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La Ciudad de la Alegría

Por Lydia Cacho

La Ciudad de la Alegría fue fundada en la India hace más de 20 años por el escritor Dominque Lapierre, famoso periodista y novelista autor de los libros La ciudad de la alegría, Más allá del amor y Mil Soles. Él fue quien bautizó a Calcuta con ese romántico sobrenombre. Un día Lapierre recibió cincuenta mil dólares de regalías por sus libros y, con su esposa, quiso hacer algo por la gente de Calcuta, su ciudad adoptiva; así que visitaron a la Madre Teresa quien les dio un recorrido por los cuartuchos habitados por leprosos, enfermos de tuberculosis, niños y niñas desnutridas y huérfanas.

La pareja Lapierre quedó tan conmovida que decidió abrir una fundación caritativa denominada La ciudad de la Alegría. Desde entonces y hasta la fecha la Fundación Ciudad de la Alegría (que nada tiene que ver con la Madre Teresa) ayuda a desposeídos de la India, a las y los verdaderamente miserables con las regalías de los libros publicados. Lapierre escribió sobre su fundación la frase que inspiró su ciudad: «Las condiciones de pobreza extrema no pueden cambiar, la pobreza no es una fatalidad. Estoy seguro de que la compasión y la caridad pueden restaurar la fe de los miserables».

El proyecto de Cancún ha convocado a un gran número de personas de buena voluntad, con espíritu caritativo, para crear esta Ciudad y dar hospicio a las adolescentes embarazadas para que no aborten o, en caso de que no quieran a su bebé, la Fundación de la Alegría se hará cargo de darles en adopción. También habrá un albergue para personas que viven con vih/sida, coordinado por la Madre Berta de Paipid, traída desde Guadalajara hace casi seis años por la agrupación Unidos por la Vida.

Asimismo estará en la Ciudad La Casa Pan y Cobija, apoyada por Cáritas, una fundación católica de la Diócesis de México. Esta Casa venderá a precios ínfimos a las y los portadores de tarjetas especiales, ropa usada donada por los cancunenses y les dará de comer tres veces al día los alimentos sobrantes de los bufetes de los hoteles de Cancún.

¿CARIDAD O DESARROLLO?

El debate, que en voz baja ha suscitado este proyecto en Cancún se sustenta en una preocupación válida. Un proyecto de esta índole puede generar mayor pobreza en la comunidad, pero sobre todo puede propiciar un elemento social que aún no vemos en nuestra ciudad: la mendicidad como forma de vida. No se critica el deseo de ayudar y ser caritativo, lo que se cuestiona es ¿en qué se basa este proyecto?

¿Es un deseo personal de hacer un acto de bondad que convierta a una o varias personas en moralmente superiores a las demás, haciéndolo a costa de exigir sumas extraordinarias de dinero a una comunidad que no está convencida de este proyecto?, o está basada, sociológicamente hablando, en las necesidades reales de la población.

Si la respuesta es la segunda, nos atrevemos a rebatir la estrategia y el modelo de servicio y atención. Cancún, aunque con población de muy bajos recursos, aún no tiene indicadores de desempleo y es una ciudad con buenas posibilidades de desarrollo. Nos encontramos en un momento crucial en el cual, si se construyen acuerdos sociales y se fomentan instituciones adecuadas apoyadas por la voluntad política, en interacción con elementos económicos, políticos y éticos se fortalecerá un verdadero desarrollo social.

Un desarrollo no paternalista que tenga como objetivo primordial mejorar la calidad de vida de la ciudadanía, a diferencia de este proyecto multimillonario que le costará de por vida a la comunidad, que fomentará mayor pobreza y dependencia de las personas sin recursos. Para ello es necesario crear mecanismo que le den a la gente de las regiones (receptores principales de la Ciudad de la Alegría) la oportunidad de ejercer el derecho y la responsabilidad de mejorar sus condiciones y calidad de vida, con el acceso a la educación y los microcréditos, por ejemplo.

Hay, pues, dos fórmulas para atender los rezagos económicos de Cancún: la primera, como el leprosario de Calcuta, sería una ciudad en la que admitimos abiertamente que las condiciones de pobreza extrema no pueden cambiar, la pobreza no es una fatalidad y la compasión y la caridad pueden restaurar la fe de los miserables.

Esa opción fomentará mayor pobreza, puesto que un albañil con 20 pesos en la bolsa descubre que su familia puede ir a comer gratis, pensará que si le regalan la comida los ricos ¿para qué trabaja a cambio de esa miseria?, o se beberá los 20 pesos. La naturaleza humana es así, mientras más recibe gratuitamente más quiere sin dar nada a cambio.

El hecho de que éste sea un proyecto netamente católico no le descalifica, en todo caso lo debilita en una ciudad con tantas religiones diversas; como nos contó una señora de la 92, ella es testiga de Jehová y la gente de la ciudad de la Alegría la visitó para ofrecerle que vaya a comer o a comprar ropa usada a cambio de que ayude en la iglesia católica.

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