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La Mujer de enfrente

Por Leticia Puente Beresford*

Ella, «La Mujer de Enfrente» tiene historia. Apareció hace años en Coatzacoalcos, Veracruz, México, en el semanario dominical de El Diario del Istmo.

Su objetivo: visibilizar las causas de las mujeres y sus mujeres, sus movimientos, andares, cambios, sus avances y transformaciones. También sus acertadas participaciones y su crecimiento: desde su hogar hasta su nación.

Y, a partir de hoy ella está ahí nuevamente y así su historia continúa. Avanza, lucha, a veces sola y otras veces acompañada, pero lo más importante es que no se da por vencida.

Sus ideales: innumerables en ésta, su cruzada. Y, como todo, o casi todo, su historia cambia.

Esta mujer de enfrente que aparece hoy en estas líneas, de la que hablo hoy, no pasará sus últimos momentos en su hogar, con las y los suyos, porque hoy aquí, todo es distinto

La conocí la Navidad pasada, recién pasada. Y su historia me convenció de que, como leí hoy en algún lugar, «el hogar es el lugar donde tu historia empieza». Verdad verdadera.

Y al repensar la frase, la recuerdo, en la casa para ancianas y ancianos que visité, por primera vez en mi vida, con mi marido y con The Salvation Army. ¡Qué experiencia tan grande!

Pero, al mismo tiempo, viví en ella instantes de amistad que son también tristes. Esa visita me produjo, muy en mis adentros, sentimientos encontrados. Algo maravilloso, fantástico, pero, al mismo tiempo… extraño: alegría y tristeza. Lágrimas en mis ojos, en los de ella en los de los demás. Y a pesar del llanto, sonrisas, de la mujer de enfrente y mías.

Recorro esa imagen en mi mente y aún me hace llorar: el toque de manos, el amor sentido, los besos, el agradecimiento, la emoción del encuentro con alguien para quien eres importante, a pesar de estar en otro hogar que no es el de tu familia. Y el silencio que, sin embargo, parece decir: «¡por favor, no te vayas!».

Un deseo para ella de «Feliz Navidad» que intentaba dejarle saber que no está sola en el mundo, porque «Dios está contigo». Y le entrego unos pequeños perritos de peluche. ¡Qué bonitos!, exclama la Mujer de enfrente.

El regalo perfecto para quienes comparten este hogar con ella y que son mujeres y hombres entre los 60, 70 u 80 años, quizá más. Pero ante la emoción del encuentro y los perritos, ella no se mira vieja y se alegran tanto que parecen niñas y niños, acaso ya lo sean de nuevo.

Algunas de estas personas se percatan bien de los hechos, pero otras posiblemente preguntarán al rato o mañana a la enfermera «¿Quién me dio esto?». Ella contestará «te lo dejó tu visita, The Salvation Army, vinieron a decirte: Feliz Navidad, cuando estabas dormida y te dejaron también una revista».

El hogar donde nacimos, donde vivimos con nuestra familia, no siempre es el lugar donde terminamos los días, como sucede con esta Mujer de enfrente que vive hoy en la casa para ancianas y ancianos y que, seguramente, The Salvation Army visitará todas sus navidades.

Así es ella, la que tengo enfrente, la vieja, la adulta mayor, que obtuvo experiencia, madurez, la que va de bajada, la de caminar lerdo, la que perdona al tiempo. La que, así es su historia, terminará aquí en una casa que se convirtió en su hogar, lejos de su hogar, donde aprendió a caminar…

* Periodista y feminista, corresponsal de Cimacnoticias en Nueva York.
09/LPB/GG

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