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Las consecuencias de no actuar bien

Por Cecilia Lavalle*

El escándalo es mayúsculo. Se le pide su renuncia porque su conducta puso en tela de juicio la integridad y eficacia de la institución, y, de paso, destruyó la confianza de sus empleados en su liderazgo. ¿De quién supone que estoy hablando?

No. De Mario Marín, no. Sí, ya sé que provocó un escándalo mayúsculo con su «presunta» participación en la violación a las garantías individuales de la periodista y defensora de los derechos humanos Lydia Cacho.

Sí, ya sé que le dio la vuelta al mundo la conversación telefónica que sostuvieron el desde entonces mejor conocido como «Gober Precioso» y el empresario Kamel Nacif donde festejan la detención ilegal de la periodista.

Sí, ya sé que el gobernador Marín está siendo investigado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que su conducta puso en tela de juicio la integridad y eficacia del gobierno de Puebla y, posiblemente, destruyera la confianza que depositó la ciudadanía que votó por él.

Pero, no. No es Mario Marín. Le doy otra pista. Le piden actuar honorablemente y renunciar.

Disculpe. Ya sé que si se lo hubiera dicho antes sabría que eso no sucedió en México.
Claro. Esto no podría suceder en un país en el que apenas si se castiga el dos por ciento de los delitos denunciados. Y que conste que se denuncia poco. Y que conste que rara vez se denuncia a alguien con poder político o económico. Y que conste que en esos casos casi nunca se castiga nada (y digo «casi» no’más por no dejar).

Por eso suspiro al ver cómo un asunto que ni siquiera tuvo que ver con la violación de garantías individuales de nadie, que ni por error se vincula a un caso de pederastia, que ni de lejos se refiere al ejercicio del poder de un gobierno contra una defensora de derechos humanos, ha llegado hasta donde ha llegado.

En este caso un asunto de ética y nepotismo está a punto de costarle el puesto a un hombre. Y que conste que gozaba de reputación y prestigio. Y que conste que tiene un puesto de altísimo nivel. Y que conste que lo apoya el presidente de su país.

Paul Wolfowitz es, hasta hoy, ni más ni menos que el presidente del Banco Mundial (BM). Con doctorado en ciencia política, es un reconocido académico. Fue subsecretario de Defensa de Estados Unidos y se le considera uno de los más importantes promotores de la guerra en Irak.

Wolfowitz fue nombrado presidente del BM en 2005. Acto seguido transfirió a su novia al Departamento de Estado porque, según las normas del Banco, una pareja no puede tener una relación laboral donde exista una línea jerárquica directa.

El problema es que ese traslado significó un ascenso para su amada -y por tanto más salario, que sigue pagando el BM-, que luego decidió aumentos de sueldo para su novia -experta en Medio Oriente- al grado que ahora gana más que la jefa de ésta, Condoleezza Rice, y que en estas decisiones obviara los mecanismos formales establecidos por la propia institución.

Así pues, el importante e influyente señor Wolfowitz está a punto de ser destituido u obligado a renunciar porque destruyó la confianza de sus empleados en su liderazgo y porque ha sido gravemente afectada la credibilidad de la institución.

Y es que precisamente Wolfowitz emprendió una cruzada contra la corrupción en los países del Tercer mundo, tema considerado por el BM como uno de los principales escollos para promover el desarrollo económico y luchar contra la pobreza.

Wolfowitz finalmente reconoció su error y pidió perdón. No obstante, el Consejo Ejecutivo del Banco, integrado por 24 directores que representan a los 185 miembros, espera su renuncia o de lo contrario declarará la pérdida de confianza. Incluso, algunos miembros europeos amenazan con reducir sus contribuciones al BM.

Y yo leo todo eso y suspiro. Aquí, no sólo no ha habido una sola consecuencia política o legal para Marín ni para Kamel, sino que el víacrucis lo padece la mujer que tuvo el valor de denunciar a un pederasta y de no permitir que el asunto fuera a parar al archivo muerto.

Aquí, «casualmente» cinco días después de sostener un careo con el pederasta Succar Kuri que duró ¡11 horas!, Lydia sufrió un atentado al ser deliberadamente dañada una llanta del vehículo en el que viajaba.

Aquí, ningún organismo con poder real político o económico ha presionado para que los involucrados asuman las consecuencias de sus acciones.

Aquí, ni esperanzas que reconozcan su error y pidan perdón.

Aquí, para acabar rápido, suele no haber consecuencias para nadie que simplemente tenga poder, ya no diga prestigio y menos diga que sea apoyado por el presidente.
Dígame si el caso Wolfowitz no es como para suspirar de envidia

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* Integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.
07/CL/GG

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