Inicio Mujeres de Atzompa: desconfianza, indignación, miedo

Mujeres de Atzompa: desconfianza, indignación, miedo

Tras la violación y muerte de doña Ernestina, la amenaza de «los hombres de verde» sigue latente. En lo alto de las montañas de Veracruz, a más de 2 mil metros de altura, todo parece tranquilo. Y a primera vista, la comunidad nahua de Tetlacinga, municipio de Soledad Atzompa, regresó a la «normalidad».

Las mujeres reanudaron sus viajes por los caminos de terracería, a pie o en burro, para conseguir agua o leña. Algunos niños y adolescentes usan las relucientes bicicletas que el gobierno del estado les llevó hace apenas unas semanas.

Es un paisaje boscoso, frío, con pino colorado, ayacahuite, encino y oyamel. Al pie de las casas hay madera apilada. Los hombres salen con cautela para vender las mesas y sillas que fabrican. Y, aunque por ahora no creen que los militares del campamento roben en la comunidad, temen que haya represalias del Ejército.

«Si regresa el ejército qué vamos a hacer, no podemos irnos –se pregunta Miguel Castro-, nuestras mujeres y nuestras hijas se van a quedar solas y los soldados pueden atacarlas, como a la Ernestina».

Y es que en Tetlacinga, donde Ernestina Ascencio fue violada y torturada por los «hombres de verde» el pasado 25 de febrero, la melancolía asoma en los ojos de su familia y de aquellos que la conocieron.

Por su arraigo, esta mujer indígena de 73 años era líder natural en la comunidad. No fue raro por eso que, tras la agresión, el pueblo llorara su muerte y que más de tres mil indígenas se desplazaran y con palos, piedras y machetes expulsaran a los militares, presuntos responsables del asesinato.

«Las zonas indígenas son pueblos muy unidos», dice Pedro Montalvo Gómez, legislador oriundo de esta región, clasificada como de muy alta marginalidad.

«Son gentes muy organizadas que están tratando de salir adelante con su escasa infraestructura y sus creencias religiosas. Cuando hay hechos como éste, surge una gran indignación».

NO FUE LA PRIMERA VEZ

Los militares ya habían hecho de las suyas maltratando a la gente, confiesa el alcalde de Soledad Atzompa, Javier Pérez Pascuala.

«En Mexcala, el 2 de febrero, borrachos robaron la leña y destruyeron algunos huertos, fueron reportados a sus superiores, quienes los castigaron y pagaron los daños. Abandonaron Mexcala y se instalaron en Tetlacinga, el 22 de febrero».

«El día anterior a la violación de Ernestina –relata Rosario, su prima- los soldados corretearon a mi comadre y a sus dos hijas que iban a la casa de mi ahijado, en Ayacoaxtla. Tuvieron que correr mucho para llegar a la casa de Chucho y no ser atacadas por los soldados».

La situación en la zona era delicada por la presencia de los soldados. Niñas y jóvenes se enfrentaban al temor diario de ser perseguidas por ellos y se sentían obligadas a caminar hasta dos horas para llegar a sus escuelas en Huitzila o en la cabecera municipal de Atzompa. Ahora no quieren salir de sus casas.

Los soldados son como diablos, dice María, de Tepetitlanapa, municipio de Zongolica. «A mi sobrina la violaron y embarazaron los soldados, tenía 12 años. La OINSZ (Organización Indígena Náhuatl de la Sierra de Zongolica) la llevó a Miguel Alemán, pero a los dos días, como a las cinco de la mañana, como 20 soldados llegaron al jacal de la niña, espantando a toda la familia. Ella se tuvo que ir a Puebla, ahí nació su niña».

En Tequila y Astacinga es frecuente la denuncia de las mujeres que hablan de lo que significa que estén ahí los soldados: «Entran a las tienditas y se llevan lo que quieren, nunca pagan nada porque son del ejército. Hasta gallinas y leña se llevan a los campamentos».

Josefa Macario, de la comunidad de Teotlaco, explica: «La niñas tienen miedo, ya no quieren ir a las escuelas porque están asustadas, creen que los soldados o la gente extraña que pasa por aquí las va a atacar».

En efecto, al recorrer la comunidad, las niñas apenas se asoman. Se resguardan en sus casas de madera y piso de tierra. No quieren interrogatorios, no quieren hablar.

Por la migración, la mayoría de los habitantes son mujeres, niñas, niños y ancianos. La posibilidad de un ataque de «los hombres de verde» está latente.

ZONA DE CASTIGO

Aquí se vive en completa marginación, dice Carlos Mezhua Campos, secretario de Asuntos Indígenas del PRD. Hay 16 mil 392 habitantes, de los cuales 15,991 son indígenas. Las mujeres indígenas suman 8 mil 216 y casi todas hablan náhuatl.

«A estas zonas se les considera de castigo. Mandan a los peores maestros. Lo que ocurrió con Ernestina habla de cómo están los servicios médicos: en pañales, de menor calidad que en las zonas urbanas. El personal médico sólo atiende en horas de oficina. Ni enfermarse en la noche, menos en fines de semana».

En Soledad Atzompa hay 32 primarias y seis secundarias, con 3,280 alumnas y alumnos en los seis primeros años escolares, cifra que disminuye a 829 en secundaria, según el gobierno de Veracruz.

A esta situación se agrega ahora el miedo.

Así lo vive Lucía Macario Pascuala: «Después de que vimos a Ernestina tirada con mucha sangre, ya nadie quiere ir lejos a pastorear. Todas las mujeres tenemos miedo. Las niñas tienen miedo de regresar a la escuela. Antes los soldados las molestaban siempre. No podían quejarse porque nunca les creían nada».

¿QUÉ SIGUE?

Desde el día en que doña Ernestina no volvió a casa, sus hijas Marta, Juana y Carmen no son las mismas. Sus rostros reflejan cansancio y dolor, agotadas por la cortina de humo que envuelve el asesinato de su madre.

Las contradicciones en las declaraciones, comunicados y versiones de las instituciones y funcionarios sembraron en la gente la desconfianza.

Creyendo que se haría justicia, la familia y la comunidad de Mexcala, Tetlacinga y de los pequeños grupos dispersos en Soledad Atzompa aceptaron, por vez primera, la exhumación del cadáver de doña Ernestina. Abrieron las puertas de sus viviendas de madera, láminas de cartón y piso de tierra a «la gente de la ciudad que lograría castigar a los responsables de la muerte de la hermana mayor». Había esperanza de justicia.

07/LC/GG/CV

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