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Luz de esperanza

Por Cecilia Lavalle

Para Lydia Cacho, una luz de esperanza.

Cada año, desde hace varios, me acerco a esta fecha con la secreta ilusión de que no sea igual o peor a otros años. Atisbo el día 25 con la ilusa esperanza de que la estadística comience a ir hacia abajo. Sí, ya sé, es un absurdo. Las notas de todos los días del año dan cuenta de lo contrario. Pero no puedo evitarlo y llegó con esa absurda ilusión y termino el día con el corazón apretujado y la sensación de estar en un territorio en guerra perdiendo la batalla.

25 de noviembre, Día Internacional Contra la Violencia Hacia las Mujeres. Día que las organizaciones feministas establecieron en el calendario para llamar la atención respecto a las agresiones que padecen millones de mujeres en el mundo por el simple hecho de ser mujeres. Día de actualizar datos, de hacer sumas porque aún la situación no alcanza para hacer restas. Día de números rojos porque la gravedad de los hechos no permite utilizar tinta negra o azul o siquiera verde que es el color de la esperanza.

Una de cada tres mujeres en el planeta a lo largo de su vida ha sido golpeada o forzada a tener relaciones sexuales contra su voluntad. En el sureste asiático un millón de niñas son asesinadas muy poco después de nacer o antes de cumplir un año por pertenecer al sexo femenino. En Pakistán 500 mujeres son asesinadas anualmente por alguna razón de «honor» familiar. En la India cada seis horas en promedio se quema viva a una mujer o se le golpea hasta matarla también por asuntos de «honor». En Estados Unidos en promedio cada día son asesinadas tres mujeres por sus parejas. En Guatemala más de 400 mujeres han sido asesinadas en este año.

En México cada 18 segundos es violada una mujer, 47 de cada 100 mujeres padece algún tipo de violencia de parte de sus parejas. Tres de cada diez ha sufrido algún tipo de violencia alguna vez en su vida. Y claro, está Ciudad Juárez, está Sonora, está Quintana Roo.

En cualquier lugar del mundo hay mujeres que tienen el infierno en casa. Pero hay países plagados de infiernos, y en los que el infierno también está en una sociedad que legitima la violencia hacia las mujeres, que la avala por razones culturales, que la aplaude por cuestiones de «honor»; o que tiene instituciones que no procuran justicia, que encuentran la manera de justificar la violencia en base a la vestimenta o la actividad de las mujeres que la padecen, que en todo caso miran para otro lado.

Y ahí están las cientos de mujeres asesinadas en Juárez desde hace diez años. Y ahí están los sitios de Internet ofertando públicamente mujeres y niñas en el comercio sexual. Y ahí están los sitios turísticos paraíso de pederastas. Y para acabarla ahí está uno de los escritores encumbrados, Gabriel García Márquez, promoviendo su más reciente novela donde el personaje principal solicita a un prostíbulo una adolescente virgen para festejar sus 90 años.

Pareciera pues que las mujeres estamos en un territorio en guerra, pisando siempre sobre un suelo minado. Y datos como los que se dan a conocer el día 25 son como el recuento de las muertas en combate, de las heridas en una guerra a la entraron involuntariamente.

Pero en este día no todo es contar pérdidas. No falta la nobleza ni los heroísmos, esos que nos dicen que la guerra no está perdida, esos que representan la luz de esperanza.

Ahí están las miles de mujeres en todo el mundo que luchan para exigir que no haya ni una muerta más por causa de la violencia de género, que luchan por modificar las leyes de sus países, que luchan contra la indolencia de sus autoridades, que luchan para cambiar la vida de tantas, que luchan aún a riesgo de su propia vida para proteger a las mujeres que padecen violencia.

Yo tengo la fortuna de conocer a más de una. Y cuando pienso que la guerra está perdida me acuerdo de ellas y de su pasión y de su entrega y de su convicción de que otro mundo es posible y de su trabajo por hacerlo realidad.

Son ellas las que hacen que tenga sentido la frase de una hermosa canción que oigo en voz de Mercedes Sosa: «Quien dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón». Ellas son una luz de esperanza.

Apreciaría sus comentarios: [email protected]

*Articulista y periodista de Quintana Roo

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