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Madres y adolescentes inmigrantes

Por Fabiola Calvo

Llegar, vivir, trabajar… a Estados Unidos, Canadá o Europa sigue siendo el sueño de hombres y mujeres que no ven esperanzas para cumplir sus aspiraciones en la tierra de origen.

La doble moral de los países industrializados muestra el problema que les genera el aumento de la inmigración una vez cumplidas sus necesidades económicas de mano de obra barata y el aumento en la cotización en la seguridad social y que no obstante, según ellos, se devuelve con creces con los servicios sociales a que tiene derecho como educación de los hijos y el servicio sanitario. Ni más faltaba que fuese diferente.

Los movimientos migratorios como en tantos momentos de la historia, están revolucionando la geografía humana, casi siempre por las mismas razones de injusticia, pobreza o guerras en la que la responsabilidad recae siempre en los más poderosos, que aunque suene repetitivo hay que decirlo.

De tal manera que la situación pasa por resolver lo que está en el orden del día: la falta de integración de los inmigrantes, y no porque ellos no quieran sino por la falta de políticas que forme tanto al que recibe como al que llega.

Las pandillas de adolescentes ecuatorianos, peruanos, colombianos que están enfrentadas entre sí, en forma violenta, con armas blancas en diferentes colegios de la Comunidad de Madrid son una relojería de tiempo.

Educar no es hacer churros, implica un compromiso de la sociedad en su conjunto y de la educativa en particular constituida por educadores, padres y estudiantes.

El gobierno español prepara una «normalización selectiva» de los inmigrantes mediante oferta de trabajo en firme, pero, claro, con la necesidad de residencia y trabajo que tienen el casi un millón de irregulares, pasa por alto la letra que no es tan menuda.

Las madres, igual que sus hijos e hijas que van a un centro educativo pueden encontrarse en la primera etapa del proceso de la inmigración que pasa por la negación de la sociedad que la recibe, situación que ellas mismas y su comunidad inmediata desconocen.

Profundizar en los estudios sicológicos de expertos en la materia, popularizarlos entre los funcionarios, vecinos y distintos sectores sociales, promover el conocimiento de las distintas culturas en los barrios y explicar al que llega las características del mundo que lo recibe, parece una utopía y no es más que una urgencia para la integración.

Las mujeres inmigrantes deberían gozar de los derechos que le permitan conjugar su trabajo con la responsabilidad materna, pues en muchos casos son solas, solteras o separadas y que por su condición no gozan del entramado familiar o una red social.

Los cambios de vida en un país «extraño» y las marcadas prácticas machistas de los varones conducen a un periodo de crisis y desestructuración de la vida familiar de la inmigración.

Desde luego que ya muchas de las conquistas de la mujer son normativa pero que no parece que alcancen a las inmigrantes, fenómeno que debe ser motivo de preocupación real tanto para el movimiento feminista como para los diferentes actores implicados en la búsqueda de derechos o en la elaboración de políticas públicas.

*Periodista colombiana residente en Madrid, pemio 2003 La Mujer en la Unión Europea

2004/FC/LR

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