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Griselda, sueños rotos en la conservadora Guanajuato

Por Graciela Nieto Urroz*

Martha Griselda nunca se imaginó con un hijo en brazos a sus quince años de vida. Sin darse cuenta, ya había cumplido 8 meses de embarazo envuelta en la tristeza y sentimientos de insoportable abandono e incomprensión.

Ese letargo inició cuando tuvo que reconocer su prisa por vivir y continuaba ensimismada en esa sensación de inmovilidad; desde el enamoramiento de su novio, el dejarse llevar por la necesidad vital de sentirse acompañada, querida, que alguien se preocupara por ella. Y simplemente creyó, soñó, se lanzó al vacío que en ocasiones tiene rostro de «amor», sólo que nadie la recibió en ese salto abismal.

Cuando se enteró de su embarazo, todos los sueños se destrozaron. Su novio, de oficio chofer, desapareció repentinamente y su madre se vio presionada a hacer frente a la situación, aún con la recriminación de su pareja.

Todo cambió, Apenas dos años atrás había comenzado a vivir la adolescencia, a desarrollarse; aún la sorprendían cambios bruscos en su cuerpo y ahora se enfrentaba a una circunstancia radical con la responsabilidad de otra vida.

A sus quince años, aún no sabía –ni tenía por qué– cuál debía ser su destino: ¿jugar a qué peinado le queda mejor?, ¿preocuparse por no faltar a la próxima tardeada de la escuela?, ¿ahora sí pasar matemáticas?, ¿guardar en sus libros fotos de los Jonas Brothers?, ¿soñar que esta situación es una pesadilla que va a desaparecer?, ¿soñar que debe haber otra forma de vida?, ¿otra forma de ser mujer?

Griselda dejó de soñar, en la llanura tibia de su vientre algo le decía que la etapa de juegos y sueños juveniles ya no tendría lugar. El domingo 24 de mayo, apenas 14 días después de la celebración del «Día de las madres», tomó la segunda decisión más importante en su corta vida.

La primera fue entregar su cuerpo y alma al hombre de quien se enamoró y, la segunda, terminar con su existencia en la casa materna de la colonia Las Joyas, en León, Guanajuato. Dejar de ser blanco de la crueldad que provoca la doble moral: «serás la mujer más grande cuando tengas un hijo, dejarás de serlo si lo tienes sin padre, o no lo tienes.».

La publicidad mediática, los contenidos en películas y telenovelas, el propio contexto presiona y arriesga a los adolescentes a que vivan el despertar de su sexualidad hasta el fondo sin pensar en consecuencias. Mientras, la realidad que permea a través de instituciones con poder y control ideológico como la iglesia, la escuela y otras en Guanajuato, inhiben, ocultan, censuran o desvirtúan la información objetiva sobre educación sexual y metodología anticonceptiva.

El resultado: las adolescentes y jóvenes se encuentran en un callejón sin salida. Queremos jóvenes morales, con amplio criterio, con un sexto sentido para detectar el peligro y expertas en prevención de adicciones y problemáticas sexuales, cuando los adultos no son capaces de mostrarse preparados, ni dogmáticos.

No puedo dejar de pensar en Griselda cuando veo la preocupación por las tareas o la alegría al escuchar una canción en los ojos de mis sobrinas Itzel, Citlalli o mi hija Deni. Esas debieron haber sido las ocupaciones de Griselda, no el estar confinada en las responsabilidades de adulta, madre y sola.

Queda su ejemplo y recuerdo de las vidas que se pueden salvar con educación sexual, tolerancia y amor. Descansa en paz, querida Griselda.

* Periodista con visión de género. Integrante de la Red Nacional de Periodistas.

09/GN/GG

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