Símbolo de belleza o agresión -como garras- y de la espiritualidad, las uñas son la parte final de los dedos en manos y pies.
Como elemento de belleza hacemos con ellas una y mil cosas: darles forma, recortarlas, combinar tonos distintos opacos o brillantes. También son una muestra de limpieza y la forma como aseamos nuestro «yo soy corporal». Hay quien las deja crecer para darles uso práctico al pelar una naranja, rascarse para calmar la comezón, limpiar la cerilla en los oídos.
Formadas por tejido duro, desde la relación cuerpo-mente y como uno de nuestros puntos corporales más extendidos, las uñas representan el núcleo interno del ser humano y su energía espiritual.
Pueden verse afectadas, según Debbie Shapiro, «cuando la propia actividad o dirección en el mundo discurre por cambios o trastornos, y nos resistimos o tenemos dificultades para negociar esos cambios» (Cuerpo mente. La conexión curativa, 1991).
Son hipersensibles también cuando se encarnan –uña enterrada—, aparece un molesto «padrastro» o un hongo resistente. Nos damos cuenta entonces de su presencia y utilidad. ¡Qué tal el dolor cuando sufrimos un daño por un machucón o nos quitan una uña!
Como en otras partes del «yo soy corporal», las uñas son para la medicina oriental un elemento importante para conocer el estado de salud físico y emocional.
Así con forma triangular hablarán de una personalidad de constitución yin, por el contrario las redondas tendrán constitución yang. En las cuadradas habrá presión arterial alta y constitución fuerte.
Al presionarlas y comprobar con que rapidez vuelve el color rojo podremos saber, además, la calidad de nuestra circulación (Wataru Ohashi, Cómo leer el cuerpo, 1995).
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2005/CV/SJ
