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Microcréditos federales, un engaño para las mujeres

Por Rafael Maya

Rutilia B. obtuvo hace medio año un microcrédito del gobierno federal por diez mil pesos, para comenzar su propio «changarro» en el barrio de Iztapalapa. Hoy, los recursos obtenidos de su panadería difícilmente le alcanzan para pagar los altos intereses que impone el gobierno. Además, lejos de «sacarla de la pobreza» como auguró el presidente Vicente Fox, su microempresa le aumentó el trabajo doméstico.

Rutilia B., de 38 años, divorciada y madre de dos hijas, es una de las cerca de 300 mil mujeres que en 2002 recibieron a través del Programa Nacional de Financiamiento al Microempresario (Pronafim), dependiente de la Secretaría de Economía, diversos créditos para impulsar algún pequeño negocio. Los montos de los microcréditos van de los 500 hasta los 20 mil pesos.

De acuerdo con la directora del Pronafim, María del Carmen Díaz Amador, en 2002 se destinaron 500 millones de pesos para proyectos productivos («microchangarros») de mujeres en todo el país.

Informó que 85 por ciento de las personas beneficiarias de ese programa son mujeres urbanas y rurales de escasos recursos. Advirtió que los «changarros» de mujeres «son una extensión de las labores del hogar», lo que se refleja en negocios relacionados con la cocina, la costura y las manualidades.

Los microcréditos otorgados a las mujeres tienen intereses de hasta el ocho por ciento mensual, y deben pagarlos en su totalidad en un término de 16 semanas para que mantengan su derecho a ser sujetas de crédito.

CHANGARROS: PANACEA FOXISTA

Las críticas del sector académico, organismos civiles de mujeres y legisladoras federales apuntan hacia la ineficacia, limitaciones y falta de integralidad del programa de microcréditos. Tales aspectos negativos, señalan, han impedido el mejoramiento real de las condiciones de vida de las mexicanas más pobres.

Proclamado por el mismo presidente Vicente Fox como instrumento eficaz contra la pobreza, el Pronafim, advierten expertos, aún no ha demostrado en la cotidianidad mejoras económicas que se reflejen en los bolsillos de las mujeres.

El 10 de noviembre, en Nueva York, durante la Cumbre Mundial de Microcréditos, el mandatario mexicano lanzó sin fundamentos sólidos, según algunos especialistas, una afirmación temeraria: «los microchangarros han reducido en tres por ciento la pobreza en México».

De inmediato, el economista Julio Boltvinik desmintió de tajo la certeza presidencial. Expuso con cifras y documentos que la presunta reducción de la pobreza en todo caso habría ocurrido entre 1998 y 2000. Es decir, antes del arribo de Fox a Los Pinos y por tanto mucho antes del arranque de su Pronafim.

Boltvinik, investigador de El Colegio de México, apuntó que por el contrario, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), instancia de las Naciones Unidas, la pobreza y la indigencia en México aumentaron durante el periodo 2000-2002, ya en tiempos de los «microchangarros».

ESCEPTICISMO

Daniel Lund, presidente de Mund Américas, empresa especializada en investigación en demografía global, expresó su escepticismo por la declaración triunfalista de Vicente Fox. Consideró que aún no existe un análisis profundo, ya sea del propio gobierno, la academia o la iniciativa privada, acerca del impacto en la economía mexicana del programa de microcréditos.

«Aún no hay estudios ni manera de medir» si realmente el Pronafim ha contribuido abatir la pobreza entre la población, sostuvo. Sobre su impacto entre las mujeres, advirtió que dicho programa es un «subsidio disfrazado para los hogares de los grupos marginales».

Lund explicó que los préstamos son insuficientes para impulsar un pequeño negocio que sea redituable. Agregó que los créditos «se malgastan» al enfocarse a resolver necesidades básicas en el hogar como salud o alimentación, y no para atender una microempresa.

Ubica como uno de los primeros efectos del Pronafim a «la saturación del mercado informal», que tiene como consecuencia que la mayoría de las mujeres pobres tiene mayor dificultad para establecer un giro rentable en medio de la creciente competencia.

Para el también doctor en derecho por la Universidad Católica de Los Angeles, las microempresas de mujeres «son ágiles pero frágiles», ya que pueden responder rápidamente a una demanda de servicios o productos en las comunidades.

Pero al mismo tiempo, las microempresas son frágiles ante las condiciones del mercado, la falta de infraestructura, el tiempo absorbente que se les dedica a ellas, y los trámites burocráticos, muchas veces corruptos, que tienen que realizar las propietarias para tener los permisos para que funcione su changarro.

SOBRECARGA DE TRABAJO

Rutilia B., quien prefiere omitir su nombre completo por la preocupación de que el gobierno le deje de dar «su dinerito» para ayudarle a mantener su pequeña panadería, manifiesta cansancio en su rostro. A pesar de su juventud, su largo cabello negro ya deja entrever bastantes canas.

La panadería está abierta de siete de la mañana a nueve de la noche, pero desde las cinco de la mañana Rutilia y una de sus hijas, Patricia, de 16 años, comienzan a hacer el pan de dulce y los bolillos. No tiene ninguna persona que le haga el quehacer, y el tiempo de las labores domésticas y la atención del changarro se reparte entre Rutilia y sus dos hijas.

La presidenta de los Puntos Focales de la Red de Mujeres Líderes de la Asociación Asia Pacifico (APEC), Magdalena García, en su estudio «Las empresarias mexicanas» expone que, de acuerdo con información del INEGI, las microempresarias trabajan 25 horas más a la semana, en promedio, que las mujeres que no participan en el mercado laboral y quienes trabajan, en promedio, 10 horas más a la semana que los hombres.

Sin embargo, aclara, esos datos no incluyen las horas que las microempresarias dedican al cuidado de enfermos crónicos y ancianos, ni para el trabajo de gestoría comunitaria. Así, la sobrecarga de labores para las microempresarias sería mucho mayor, con daños a su salud física y mental, la de sus hijas, hijos y demás familiares.

Magdalena García, quien ha realizado trabajo comunitario con mujeres del Movimiento Urbano Popular, apunta en su investigación que actualmente en México 12 millones de personas se dedican a las actividades empresariales de manera individual, familiar, «o con sociedades de diferentes formas».

De ese gran total, el 30 por ciento, alrededor de 3.6 millones son mujeres. El 87 por ciento de las empresarias están en las microempresas, que tienen de dos a cinco empleados.

Las microempresarias están en servicios diversos, comercio y manifacturas. Sus ingresos e instrucción son inferiores a los de los hombres. El mayor porcentaje de ellas tiene entre 30 y 39 años de edad, y se observa «cierta tendencia» a la incorporación de mujeres cada vez más jóvenes.

TRABAS Y MÁS TRABAS

La también integrante del Consejo Consultivo del Inmujeres indica que 80 por ciento de las iniciativas productivas de hombres y mujeres en el espacio urbano, «no son resultado de su vocación empresarial, sino de la necesidad de complementar o sustituir ingresos para vivir o apenas sobrevivir».

Añade que son una opción ante el desempleo, los bajos salarios, el deterioro de las prestaciones laborales y el creciente número de hogares encabezados por mujeres, «situación derivada de la migración de los varones en busca de fuentes de empleo».

Por otro lado, diputadas federales de la Comisión de Equidad y Género, como la priísta María Elena Chapa y la perredista María de los Ángeles Sánchez, han criticado a la Secretaría de Economía por los programas de microcréditos y sus efectos en las mujeres.

Han denunciado que tales programas «son inaccesibles para las mujeres» debido a sus reglas de operación, o en todo caso sólo dan preferencia a «las mujeres líderes».

Al mismo tiempo han advertido a la dependencia que con estos microcréditos «no debe esclavizarse» a las mujeres para que únicamente pongan changarros en los que ellas mismas son las productoras de gelatinas o de tortillas.

Las legisladoras reclaman que, por el contrario, deben generarse otro tipo de estrategias para que ellas obtengan ganancias de sus micronegocios. Es decir, que tengan instrumentos para crecer y no nada más para subsistir.

PROPUESTAS

La profesora investigadora Magdalena García propone reformas integrales e incluso estructurales en los ámbitos laboral, educativo y de uso del suelo que favorezcan la creación de espacios productivos apropiados dentro del hogar, o en el sector salud, respecto al tiempo y espacios de atención de las y los enfermos, para que los programas de microcréditos beneficien de manera efectiva a las mujeres.

Pide que los programas tomen en cuenta las condiciones educativas y hasta reproductivas de las mujeres, las cuales las mantienen en los roles tradicionales dentro de sus familias.

«Se requiere de paquetes coordinados de programas para atender los distintos factores que inciden en cada una de las etapas del proceso empresarial», añade. A su vez, tiene que haber mayor formación y capacitación que elimine la inexperiencia de las mujeres en cuestiones empresariales.

De su lado, Gloria Águeda, directora de la microfinanciera Desarrollo Autogestionario, con sede en Xalapa, Veracruz, y que participa en el Pronafim, asevera que «el crédito por sí solo» no es suficiente para combatir el complejo problema de la pobreza. Asegura que debe vincularse al ahorro.

De lo contrario, lamenta, «estaremos contribuyendo nuevamente al paternalismo y la dependencia del crédito».

       
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