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Las mujeres en el Congreso

Por Sara Lovera López

Los resultados electorales del 6 de julio fueron para las mujeres, en más de un sentido, positivos.

Tres aspectos principales me hacen llegar a esta conclusión: que por primera vez, desde que logramos el voto ciudadano, el crecimiento porcentual de bancas para las mujeres fue de más de 100 por ciento respecto de la legislatura anterior; que en esta legislatura —tras 12 años de experimentos—, exista un puñado de diputadas claramente feministas y comprometidas con las mujeres y, finalmente, que éstas llegan con una agenda clara, que tiene antecedentes y con muchas tareas.

Un dato adicional, también positivo, consiste en la decisión de las diputadas de discutir, dentro de cada uno de sus partidos y entre sí, para continuar avanzando en la agenda de las mujeres que fue diseñada hace ya algunos años, en 1991, cuando se llevó a cabo la Convención Nacional de Mujeres por la Democracia.

Después vendrían otras iniciativas (el Plan de Igualdad de Oportunidades, la Asamblea Nacional de Mujeres), pero también las escisiones, nuevas propuestas, y caminamos otro trecho, el Parlamento de Mujeres y las Asociaciones Políticas Nacionales de corte feminista.

En las recién pasadas elecciones, además, concursó un partido nacido de las entrañas de una de las corrientes feministas que también abonó a los resultados positivos.

LA TAREA DE LAS DIPUTADAS

Y a pesar de estos datos positivos, tenemos que decir que las 116 mujeres que ocuparán sus curules a partir del primero de septiembre próximo, tienen frente a sí un gran desafío, ya que serán las protagonistas principales y coadyuvantes de la continuidad o la parálisis definitiva de la Reforma del Estado y el ansiado proceso de transición democrática —como le han llamado los nuevos tecnócratas de la política. Mujeres que están llamadas a jugar un papel central en el proceso de cambios estructurales en México.

Un análisis más fino nos indicaría que a pesar de la atomización del movimiento feminista, de las contradicciones, de la pérdida de líderes y de iniciativas a causa de los procesos electorales de 1997 y 2000, la Ley de Cuotas de abril del 2002 rindió sus frutos.

Quisiera centrarme en una discusión que se abrirá en los próximos meses y que puede ser fundamental para el movimiento feminista mexicano. ¿Son las elecciones y el cambio de leyes la mejor vía para el logro de nuestros objetivos?, pregunta semejante me he hecho cuando el movimiento hasta pierde la respiración emocionado con el cabildeo y las relaciones con alguna de las agencias del Estado o los organismos internacionales.

Las recuerdo en sus pláticas con el Banco Mundial o formando parte de los 19 comités ciudadanos de la actual administración, mientras las políticas sociales se convierten, cada vez más, en asistencia y los presupuestos a la salud se achican día a día, a tal grado que los costos para la población son prohibitivos.

Veo como se invierte energía en «arrastrar el lápiz» para enmendar cada párrafo, artículo, interpretación de una futura ley. En fin, me sigo preguntando si vale la pena. Las compañeras feministas que llegarán al Congreso dicen que sí, que el Congreso es la tribuna política por excelencia. Si es así, entonces, ¿cuáles son los retos?

De ahí la pregunta sobre la discusión fundamental. Los resultados electorales muestran la capacidad del viejo partido gobernante, el de los más de 70 años en el poder, para recomponerse, no sólo con el aumento de su presencia electoral. El PAN bajó sus bonos, perdió curules y credibilidad, pero está realmente compitiendo casi de tu a tu con el expartido gobernante.

La social democracia representada por el PRD bajó levemente el porcentaje de simpatías, si se le compara con los resultados del año 2000, pero quedó casi igual: seis millones de votos.

PANORAMA POCO ALENTADOR

Quizá por ello podamos decir que las alternativas de un gran trabajo en la Cámara no parecen muy favorables. Los dos partidos —el gobernante y el histórico del siglo XX—, han mostrado, en el pasado, una unidad de intereses en cuestiones como la economía nacional, el reparto de la riqueza, la participación en el mando del mundo global y sólo tienen diferencias de matiz en cuestiones que a las feministas nos interesan de fondo: laicismo, aborto legal y educación sexual. Con el PRI las feministas pueden hablar, coinciden, con el PAN nada.

Lo que no podemos negar es que panismo y priismo coinciden entre sí en todo lo demás que afecta a las mujeres: en su anti democracia, en la violación a los derechos humanos, en su anticomunismo militante, en su capacidad para aliarse con el gran, pequeño y mediano capital de México e internacional y en su entrega militante a los Estados Unidos.

Las diferencias de matiz siguen siendo importantes. Pero podemos confundirnos. Con los perredistas el feminismo tiene una relación difícil y apasionada. Ahí están, a veces en la dirección del partido, mujeres feministas consecuentes con su feminismo.

Fue el primer partido, en la época reciente, que colocó en sus estatutos la cuota de participación femenina en todos sus órganos de dirección; que además promueve y acompaña sin reticencias muchas de nuestras iniciativas. No obstante el PRD ha sido inconsecuente, chapucero y tiene en su seno una corriente antifeminista militante.

Lo más grave de este partido es que empieza a tomar el lugar que antaño ocupaban en el Congreso los integrantes de un viejo partido llamado Partido Popular Socialista, cuya presencia legitimaba el sistema de partidos que quería el PRI. Hoy el PRD, el Verde Ecologista, el Partido del Trabajo y Convergencia se parecen cada día más.

FUERZA Y PRINCIPIOS PARA EL CABILDEO

Cuando en la Cámara de Diputados los temas a debatir sean el petróleo, la hacienda pública e indígenas, las mujeres legisladoras van a requerir más que un movimiento propositivo y capaz de mostrar sus mejores armas de cabildeo. Van a requerir, de fuerza, de gran imaginación y de principios.

Por una excepción más de aborto yo sería incapaz de entregar el poco petróleo que queda para los mexicanos, pienso. No sé que haría si a cambio de mejorar la Ley de Cuotas se me pasa por encima la desestructuración de la industria eléctrica y el despido masivo de miles y miles de trabajadores.

No, yo no sabría qué hacer, pero si sé que tendríamos que hacer todas juntas, es decir, empujar cambios democráticos y económicos que favorezcan a las mujeres, sin quitar el dedo del renglón para aumentar las excepciones del aborto y la mejora del Cofipe.

Me parece que se necesitará de una sabiduría colectiva que, en pares, se comprometa con este puñado de feministas, donde los liderazgos femeninos, es decir, en cuerpo de mujeres harán sombra, como se dice en los refranes mexicanos: «nos impedirán ver el bosque porque como árboles son demasiado grandes».

En efecto, pienso en Elba Esther Gordillo, apoyada ahora por Carlos Salinas y su discurso doble, bilingüe se diría; pienso en figurones con mucha experiencia como Socorro Díaz, también salinista pero ahora en el PRD; no puedo dejar de pensar en el discurso de Rebeca Godinez, del grupo priista mexiquense enfrentado al grupo del jefe priista Roberto Madrazo.

Tengo que decir que en el pasado el movimiento feminista creyó que era buena aliada Elba Esther, aliada, pero de Martha Sahagún; en otros años se esperaba mucho más de Socorro Díaz subsecretaria, a quién le tocó justificar los asesinatos de zapatistas en Chiapas y las razones de su levantamiento; en fin que la real politik nos cuestiona.

Pero todo esto no significa que perdamos la alegría de haber conseguido una bancada feminista en la Cámara, que finalmente también tendrá que observar y, tal vez, aliarse con algunas panistas cuyo principal pecado es ser conservadoras e ignorantes del feminismo.

Algunas, quizá, a estas alturas, como muchos de sus compañeros, ya aprendieron a coincidir con el PRI. Está realmente difícil el panorama, pero también inquietante y de pronóstico indefinido. El 2006 por favor no lo olviden, será trascendental en la arena de la Cámara, aún antes que la comisión especial para el caso de Ciudad Juárez.

* Directora general de CIMAC

2003/SL/MEL

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