Estas son las mañanitas que cantaba el rey David, a los muertitos bonitos se las cantamos así, dice la melodía que sale de los labios de Frida -personificada por Gabriela Roel- al despertar en un día de muertos, un día de fiesta para Diego Rivera, León Trotsky y André Bretón, entre otros personajes de su vida, con quienes celebra a esa dama misteriosa que seduce a la vez que provoca temor, la muerte.
Ataviada con un rebozo rosa, una blusa de seda hecha por mujeres indígenas y una larga falda con holán, la pintora da la bienvenida a su hogar al público visitante que escucha atento la historia de una vida llena de controversia, en un ambiente íntimo donde no puede faltar la marioneta que representa una calavera, la muñeca con el traje de tehuana, el olor de su cocina y el sabor del mezcal.
El amor y la desesperación por tener a su lado a Diego Rivera se hacen presentes cuando toma entre sus brazos aquel overol que él se pone para crear sus obras.
Primero evoca al hombre-sapo como el infante que busca en ella la protección maternal, para poco a poco pasar de la ternura a la pasión Mi Diego, susurra hasta que de pronto sentencia dolorosamente, con la prenda de su amante sobre la piel, que él no es suyo, sin embargo siempre contará con él como camarada.
Es precisamente desde el accidente con el tranvía que el sufrimiento se convierte en fiel compañero de Frida, tanto que aprendió a convivir con él a través de sus pinturas: El dolor no es nada sin mí y yo sin él no soy nada.
Mientras se arregla para que su panzón y las visitas la vean impecable, recuerda el viaje a París que le dio el reconocimiento de su obra en Europa, además de la portada en la revista Vogue, a pesar de que ella las consideraba como pinturitas, cuadripinches, como las llama.
La puesta en escena bajo la dirección de Felipe Nájera muestra una Frida tierna, pero a la vez apasionada, con un fuerte carácter, una mujer que utiliza un agudo sentido del humor para sobrellevar la angustia que padece su alma.
Kahlo, viva la vida se presenta sábados y domingos en Café 22, bajo la autoría de Humberto Robles, la producción de Jaime Morales y la fotografía de Carla Tinoco.
LOS EXVOTOS DE FRIDA
Paralelamente, en el corazón de la Condesa, se ve una mano extendida dentro de una enorme flor, en el centro de esa mano se ve a una Frida con el cabello trenzado, sujeto por un listón, además de los indispensables aretes y collares que surgieron de manos mexicanas.
Se trata de una muestra de exvotos -una tradición mexicana que consiste en darle gracias a un santo o a una virgen el milagro concedido por medio de una pintura realizada sobre lámina- realizada para acompañar la obra Kahlo, viva la vida, realizada por experimentados pintores en busca de una experiencia divertida. En uno de ellos se lee:
Siendo el 2007, dos de Chihuahua, una obra, sovre Frida Caló del joben Humberto Rovles. El director le pidió a la aptris, Gabriela Roel que se dejara desnudar? El alma? descuartizar el intelecto y llagar las emociones?
Los realizadores, entre los que se encuentran Emilio Payán, Yolanda Andrade, Maritza López, entre otros, recordaron que en casa de Frida Khalo había un exvoto que decía: le doy gracias a la virgen porque en la balacera de la cantina se murió mi compadre y yo no.
Es muy divertido, son como ofrendas en las que cada quien hace su propia interpretación de lo que representa un exvoto, puede ser algo muy conceptual, comento una de las expositoras.
Tiene mucha importancia porque continúan vigentes a pesar del tiempo. No es una burla, pero tampoco es una devoción. En este caso se hizo a partir de una obra de teatro, del concepto de los milagros y del concepto de la casa de Frida Kahlo, agregó.
En la muestra también se pueden apreciar unas almohadas como las que poseía la pintora con las frases Despierta corazón dormido y Cariño, además de los rebozos llenos de color, las blusas con flores bordadas y joyería.
07/AR/GG
