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La diferencia asesinada por la realidad

Por Aurora Sansores Serrano

El sueño mexicano no puede seguir siendo ganarse la lotería, ya es tiempo de que los ciudadanos tengan otro tipo de sueños, que exista seguridad, que los niños no sean presa fácil de los agresores sexuales y que no tengan como preocupación qué comerán cada día, que la capacidad de los jóvenes sea su única limitante para prepararse profesionalmente, y que las mujeres no estén expuestas a la barbarie, el abandono y la falta de opciones laborales.

En México los sueños de crecer parecen aún estar limitados, y si bien los hombres ya son parte de las estadísticas, siguen siendo las mujeres y los niños los que cargan con la mayor parte de las injusticias que existen en este país.

Si hablamos de los indígenas, son las mujeres las que tienen menos posibilidades de salir adelante, de prepararse, de contar con un trabajo para ayudar en el sustento y la educación de sus hijos, y son los niños los que más resisten las carencias que vivan sus familias.

Si hablamos de muertes, son las mujeres y los niños, los que van llenando por un gran porcentaje, esos fríos números estadísticos. El caso de Ciudad Juárez solo es un ejemplo de asesinatos no aclarados, porque también existen los que sufren a manos de esposos, amantes, y ladrones que ya están tras las rejas o por lo menos identificados.

Pero si nos vamos a las muertes por mala nutrición, embarazos mal cuidados o no deseados, la estadística aumenta considerablemente; mientras que los niños siguen siendo víctimas de enfermedades que se agravan por la desnutrición o falta de atención médica urgente. Y los de la calle, esos, por carecer de todo y estar a merced de los mercenarios del dolor.

Lo peor de todo lo que enfrentan estos dos grandes grupos vulnerables, es la prostitución y la delincuencia a la que se ven orillados a recurrir para poder subsistir es este mundo tan deshumanizado.

No puedo negar que hay mujeres que se dedican a la prostitución por ser una manera fácil de ganar dinero, pero esas no las vemos en las calles con kilos de maquillaje para cubrir las huellas de la mala vida que se han visto obligadas a llevar desde niñas, por circunstancias socioeconómicas.

La mayoría de las mujeres que se dedican a la vida galante, si se le puede llamar de esa manera, son personas con vida privada, con familia, con hijos que mantener, y que se esconden en el anonimato para poder llevar esa doble vida que les permite subsistir.

Muchas de ellas fueron abandonadas a su suerte con dos o tres hijos que mantener y sin una profesión que les permita aspirar a un trabajo digno, con el que puedan llevar a su casa lo necesario para solventar los gastos de casa, comida, ropa y estudios.

Algunas de ellas, provienen de familias disfuncionales, paupérrimas, en las que el alcohol es alimento diario de su padre, su madre o de los dos, no tuvieron posibilidades de ir a la escuela porque desde pequeñas tuvieron que colaborar con la economía de la familia, fueron violadas desde niñas, abandonadas por alguno de sus padres, o huyeron del seno familiar para escapar de una vida donde reinaba la violencia.

La juventud entre las mujeres que se dedican a vender su cuerpo, no es rara, pero valdría la pena saber cuántas de ellas son obligadas por sus familias o fueron engañadas por los novios y ahora se ven forzadas a «trabajar» para cumplir con la cuota.

No podemos calificar a todas con la misma medida, como tampoco tenemos el derecho de criticarlas, pues al igual que a los niños que caen en la drogadicción, el alcoholismo o la prostitución, al final solo son el reflejo de la realidad de una sociedad que vive inmersa en su egoísmo.

Hacernos los ciegos ante la realidad no es la solución, hacer de estos desprotegidos de la suerte el árbol de la ignominia, no habla más que de lo pobres que somos. Hay mujeres que viven en la opulencia, que son llamadas de la alta sociedad, y que tienen amantes, pero a eso no se llama prostitución sino diversión, y no quiero hacer escarnio de los jóvenes porque a final de cuentas son producto de una falta de atención de sus padres, pero «entre los niños bien no hay drogadictos ni delincuentes».

Ya sabemos qué pasa cuando en su vida se cruza un vividor, que no «gigoló», o un pervertidor, pero si hay algo peor a lo que puedan enfrentarse esas mujeres o los niños que en la calle se han vuelto drogadictos, delincuentes o víctimas de la prostitución, es perder su anonimato.

Se que la identidad de los menores es protegida por la ley, sin embargo no es raro ver en los periódicos que este derecho de las víctimas de violación no se respeta, si bien solo ponen sus iniciales, se dan pormenores de su domicilio, el nombre del familiar que puso la demanda y/o de sus padres, aún cuando uno de estos sea el victimario.

Y cuando son pequeños infractores, cada vez que hacen un reportaje o alguna autoridad va a visitarlos, simplemente pasan imágenes donde sus rostros quedan al descubierto.

Hace un par de años, en Campeche fue descubierta una casa de citas, y los reporteros gráficos y camarógrafos tomaron impresiones y filmaron desde la llegada de la policía hasta que subieron a las mujeres a las patrullas, y en los medios de comunicación aparecieron sus caras, como si se tratara de los peores delincuentes del mundo.

¿Y saben que? Casi todas tenían hijos y fueron expuestas sus identidades sin que hubiera un solo resquicio de respeto para sus familias. Hubieron críticas, aunque aisladas, sobre estas faltas de sensibilidad y violación a los derechos humanos.

Esto aunque no es justificable desde ningún punto de vista, me parece que se ha quedado corto ante la situación que se ha dado en las televisoras nacionales, donde el afán de crear la noticia los ha llevado a exponer temas que son considerados por la persignada sociedad como un mal, lo malo es que con el uso de la cámara escondida, descubren las identidades de los motivos de su reportaje.

Insisto, ya es tiempo de que como informadores, hagamos un alto para darnos tiempo a reflexionar sobre el daño que causamos a veces sin pensarlo, hay formas de hacer noticia sin lesionar los derechos de los demás. Coincido en que hay que desenmascarar a los delincuentes, pero también es un deber el exigir que se tenga respeto por las victimas.

A final de cuentas, las mujeres que se dedican al oficio más viejo del mundo no buscan dañar a nadie y no existirían si no hubiera quien pagara sus servicios, por lo que los niños en y de la calle, con todo y sus vicios y defectos, así como la prostitución, no dejan de ser hijos paridos por una sociedad corrupta.

Por eso insisto en que no se nos olvide que los sueños son la dignidad, porque entre el pobre y el rico la diferencia es asesinada por la realidad.

* Editorialista de Campeche e integrante de la Red Nacional de Periodistas.

2003/ASS/MEL

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