Dicen que la invención es la hija de la necesidad y probablemente así sea; hoy, las personas han tenido que recurrir a un sinfín de nuevas tecnologías que les ayuden a cumplir con un horario laboral y el mantenimiento de sus hogares.
Mucho se ha disertado sobre cuántas horas dedicamos a mantener aseadas y confortables las casas que habitamos; dicen que si este tiempo entrara a las cuentas nacionales en el apartado de servicios, el producto interno bruto de las naciones sumaría cinco puntos más.
Josephine Garis Cochran no tenía en mente ninguno de estos argumentos; ella solamente se propuso mejorar una versión de la máquina lavavajillas del primer lavaplatos patentado en 1850 por Joel Houghton.
De su vida no se sabe mucho, sólo que era una mujer muy rica y cansada de que las personas que trabajaban a su servicio rompieran los platos.
La máquina que desarrolló Josephine consistía en una tina de madera con una cesta del alambre; los platos entraban en la cesta y los rodillos rotaban los platos. Mientras, se le daba vuelta a una manija en la tina para que el agua caliente, jabonosa, se rociara en la tina limpiando los platos.
La máquina de Cochran fue la primera en mostrarse en la feria Universal en 1893, en Chicago, Illinois. Al principio, su máquina fue comprada solamente por algunos restaurantes y hoteles.
Más tarde se asoció con otras personas y fundo la KitchenAid.
La fecha de nacimiento y de su muerte se desconoce, pero le heredó a la humanidad la iniciativa de aligerar las cargas del trabajo doméstico, que nadie cree trascendentes, para mejorar la vida de las personas.
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