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Marta, lo peor de los dos mundos

Por Lydia Cacho

Hay quien piensa que es fantástico que la esposa de un gobernante, al llegar él al poder, comparta ese espacio con su consorte. Por otro lado hay quien cree que este asunto de las primeras damas es la simple apología del machismo, de las mujeres que como vejigas del marido y por el poder de éste, obtienen inmediata autoridad, respeto y admiración de un pueblo que no sabe ni de donde vienen ni a dónde van. Yo me uno a esta última percepción.

Las primeras damas fortalecen, en primera instancia, el mito de la mujer buena que dedica sus horas del día a la labor social y caritativa. Son la muestra de la ridícula dicotomía del matrimonio que ha sido típico. Él es el inteligente, el del poder que debe tener temple de acero para controlar a su país, su estado o su municipio; el «homo politicus» no se ocupa de bajezas como la caridad, la pobreza y el sufrimiento humano, para eso tiene a su mujercita, para que aburra al pueblo con discursos de sacrifico marital, de las dignas triples jornadas femeninas por el bien de la patria.

El asunto es que ni todos los hombres son inteligentes, ni todas las mujeres son buenas por naturaleza. Las hay, como los hombres, malas, mentirosas, insidiosas, misóginas, traidoras, corruptas, poco éticas e infieles. Y en el poder se les notan más las virtudes y los defectos a los dos.

Con la llegada a las librerías del libro La Jefa, de una seudoperiodista que encontró la mina de oro en la investigación a medias, en las supuestas declaraciones escandalosas y el chisme de alcoba sin fuentes fidedignas, descubrimos una faceta hasta ahora sospechada pero nunca antes probada sobre la verdadera personalidad de Marta Sahagún, la primera dama de México.

A sabiendas de que la autora es una amarillista profesional, Marta la recibió en su hogar, le dio una entrevista y con ella la posibilidad de que millones compren el libro para averiguar de qué se trata, en pocas palabras.

Marta domina los medios para entrar en los corazones de la gente ingenua que sufre con ella, porque «quieren dañar su imagen», pero sobre todo, por la regla número uno de la política: Estar presente en la boca del pueblo. «Marta también sufre: votos, Marta también ama: votos, la ex mujer de Fox odia Marta: votos.

Su hijo también se droga: votos.»

Casi al mismo tiempo que el libro arrasa en las librerías del país, Marta Sahagún sale a la platea con un doble discurso seudoliberal. La sobrina del Obispo habla de condones (aunque condiciona su uso «para que no se abuse»).

Habla de empoderamiento de las mujeres, como acceso al poder político, y no como lo que es: la búsqueda y obtención de herramientas y capacidades de cada mujer para superar las condiciones socioculturales inequitativas en que vive, tales como la violencia, la pobreza, el sexismo, etc.

Habla sobre SIDA, pero omite convenir públicamente a las y los diputados del PAN que se opusieron a aumentar recursos para la atención de las y los enfermos de SIDA, habla de las muertas de Juárez pero nada de la ineficacia de la PGR. En pocas palabras Marta es lo peor de los dos mundos.

Es la primera dama que merece respeto «ipsofacto» matrimonial con el jefe de la nación, y ejerce el liderazgo político sin un ápice de ética, porque el fin justifica los medios y si los medios son asumir una parte del discurso feminista, todo sea por el poder.

Es una verdadera líder política moderna, si pensamos que el liderazgo reafirma la capacidad de algunas personas para conmover, inspirar y movilizar masas para que actúen al unísono por un mismo fin: darle más poder a su líder sin ideología de por medio.

Si Marta nunca se hubiese casado con Fox, seguramente tendría una gran carrera política, tal vez diputada o senadora del PAN. Una dama ultraconservadora, ansiosa de poder, impositiva, cruel a veces y otras dulce y tierna, de eso no cabe la menor duda.

Si así fuese, su carrera política valdría tanto como la de cualquiera que haga el esfuerzo. Sin embargo es la primera dama, en un doble papel de subordinada bondadosa que accede a este poder que está tan determinada a adquirir, a costa de lo que sea.

Durante años las feministas hemos dicho que queremos «más mujeres en el poder», esto, claro está, basadas en el esfuerzo, la ética y las convicciones congruentes con el hacer cotidiano, y por supuesto, queremos más mujeres que sean honradas, que impulsen la equidad y los valores de la no violencia y la verdadera democracia, entre los cuales están los derechos sexuales y reproductivos de todas las mexicanas.

Marta, junto a otras mujeres que han atropellado gente y armado escándalos estratégicos escondidas detrás de la figura intocable del fuero de primera dama, son ejemplos para entender que las mujeres que ejercen el poder igual que los más corruptos hombres, violando sus principios y valores para llegar al poder y obtener fama y fortuna a toda costa, son producto de la cultura política machista.

Esa que reproducen hombres y mujeres y que daña terriblemente a la Nación. Ya hay pruebas suficientes para demostrar el daño político que puede causar una primera dama al país o a un estado, escudando, a conveniencia, su malicia y perversidad en el fuero matrimonial. Parece un buen momento para replantear el papel político de las parejas de los mandatarios por elección popular, de las tremendas Jefas. ¿No cree usted?

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2003/LC/MEL

       
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