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Mujeres al borde de la ciudadanía

Por Yolanda de la Torre

México, siglo XXI. La lucha por la ciudadanía plena de las mujeres ha tomado dos siglos. En 1953 ganaron el derecho a votar y obtener puestos de elección popular, pero éste se ha convertido en un derecho a medias del que miles de mujeres son excluidas en varios órdenes de la vida social y económica de nuestra nación.

Las primeras sufragistas mexicanas comenzaron su lucha a mediados de 1800 y abrieron camino a miles de mujeres. A partir de entonces, no se les regaló nada. El derecho a votar y ser elegidas para puestos de representación popular, que finalmente obtuvieron el 17 de octubre de 1953, hace ya 52 años -durante el mandato del presidente Adolfo Ruiz Cortines- fue un largo camino recorrido hombro con hombro.

Hoy, en el 2005, ni el proceso de democratización que se ha llevado a cabo en el país ni las transformaciones estructurales del Estado han modificado de manera significativa la participación de mujeres en todos los ámbitos. Es cierto que ahora se les ve como deportistas, científicas, artistas y políticas relevantes, pero su acceso a estas esferas es reducido.

Tan solo en el ámbito político, por ejemplo, de 1964 al 2001, de un total de 758 senadores, 84 fueron mujeres y 566, hombres. En los congresos locales, la participación de las mujeres fue mínima: 14.5 por ciento. Ese mismo año, el total nacional de diputados era de 1096; 937 eran hombres y 159 mujeres. Por mayoría relativa, el porcentaje fue de 87.6 para hombres y 12.4, para mujeres, y por representación proporcional, 82.2 para hombres y 14.5 para mujeres. Las diferencias en las cifras son contundentes.

LA CIUDADANIA, ¿PLENA?

Tras la Revolución -en la cual las mujeres lucharon palmo a palmo con los hombres y compartieron con ellos las vicisitudes del movimiento armado- la Constitución de 1917, que actualmente nos rige, no negó la ciudadanía a las mujeres, pero tampoco se las otorgó expresamente: sólo se refería a los varones. El resultado fue que pasaron 36 años antes de que las mujeres pudieran ejercer el voto por primera vez, lo que sucedió en 1955.

Pero la ciudadanía plena no se refiere únicamente al derecho de las mujeres de votar y ser votadas, sino a que tengan una buena calidad de vida que les permita ejercerlo. En palabras de la doctora Griselda Gutiérrez, investigadora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM: «fue un gran avance formalizar el derecho de las mujeres a la participación política, pero este reconocimiento no ha ido de la mano con una equidad real y una real inserción de las mujeres en otros planos».

Es cierto. Las mujeres que viven en extrema pobreza; que mueren por enfermedades curables, por mala atención del parto o a causa de la violencia que cotidianamente se ejerce contra ellas en las calles y en los hogares; que no tienen acceso a la educación y desconocen sus derechos civiles y ciudadanos, difícilmente pueden ejercer plenamente su ciudadanía.

Por su parte, indica la senadora perredista Leticia Burgos: «no habrá ciudadanía plena hasta que se hayan abatido los rezagos sociales, económicos y culturales que afectan a las mujeres; ése es el desafío, el eje de nuestra lucha; traducir la ciudadanía en beneficios concretos: salarios, prestaciones, mayor salud. Sin esas ventajas para las mujeres, no habrá democracia».

LAS TRINCHERAS POLITICAS

Entre las décadas de 1930 y 1940, desde diversas trincheras, las feministas que luchaban por el sufragio hicieron visible su intención de ejercerlo plenamente. Las más tozudas, las rebeldes de siempre, aunque sabían que no se les permitía, se formaban en las filas de las casillas e incluso votaban, pero sus boletas eran anuladas.

Ellas no se rindieron: en 1935, comunistas y militantes del Partido Nacional Revolucionario -hoy el PRI- fundaron el Frente Unico Pro Derechos de la Mujer y dieron batallas históricas. Dos años después, Lázaro Cárdenas presentó una iniciativa para otorgarles el voto, pero no prosperó en el Senado. Fue en 1955 cuando llegaron las cuatro primeras mujeres a la Cámara de Diputados, y hasta 1963 cuando alcanzaron la Cámara Alta.

De acuerdo con el Indice de compromiso cumplido México 1995-2003, el mayor rezago de las mujeres mexicanas está en el área de participación y acceso al poder. La meta para mujeres en cargos de diputadas y senadoras es del 50 por ciento, lo que significa que se busca que ocupen la mitad de los espacios legislativos. Para 2003, hace dos años, esta meta se había alcanzado apenas en 27 por ciento. A este ritmo, la equidad de puestos de poder político se cumpliría en el año 2019. Faltan 14 años que para las mujeres serán muy largos.

MUJERES AL PODER

Si el acceso a los puestos legislativos fue difícil, la llegada a otros espacios de mayor peso político fue a cuentagotas. La primera en ocupar una secretaría fue Rosa Luz Alegría -la de Turismo- en 1980, es decir, 28 años después de que las mujeres obtuvieron la ciudadanía. Durante el sexenio de Salinas de Gortari, María de los Angeles Moreno fue secretaria de Pesca y María Elena Vázquez Nava arribó a la Contraloría. En el 2000, Rosario Green estaba al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores y Julia Carabias en la Semarnap.

Actualmente, otras mujeres han llegado a puestos de relevancia: por ejemplo, Claudia Scheimbaum es secretaria de Medio Ambiente; Josefina Vázquez Mota, de Desarrollo Social, y Patricia Espinosa está al frente del Instituto Nacional de las Mujeres. A ellas se suman muchas otras en diversos ámbitos, además de aquéllas que sin ser figuras públicas han contribuido a fortalecer la democracia.

En cuanto a gubernaturas, la primera en obtener una fue Griselda Alvarez, de Colima, en 1979; le siguió la priísta Beatriz Paredes, de Tlaxcala, en 1987; Dulce María Sauri fue gobernadora interina en Yucatán, en 1991; Rosario Robles se hizo cargo del Distrito Federal a partir de 1999, y actualmente sólo hay una mujer en ese puesto: Amalia García, en Zacatecas.

Al respecto, la senadora Leticia Burgos explica que en los últimos años ha habido logros sustanciales en el plano político, como las cuotas de participación en los partidos que impiden que haya una representación de más de 70 por ciento para un solo género; sin embargo, «esto no significa que haya un compromiso con los temas referentes a la igualdad de la mujer en todos los ámbitos».

CIUDADANIA EN CLAROSCUROS

Para la investigadora Griselda Gutiérrez, el papel de las mujeres en la sociedad mexicana reviste claroscuros, pues las medidas que se han tomado para brindarles una plena ciudadanía «son un discurso declarativo que no incorpora a cabalidad la participación femenina, la cual está marcada por impedimentos objetivos como la falta de una reforma social que las libere de la carga tradicional de sus labores -entre otras, las del hogar- para que puedan acceder a otros espacios».

Sin embargo, las mujeres cuya acción ciudadana es invisible también han contribuido enormemente a la búsqueda de mecanismos que den mayor amplitud a su participación en todos los ámbitos; son ellas, en buena medida, quienes han empujado a las otras -las que sí son visibles- a esos espacios.

Para Patricia Mercado, precandidata a la presidencia de la república para las próximas elecciones, por el Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina, «las famosas somos las políticas, pero son ellas quienes nos dan la oportunidad de estar el frente al educar a sus hijos de otra manera, al establecer nuevas relaciones igualitarias de pareja y al votar por nosotras. Sin ellas, sin su lucha en la vida diaria, no podríamos haber llegado aquí».

Hoy, en pleno siglo XXI, el desafío de lograr una sociedad mexicana justa, igualitaria y equitativa que otorgue les otorgue una ciudadanía plena continúa para todas las mujeres del país.

2005/YT

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