Inicio Mi experiencia en un grupo espiritista

Mi experiencia en un grupo espiritista

Por Cuicuizcatl (golondrina viajera)*

«La psicología ha encontrado diversos estados de conciencia, bien diferenciados del estado normal, a los que se conoce como estados alterados de la conciencia o estados de disociación mental. Uno de ellos es el éxtasis o trance…. Una expresión divergente producida durante el éxtasis o trance místico se explica por la intromisión de las fuerzas sobrenaturales: espíritus o divinidades que se introducen en el cuerpo del individuo, se posesionan de él para actuar e intervenir en el mundo profano».
Antropóloga Silvia Ortiz Echaniz

México, DF, 13 dic 07 (CIMAC).- Había escuchado hablar de «médiums», gente que se comunica con los espíritus de los muertos. Se me hacía algo fantasioso, irreal…. hasta que los vi. La primera vez me costó mucho trabajo aceptarlo, acostumbrarme, verlo con naturalidad. Las siguientes veces fue más fácil.

Me invitó un conocido del grupo de danzantes, me dijo que en el momento en que yo me sintiera incómoda podía salirme, y que tampoco me sintiera comprometida a regresar porque él estaba allí, que el contacto con estas cosas es algo muy íntimo, es una elección muy personal.

Llegué un viernes por la noche. Desde la calle, la casa era como cualquier otra. Por dentro olía rico y había música suave. Me dijeron que en ese grupo hay sesiones de transmisión de la palabra (cátedra) los domingos, sesiones de curación los jueves y de oración los martes. A la que yo fui era una sesión llamada «de desarrollo». Se trata de un trabajo guiado, muy profundo, para ejercitar las capacidades de cada uno, especialmente la videncia.

Cuando entré, vi que era una casa azul de dos pisos, no muy grande. En la planta baja, el espacio de la estancia estaba ocupado por varias sillas, distribuidas en círculo. Debajo de cada una, había un recipiente con agua.

Antes de entrar, me dijeron que hay que hacer un «desalojo» de impurezas (energía negativa que trae uno de la calle o de su estado emocional) con el «bálsamo» que ahí preparan. Ya adentro, de pie ante mi silla vacía, me indicaron visualizar una pirámide. Luego, me senté en la silla para «habitar» mi pirámide.

Se cerró la puerta, nadie podía entrar ya. Éramos pocos, de seis a nueve personas, y la guía. A las otras sesiones del grupo acude mucha más gente, pero aquí, en «desarrollo», fuimos pocos.

Quitaron la música tenue de fondo y empezó la sesión. Nos indicaron corregir la postura y modular la respiración. Algunos, como la guía, entraron «en trance», dejándose habitar por espíritus de luz que hablan a través de ellos. Yo estaba con los ojos cerrados y empezaron a llegarme imágenes, muchas imágenes, bonitas… como sumergirme en otro canal, en un canal maravilloso.

Mi pirámide se transformó en una tienda como las de los indios de Norteamérica, estaba en el centro. Había un paso por el que no podía entrar, pero luego vi un puente sobre un río. Apareció una fogata frente a la tienda y dos manos amorosas, enormes, me transportaron ahí. Me vi entrando al fuego, sentí calor y mucha paz. Me fundí con ese fuego.

De nuevo aparecí en la tienda triangular, en el centro, boca abajo y con las piernas extendidas. La luz entraba a raudales por la punta de la tienda, hacia mi corazón.

Me convertí en gota de agua que flota en el cielo. Flotando, pasé por un valle, llegué a una alta montaña, penetré en la roca. Al centro había una cueva grande. Todo el ambiente era color ocre, con luz tenue. Sentí presencias en la pared, como si hubiera momias emparedadas, pero no las vi. También sentí presencias flotando.

Me acerqué a la presencia mayor, infundía respeto. Entonces la vi. Era un águila color café oscuro, imponente. El águila me envolvió con sus alas, me dejé envolver. ¡Fue tan grato!

De pronto aparecí inscrita en un triángulo de fuego, el abrazo fue intenso y prolongado. Luego, me vi inscrita en una estrella de cinco picos y envuelta por llamas bajo las alas protectoras del águila. Sentí paz, seguridad, armonía.

De nuevo estaba en el triángulo, que se transformó en montaña blanca. En la cúspide, afuera, se había posado el águila. Su pico tocaba sus garras, agachada, y tenía las alas extendidas horizontalmente como si fuera una letra «T» que corona la montaña.

Vi al sol en círculo resplandecer mucho arriba de ella. Yo me deslizaba gozosa de un extremo a otro de sus alas bajo los candentes rayos del sol.

Entonces escuché una voz del otro extremo de la estancia. Era el primer «hermano espiritual» en hacerse presente. Dio su palabra. Habló del amor de Dios a todos sin distinción. Sentí punzadas en la rodilla que tengo lastimada.

Luego vino el segundo hermano y dio su palabra. Habló de paz, de armonía, de plenitud. En mi rodilla sentía como si alguien presionara. Continué con visiones en la montaña.

El último hermano nos entregó un regalo simbólico, bellísimo. En mi rodilla sentí calor y alivio.

Cuando todos los «hermanos espirituales» que se hicieron presentes terminaron de dar su palabra y se retiraron, la guía indicó regresar: tomar conciencia de la respiración, mover poco a poco los dedos, finalmente abrir los ojos.

Por turno compartimos nuestra experiencia, lo que cada quien vio y oyó y sintió cuando estuvieron «los hermanos» presentes. Un compañero compartió su visión, diferentísima a la mía. La guía explicó el significado de los símbolos para él, y luego nos dio a todos pautas muy concretas para el crecimiento espiritual. Finalmente hicimos una oración y nos despedimos. En total fueron tres horas, de 7 a 10 de la noche.

Yo estuve casi año y medio en el grupo, pero no completé mi proceso; no logré hacer contacto con mi «hermano espiritual», mi guía, mi protector. Sólo un día sí lo sentí, de pie junto a mí. Su color era verde oscuro, envolviéndome. Sentí el gemido brotar en mi garganta, pero no salió ninguna palabra. Quizá me fui del grupo por miedo a lo que pudiera seguir….

* Autobiografía de una mujer en su búsqueda por una vida libre de violencia.

07/C/GG/CV

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