Inicio Mujeres migrantes: la ruta a la esperanza

Mujeres migrantes: la ruta a la esperanza

Por Marcela Toledo

Oaxaca es uno de los estados con mayor flujo migratorio hacia los Estados Unidos. Las mujeres han seguido la ruta hacia el sueño americano sin más armas que el dominio de su lengua, un poco de español, y sus manos listas para el dolor; algunas veces, con éxito.

Lo que diferencia a Eleuteria Olivera, de 43 años, de las demás mujeres de Oaxaca que viven en esta ciudad, no es su color de piel ni sus facciones. Ni su historia, porque la de la mayoría es similar.

Y aunque no habla inglés, sino mixteco y un poco de español, Eleuteria «ya la hizo» en este «otro lado».

Se casó en uno de tantos poblados llamados San Martín en Oaxaca, a la edad de 17 años, y tuvo tres hijos. Su marido emigraba cada seis meses a pizcar fresas en California y le enviaba dinero.

EL CAMINO AL OTRO LADO

En 1988 decidió venirse como indocumentada. Con sus tres hijos, uno «de pecho», y dos niñas, una de tres años y la otra de cinco, llegó a Tijuana, donde la hermana de su esposo la acompañó a pasar el cerro, sin necesidad de pagar coyote.

En cambio, sí pagaron 400 dólares por un «raite» de San Ysidro a Santa María, donde su esposo Filiberto Sánchez ya los esperaba. Vivían con un primo, sus hermanas y varios pequeños más. Todos en un departamento de dos recámaras.

«Era muy difícil con los niños. Trabajamos hasta que agarramos departamento yo y mi esposo. Nos alcanzaba nomás pa’ la pura renta. Y casi no nos alcanzaba para la comida. Pero preferimos darle un cuarto a mis hijos para que vivieran bien», recuerda Eleuteria.

LA PIZCA

La mujer, quien ahora tiñe su cabello de rojo y «rayitos», primero trabajó en la pizca de la fresa. Luego en la de la uva. Y después, en una empacadora.

De su temporada en la pizca salía con las manos, los pies, la cabeza y la espalda tan adoloridos que, cuando llegaba a casa «ni podíanos sentarnos para hacer del baño», comenta, pero en tres o cuatro meses se acostumbró.

En ese tiempo les pagaban 4.25 dólares por hora. Pero el dinero no les alcanzaba aunque trabajaban de sol a sol.

Como no podía pagar niñera para cuidar a sus hijos, se los llevaba al campo. Los dejaba encerrados en el coche y los tapaba del sol con cobijitas; a la hora del almuerzo les iba a dar de comer.

Cuando crecieron los dejaba solos en casa. Solitas sus hijas se iban a la escuela, pero al más pequeño se lo seguía llevando al campo, por temor a que se lo volvieran a empiojar.

APOYO ENTRE MUJERES

Con ojos húmedos, Eleuteria recuerda como la apoyó una maestra de sus hijas, quien le llevaba comida a los pequeños; ellos no comían hasta que la madre llegaba del trabajo.

«Me daba pena y a la vez alegría, porque ella, sin ser nada mío, me ayudó. Nos alcanzaba el dinero nomás pa’ pura renta. Y pa’ la comida y la ropa de los niños no se podía, porque ya eran cuatro».

Ahora Alex, el más pequeño, tiene 16 años; Max, 18; Roxana, 19, y Rubí, 23. Una está en la universidad y los demás en la preparatoria. Desde 1992 tienen su green card. Filiberto la «arregló» con la amnistía, y Eleuteria apenas recibió la suya en enero de este año.

«Aquí uno trabaja y sobrevive más que en Oaxaca. Allá no pagábamos renta, pero no teníamos pa’ la comida ni para vestir», dice la mujer, quien ha notado su transformación desde que llegó a los Estados Unidos a la fecha.

CAMBIO DE RUMBO

«He cambiado un poco. Ya tiene uno diferente vida. Ya sabe uno cómo está la cosa aquí. Nos estamos haciendo de nuestra casita; mi esposo tiene su propio trabajo, ya no andamos en los campos como antes», señala.

Eleuteria ya cumplió su sueño americano. Pero tiene otros más. Después de trabajar por 16 años ininterrumpidamente en la pizca, está tomando su año sabático y no trabaja. Quiere aprender inglés y cómo cortar el pelo.

También quiere ayudar a la gente que sigue llegando de Oaxaca, pues la mayoría habla sólo mixteco y nada de español. Por eso, a veces sirve como traductora en una oficina pública.

«No saben ni cómo defenderse ni cómo vivir. Aquí la vida es muy diferente de lo que uno conoce. Uno no va la escuela, porque llega directo a trabajar para mantener a la familia,»

LA OTRA VIDA

Desde que llegó a este país, Eleuteria ha ido varias veces a Oaxaca a visitar a su papá enfermo. Su mamá murió el año pasado. También fue. Pero desde que llegó a Santa María, tardó cuatro años para regresar a su tierra, hasta que consiguió permiso «para salir».

No sólo Eleuteria ha cambiado. Su pueblo tampoco es el mismo. Ahora tienen telesecundaria y una clínica. Antes caminaban hasta hora y media para ver al médico.

«Ahora hay línea de teléfono y calles pavimentadas», dice la mujer que ya no anda con miedo a «la migra». Ahora anda sin preocupaciones.

*Periodista mexicana emigrada a Texas, Estados Unidos. Integrante de la Red Trinacional de Periodistas México, Estados Unidos y Canadá.

Recuadro:

Remesas y milagros

Por Guadalupe Vallejo y Mónica Pérez

En el proceso de envío y recepción de remesas, las mujeres han adquirido especial importancia en el desarrollo económico de las sociedades rurales; son ellas quienes administran el dinero familiar, operan los proyectos productivos y deciden el rumbo de las remesas que reciben, sostienen las investigadoras Blanca Suárez y Emma Zapata.

Las investigadoras afirman que la transferencia de dinero que las y los migrantes envían a sus familias en el país constituye uno de los aspectos más relevantes de la reorganización productiva en las zonas indígenas y rurales con mayores niveles de migración.

En el libro Remesas, milagros y mucho más que realizan las mujeres indígenas y campesinas se precisan las nuevas funciones de las mujeres indígenas y rurales como jefas de familia, sostén económico temporal, administradoras y educadoras, inmersas todas en nuevo patrón de participación económica, política y social.

Las autoras analizan el desarrollo rural e indígena, los cambios de las relaciones de poder y el papel de las mujeres mexicanas en la generación de una riqueza comparable a la que se obtiene por la exportación, el turismo y la inversión extranjera.

En este nuevo escenario, las mujeres de diversos grupos indígenas, como las mixtecas, viven en «hogares trasnacionales» con lo que se plantea la reconfiguración de las relaciones productivas y familiares.

Asimismo, en cuanto al papel que asumen las mujeres en la recepción y administración de remesas y captación de recursos, México ocupa el primer lugar en Latinoamérica.

MUJERES DE LA MIXTECA

De acuerdo con información proporcionada por Leticia Martínez Legaria, integrante del Foro Nacional de Mujeres y Políticas de Población, 30 de la población femenina emigra de la región mixteca con destino a Estados Unidos, haciendo escala en Hermosillo y Sinaloa para trabajar como jornaleras.

La mayor parte de las mujeres que salen de su hogar para buscar el sueño americano son jóvenes de 16 a 26 años de edad, así como aquéllas que se encuentran en edad productiva, de 30 años o más. Esto propicia que en los poblados de la zona mixteca se queden las más desprotegida: las ancianas.

Sin embargo, como parte de este proceso, las mujeres que vuelven del extranjero brindan un mayor reconocimiento a las que se quedan, a esas mujeres que permanecen aquí, quienes cumplen una tarea aún más difícil: buscar en su tierra la consecución de su propio sueño.

06/MT/ MR/GV/MP/YT

Este Web utiliza cookies propias y de terceros para ofrecerle una mejor experiencia y servicio. Al navegar o utilizar nuestros servicios el usuario acepta el uso que hacemos de las cookies. Sin embargo, el usuario tiene la opción de impedir la generación de cookies y la eliminación de las mismas mediante la selección de la correspondiente opción en su Navegador. En caso de bloquear el uso de cookies en su navegador es posible que algunos servicios o funcionalidades de la página Web no estén disponibles. Acepto Leer más

-
00:00
00:00
Update Required Flash plugin
-
00:00
00:00
Ir al contenido