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La marcha de Juárez

Por Lydia Cacho

Miro por la ventana a los autos pasar, pasar, pasar sin detenerse. Miro por la ventana el paisaje árido del desierto, escucho el sonido de las llantas rodando sobre un pavimento perfecto; allá a la derecha un lote baldío y aquí a la izquierda un gran edificio de lujo, aparentemente impecable.

Un edificio más, otro lote baldío, y otro más y una mole de cemento imitando a la anterior… cristales de reflectasol, edificios sembrados como flores de cementerio: uno aquí, otro allá, sin vida a su alrededor.

Imposible dejar de preguntarse el porqué con estas maquiladoras que producen millones de dólares a dueños de empresas con nombres extranjeros, no hay inversión en obra pública, no hay parques ni jardines, ni escuelas, sólo parajes baldíos, que como sembradíos de basura y muerte rodean a las trasnacionales.

¿A quién le importa Ciudad Juárez? El abandono de las calles refleja el abandono de su gente, la miopía de sus gobiernos, la muerte de sus mujeres y niñas, la soledad de la frontera olvidada.

Una niña de 15 años, llamada Cecilia Covarrubias, iba cargando a su bebé cuando salió de casa, la hallaron con tres balazos en la espalda, su cuerpo marcado por la violencia sexual, sus manos poseedoras del secreto de su agresor: carne en sus uñas (DNA le dicen los científicos) cabellos del hombre que se sabía impune desde antes.

Y allí está su madre, Soledad Aguilar, frente a mí, contando cómo el Ministerio Público tuvo las pruebas en sus manos y «alguien» perdió las muestras que bajo las uñas de la joven delatarían fácilmente quién es el culpable; se perdieron los cabellos del agresor, se perdieron las ropas de ella con huellas de él, con trozos de metal que podrían llevar a los investigadores a algún sitio donde se trabajan soldaduras.

«Hasta las soldaduras pegadas a la ropa de Ceci se perdieron», me dice la madre. Cualquiera creería que se perdió la esperanza, pero no, allí está la madre, a tres años de haber identificado el cuerpo de su hija, ahora desesperada buscando a su nieta. Esa bebita que una de las casi 300 asesinadas de Juárez llevaba en brazos antes de morir.

¿Dónde quedó mi nieta? Resuena en mis oídos la pregunta de doña Soledad y me cuesta seguir ejerciendo el periodismo, alejarme de mi ciudadanía, de mi ser mujer e imaginar lo inimaginable. Me imagino a la pequeña en brazos ¿fue testiga de la violación, de los balazos?, ¿dónde está esa otra mexicana nacida mujer?

Tres generaciones de mexicanas lloran en Ciudad Juárez y el presidente Fox recibiendo en Los Pinos a los beisbolistas que quedaron en segundo lugar, celebrando lo bueno de México.

Entramos a entrevistar a María López Urbina en las estupendas oficinas de la Procuraduría General de la República (PGR) en Juárez, la fiscal especial para la atención a los delitos relacionados con el feminicidio. López Urbina se ve entera, rozagante, ilusionada.

A la pregunta de si juzgarán a los policías involucrados en la corrupción policíaca que ha impedido se encuentre a los asesinos y violadores, dice segura que sí ¿aunque sean judiciales? «Sí» ¿aunque sean agentes especiales de la Agencia Federal de Investigación? «Sí» ¿aunque sean sus colegas del Ministerio Público (MP) de la PGR? «Claro…habrá que investigar», asegura.

Y allí mismo vemos cómo entran a conocer a «la fiscala» la abogada incansable Lucha Castro, Evangelina Arce, las madres de Silvia (asesinada y violada), Cecilia y Brisia Janet (asesinada y violada). En las oficinas de junto, frente a sistemas de computación especiales que supervisa López Urbina, se encuentran 20 elementos del MP especializado, todos hombres, ni una sola mujer investigadora, resulta curioso.

La comunidad internacional de mujeres se reúne en Ciudad Juárez. Llegamos con las madres de las asesinadas y desaparecidas al Puente Lerdo, allí arriban jóvenes, hombres y mujeres de California, Alburquerque, Texas, y otros estados del país del norte.

Personas de todo México, las actrices Jane Fonda y Sally Field, quien no pudo contener las lágrimas cuando le preguntamos: ¿por qué está usted en Juárez? Y respondió: «porque esto que está sucediendo en México es una masacre producto de la impunidad, porque no vamos a dejarlas solas en esto, porque la vida es sagrada y estos crímenes son imperdonables».

Eve Esler, la famosa activista y escritora autora de los Monólogos de la Vagina, obra teatral creada para evidenciar la violencia que se ejerce en contra de las mujeres en todo el mundo, dijo: «estoy en México para llamar a todas las y los mexicanos a decir Ni Una Muerte Más. Cada vez que violan a una mujer lastiman un poco de cada mujer del mundo, cada vez que matan a una mujer, matan algo de nosotras mismas, la violencia contra las mujeres está aumentando en el mundo entero, y creemos que es momento de unir esfuerzos para decir basta. Los hombres deben unirse a esta carrera por la paz».

La marcha hizo eco en Juárez y nosotros nos preguntábamos, si entre los mirones de las banquetas, ensombrerados con sus trocas negras y facha de narcos no estarían algunos de los asesinos, mirando la esperanza pasear frente a ellos, sabiendo que las muertas ya no pueden caminar más y ellos andan por su patria con la libertad de un gobierno corrupto, de tres presidentes de la República pusilánimes ante los asesinatos de mujeres.

Mientras caminábamos entre la gente para preguntarle por qué estaba allí, por qué viajar de tan lejos, por qué marchar bajo el sol con el viento invernal, por qué gritar con tanta vehemencia por unas desconocidas, mujeres y hombres jóvenes y adultos, desconocidas y famosas respondieron igual: Por la vida, por el derecho a vivir en armonía, con paz y sin violencia.

Se quedan los recuerdos, los moños morados, las fotografías y mis grabaciones para el arcón de los trabajos periodísticos. Se quedan los ojos dulces de Doña Evangelina y sus noches insomnes, que queda el nombre de Soledad Aguilar en mi memoria y su nieta en mi imaginación, se queda Guadalupe con su sonrisa tímida y su piel lozana, con sus miedos a la policía por denunciar la corrupción que perdió todas las pruebas del asesinato de su hija. Se quedan las cruces rosas con nombres y flores de papel en un baldío, guardadas en una fotografía en mi cámara.

Se queda el dolor inconmesurable de las madres y padres, de don Roberto y sus ojos verdes que lloran a su hija después de siete años de muerta y que marcha a lado de las mujeres de negro y me da las gracias por darle voz.

Se queda la basura en el parque Juárez, se queda el olor a muerte y a esperanza. Se queda en el aire de la patria, en al frontera de la impunidad la pregunta ¿por qué esperar tanto para caminar por la paz? Y al volver a Cancún, a mi Cancún, viene a mi mente el caso Succar y los rostros dulces de las niñas abusadas y de las madres asustadas, y pienso ¿por qué aquí habría de ser diferente que otras partes de México?, ¿ por qué soñar con una patria en la que a todos y todas nos importe la armonía social?

Se solicitan respuestas, preferentemente esperanzadoras, los pesimistas: favor de abstenerse.

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