En ocasiones la sociedad denigra y culpabiliza a las madres que no amamantan o tienen dificultades para hacerlo. Y ellas mismas luego repiten ese discurso sin darle espacio a sus propias experiencias, contribuyendo a que la lactancia siga siendo un discurso construido socialmente, con un aquí y un ahora, en constante mutación.
Este discurso social, histórico, sobre la lactancia, transformado en discurso dominante, que llega a extremos de «mensaje terrorista», excluye la legitimidad de las sensaciones y emociones que muchas mujeres experimentan durante el ejercicio de su maternidad y que no se animan a expresar públicamente, y particularmente frente a los profesionales «expertos» en el tema.
La lactancia materna, como cualquier actividad, no debe ser absoluta ni unívoca: debe ser una elección realizada caso por caso. Debería ser un derecho pero también una elección. Las condiciones de apoyo a la lactancia, más allá del pecho o del biberón, deberían existir para todas las mujeres cuyos hijos estén en ese período. Se necesita entonces participar de un proceso acompañado, facilitado y que puedan las madres vivirlo sin presiones «terroristas».
De esta manera mamás, papás, pediatras y aún los mismos bebés pueden proponer en colaboración toda la gama de alternativas creativas en cuanto a la lactancia.
La lactancia, vista desde la perspectiva de las mujeres, implica desnaturalizar los supuestos que hablan de la «naturaleza maternal» de las mujeres. Aceptar a las madres como sujetos con necesidades y deseos propios que pueden incluir o no el de ser madre y conectarse amorosamente con sus hijos, pero que seguramente no incluyen la obligación de desaparecer como persona en esa función.
Centralizar toda la responsabilidad de la crianza en la madre individualmente, y no darle al mismo tiempo un lugar acorde en las políticas sociales, es dejar a la mujer atrapada y sin salida. Es además injusto y por lo menos discriminatorio. Sin una reconstrucción de la ideología cultural sobre los roles de género que fomente la inclusión del padre en el proceso de la crianza, que promueva una paternidad responsable y que aliente, en lugar de inhibir, el involucramiento paterno, se refuerzan los estereotipos de los roles de género, con la consiguiente inequidad.
Los modos de pensar acerca de las madres que no amamantan o tienen dificultades, basados en sus experiencias, están ausentes misteriosamente del discurso dominante de las madres. En su lugar, ese discurso tiene historias sobre estas madres que las denigran y culpabilizan. Se dice de ellas que «algo les debe fallar».
Es una oportunidad muy propicia para hablar de algo que queda excluido de los discursos dominantes sobre la maternidad: las propias voces de las madres.
06/ST/GG