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Mujeres corajudas

Por Teresa Mollá Castells*

Así definía esta semana un periodista a dos mujeres que, a lo largo de la semana, han dado mucho que hablar. Se trata de la activista saharaui Aminetu Haidar que hoy inició su decimoctavo día en huelga de hambre y de María Luisa Muñoz Díaz, la mujer gitana apodada «La Nena». Curiosamente, ambas son luchadoras por los derechos humanos de minorías oprimidas.

En el caso de la primera, Aminetu Haidar, lucha por poder regresar a su casa, con sus hijos, con su familia, que vive en El Aaiún, sin que de momento, se perciba como una posibilidad inmediata, ni las gestiones del Gobierno de España con las autoridades de Marruecos den ningún fruto, mientras Aminetu, se consume en un habitáculo del Aeropuerto de Lanzarote, en su lucha por su dignidad como mujer saharaui con derechos humanos vulnerados por dos estados.

De nuevo es la lucha de la más débil contra dos Estados soberanos. Amitatu corre el riesgo de perder la vida, pero para ella, es mucho más importante su dignidad que su propia existencia sin esa cualidad, la dignidad como persona, como mujer con derechos reconocidos.

En el caso de María Luisa, «La Nena», el Tribunal Europeo de Derechos Humanos acaba de darle la razón sobre el cobro de la pensión de viudez tras casarse por el rito gitano. Su marido cotizó durante 19 años a la Seguridad Social, pero por no estar inscritos en el Registro Civil, al morir su esposo, se rechazó su solicitud de viudez. María Luisa es viuda desde el año 2000 y, aunque el Estado les reconoció la condición de familia numerosa, le negó su derecho a la percepción de una pensión de viudez. Ahora el Tribunal de Estrasburgo le ha dado la razón.

Estos son dos claros ejemplos de mujeres «corajudas» que, a lo largo de estos últimos días han aparecido en los medios de comunicación como referencia informativa, pero yo quiero dar un paso más allá y recordar a todas las mujeres que, con coraje, hacen frente cada día a sus propias condiciones vitales para sobrevivir en condiciones hostiles.

Y quiero, desde aquí, recordar a todas las mujeres que, como las Palestinas, viven situaciones de doble o triple ocupación en sus propios cuerpos, que, además son utilizados como campos de batalla.

O de las mujeres Afganas, las eternas olvidadas en aras de los compromisos políticos ya no sólo de quienes las gobiernan, sino también de las potencias aliadas y cuyas vidas valen menos que la de algunos animales. Además de verse recluidas del mundo sin tener derecho, apenas ni a respirar y ya no sólo por el Burka, sino por las condiciones sociales en las que se ven obligadas a sobrevivir.

O de las mujeres del África subsahariana que ven morir a sus criaturas de hambre, mientras las potencias occidentales les expoliamos sus importantes recursos naturales y además con todo tipo de estrategias les endeudamos cada vez más y les llevamos a guerras fraticidas en las que ellas, las niñas y mujeres se llevan la peor parte siempre.

O las mujeres de Guatemala o México, que ven morir a sus hijas jóvenes como parte de ritos ancestrales de hombres corruptos que únicamente quieren demostrar su poder imponiendo terror y muerte de centenares de mujeres-niñas en los últimos años.

O las niñas que se ven obligadas a renunciar a la educación para pasar a formar parte del ejército de criaturas esclavizadas para poder ayudar a sus familias a salir adelante.

O las niñas esclavas sexuales a las que las mafias del sureste asiático compran a sus familias empobrecidas hasta límites que desde aquí cuesta imaginar para poder así enriquecerse con ellas usándolas como simple carne que alquilar a turistas occidentales que practican el turismo sexual.

Y ya, sin salir de nuestra cómoda situación en medio del teórico bienestar que nos proporciona vivir en un Estado que forma parte del G-20, nos encontramos con que los mayores índices de empobrecimiento ya antes de la crisis y ahora agravados por esta, los tienen las mujeres, sobre todo las mujeres más mayores y viudas que han de sobrevivir con pensiones irrisorias para el teórico grado de bienestar en el que dicen que vivimos.

Afortunadamente existen mujeres corajudas en todas partes del mundo, pero el hecho de que lo sean no da derecho a los Estados a dejarlas sin derechos humanos como ocurre en demasiados lugares del mundo, como hemos comprobado así, a vista de pájaro.

El coraje de las mujeres da pingües beneficios a todos los Estados, y aunque sólo fuera por eso, por los criterios mercantilistas que rigen este mundo, deberían ser tratadas de una forma más digna.

Desde este espacio, quiero mostrar mi solidaridad y respeto para con todas ellas, las verdaderas parias de la tierra.

Teresa Mollá Castells
[email protected]

09/TMC/LGL

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