallados se calculan en un millón 500 mil años, lo cual habla de las posibilidades geográficas para el sustento humano, actualmente trece de los 70 millones de habitantes de Etiopía dependen de la ayuda alimentaria a causa de la sequía. La escasez de alimentos provoca un alto índice de desnutrición y de mortalidad infantil.

Además, hoy resulta casi imposible imaginar que las mujeres puedan ocupar algún cargo de poder político, ni siquiera de una situación de respeto a sus derechos humanos, porque toda la estructura social y política está encaminada a fomentar la violencia contra ellas.

La etíope es actualmente una sociedad en donde el 59 por ciento de las mujeres son objeto de violencia sexual por su pareja, de acuerdo de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Según Amnistía Internacional, en Etiopía la mutilación genital femenina sigue practicándose de forma generalizada a mujeres y niñas de numerosas regiones, a pesar de los programas de educación pública del gobierno y las organizaciones no gubernamentales.

Ante ello, las organizaciones de mujeres trabajan para mejorar el acceso de las etíopes a la justicia y luchan contra la violencia doméstica, la violación y el matrimonio forzoso de niñas, que permite a los violadores librarse legalmente del castigo casándose con su víctima.

Etiopía tiene ratificada, con reservas, la Convención de la ONU sobre la Mujer y no ha firmado el Protocolo Facultativo de la Convención de la ONU sobre la Mujer.

Paralelamente, la situación de constante guerra con otras naciones y revueltas internas en el país africano provoca que las mujeres, las niñas y los niños sean aún más vulnerables. Expertas de la ONU descubrieron recientemente las «evidencias estremecedoras de una ?epidemia de violencia» contra mujeres y niñas durante los nuevos conflictos? en el lugar.

La guerra con Eritrea, aunque oficialmente finalizó en 2003, no ha terminado con el clima de tensión y violencia limítrofes.

Las violaciones sistemáticas a los derechos humanos no sólo de etíopes y africanos, sino contra trabajadores de medios de comunicación extranjeros, forman parte de un clima de alta volatilidad que obliga a los organismos internacionales de derechos humanos a estar en alerta constante sobre esta nación.

En el siglo XVI, Etiopía igualmente sostuvo largas guerras con naciones del área, empeñadas en apoderarse de su territorio argumentando diversas razones. Pero la historia de las mujeres presentaba sus notorias diferencias.

SABLA WANGEL

Muerto el emperador Eleni, su esposa, Sabla Wangel, asumió el trono, gobernando durante una etapa considerada de las más gloriosas en la historia del imperio en el siglo XVI.

Comenzó un florecimiento de la cultura, las artes y las ciencias, que sería comparable, según criterio de historiadores, con el renacimiento europeo, y que alcanzaría todo su esplendor en el siglo siguiente.

Wangel logró un acercamiento con los turcos y con ayuda de estos, conquistó territorios que incrementaron las áreas gobernadas hasta entonces por los reyes que la antecedieron.

Para lograrlo, la soberana implicó a toda su familia en las guerras de conquista, en las cuales resultó muerto su hijo mayor, y otro fue hecho prisionero y más tarde recuperado.

La reina fue firme partidaria de mantener el cristianismo tradicional etíope que seguía la orientación ortodoxa, tal como es hoy, aunque esta posición no le impidió interceder por religiosos de otras confesiones. Su intervención evitó la ejecución del jesuita español Oviedo y del aventurero portugués Bermudes.

Conformó Wangel el modelo de reinas etíopes, profundamente comprometidas con los asuntos de Estado, que aunaron en su quehacer cualidades difíciles de congeniar en su tiempo: la habilidad en las relaciones diplomáticas, con el valor y fortaleza en batallas y derrotas.

Su última decisión política importante fue lograr, en contra de otros pretendientes al trono, que su nieto Sartsa Dengel accediera a él. Su opción fue acertada, porque el monarca mantuvo la integridad del territorio a lo largo de 34 años que estuvo al frente del Estado.

DEL WANBARA

Al mismo tiempo que Sabla Wangel, emperatriz de Etiopía, sobresalía como gobernante, otra mujer, Del Wanbara, en el bando opuesto, mantenía el título de Bati, sultana, en regiones montañosas del norte etíope, en un denominado reino de Arel. Ella era la principal enemiga de Wangel.

Era hija del Imán de Menefuz, gobernador de Zayla, cerca de lo que actualmente es Djibutí, una nación fronteriza por el norte con Etiopía.

Tenía fuerte carácter y firme voluntad, poseía facultades innatas de gobernante y era difícil hacerla variar en sus decisiones, aunque sus súbditos de buen grado la obedecían.

Wanbara acompañaba a los soldados en sus expediciones de conquista, en contra de la voluntad de los jefes militares. En dos ocasiones, durante la campaña en las montañas de Tigre, en la actualidad una provincia del centro de Etiopía, quedó embarazada y tuvo dos hijos: Muhammad, en 1541, y Ahmed, dos años más tarde.

Después de la derrota y muerte de su marido en 1541 y la captura de su hijo Muhammad, huyó al noreste del lago Tana, donde nace el famoso río Nilo Azul. Su primera misión fue lograr la liberación de Muhammad, la que obtuvo mediante un intercambio con un hijo de Wangel, también hecho prisionero.

Más tarde se trasladó a Harar, convirtiendo la ciudad en capital de su reino, y preparando la venganza contra Wangel por la muerte de su marido. Así transcurrió la vida de Wanbara hasta sus últimos años.

Hoy, las mujeres etíopes luchan por revertir el papel que históricamente se ha ido construyendo para ellas y que las ubica en el nivel más bajo y vulnerable de la sociedad. Su lucha por supervivir en un ámbito hostil, con guerras, epidemias como la del VIH/Sida, hambruna, sequía, inundaciones, violencia sexual, etcétera, hace que la ONU reconozca en un reciente informe sus «esfuerzos por aumentar las oportunidades de participación en las decisiones de las mujeres».

Las figuras de Sabla Wangel y Del Wanbara constituyen un aliciente para la búsqueda de la equidad.

06/GG/CV

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