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Mujeres, una red contra la guerra

Por la Redacción

Si estuviésemos sentadas en un lugar cualquiera de este planeta –o hasta en otro–, quizá hablaríamos de nuestros sentimientos, de nuestras relaciones afectivas o de nuestro trabajo; pero no estaríamos preparando una guerra.

¿Por qué no tratar de imaginar sobre qué hablan en este instante ese grupo de dos, tres o más mujeres reunidas en alguna cocina, en alguna sala, en un jardín, en una esquina antes de hacer las compras de la semana, en una plaza del barrio, en una oficina cualquiera, en la sala de redacción de algún periódico, en un ministerio o en una cafetería?

Sí, yo quisiera saber sobre qué departen en este momento las mujeres de Estados Unidos. Estoy segura que la gran mayoría no quiere la guerra y, desde luego, no la está planeando. ¿Cómo van a olvidar la todavía reciente guerra en Vietnam?

A ellas no les consultaron, simplemente un día vieron marchar a sus hermanos, a sus hijos, a sus novios o a sus amantes; por eso pienso que quizá a ellas no les gustaría repetir la experiencia que hoy se llamaría Irak.

Muchas de ellas, como la actriz Susan Sarandon, han dado a conocer su no rotundo contra la guerra. En un manifiesto de amor, todas –o casi todas– pueden expresarlo al mundo.

¡Cuántas mujeres colombianas unen hoy sus voces para frenar el horror de su propia guerra y forman redes de paz y apoyar a los desplazados! Cierto, algunas son parte de los bandos armados, pero no son ellas las que diseñan las estrategias militares del ejército, de la guerrilla o de los grupos paramilitares.

Ellas, esas mujeres que participan en los bandos armados, a pesar de todo siguen amando, construyendo, criando a sus hijos y llorando a sus muertos. Entonces, también ellas podrían decir no a esa otra guerra que parece lejana.

Pienso que aquellas mujeres nigerianas que sintieron la solidaridad internacional para impedir la lapidación de Sofiya deben preguntarse cómo vivimos en el resto del mundo; pienso que a pesar del sometimiento por el poder ellas quizá se contarán sus sueños, sus sueños por el sexo masculino, sus sueños por la cultura. Ellas también necesitan del apoyo del mundo para darle fuerza a sus aspiraciones y luchas.

¿Qué hacer para convocarlas contra la locura de un hombre que la quiere hacer de sheriff contra el orbe?, por darle un calificativo no muy radical a quien llegó de manera tan dudosa a la Casa Blanca.

Las mujeres del mundo queremos la vida, deseamos la paz, anhelamos construir y, si alguien lo duda, aún podemos escuchar a las madres de la Plaza de Mayo.

Ellas aún siguen con los pañuelos como símbolo sobre su cabeza, buscando a sus seres queridos porque a unos los desparecieron y no les dejaron presenciar y sentir otro amanecer, y a otros, a algunas niñas y niños, sin vergüenza alguna los propios militares los adoptaron.

¿Y qué pensarán las mujeres europeas? ¿Qué pensarán esas abuelas que vivieron con dolor la crudeza de las guerras mundiales y les contaron a sus nietos lo que hoy parece historia, pero que reaparece en otra época y con otros actores?

Aún están frescos en la memoria los horrores del holocausto nazi y todavía continúan descubriéndose fosas del bando republicano en la guerra civil española. ¿Quiere algún hombre o mujer otra guerra si aún no se han curado de las viejas heridas? Es más, ni aunque las tuviesen curadas.

En otros lugares y otra gente, las mismas penas y los mismos dolores ¿Acaso no vemos casi a diario las imágenes sobre la guerra entre israelíes y palestinos? ¿Acaso no vemos casi a diario a las mujeres que, junto a sus hombres, luchan por un Estado, por el derecho a su tierra?

Ellas quieren que los países del mundo apoyemos la justeza de su causa. Pero ni ellos ni ellas quieren la guerra, menos aún cuando pueden convertirse en olvido; tal como ha pasado con el pueblo saharaui.

También las japonesa guardan con espanto en su memoria –¡y cómo no!– las bombas de Nagasaki e Hiroshima y las violaciones de los soldados durante la segunda guerra mundial.

En el recuerdo de sus vecinas, las chinas reposa asímismo el recuerdo de violaciones hechas por soldados japoneses en las luchas entre Japón y China. Ellas tampoco quieren la guerra.

La mujer ha sido un objeto, un trofeo de guerra; ha sentido el espanto y sufrido las consecuencias. Por eso ninguna guerra debería sernos ajena. Parar la guerra contra Irak de consecuencias impredecibles es un acto de vida y de amor por la humanidad.

Parar la guerra contra Irak es una urgencia que convoca a mujeres y hombres, pero hoy quiero convocar a quienes desde lo más hondo podemos unirnos sin distingos de credo, de religión o de posición económica y social para hacer un rotundo no a la guerra.

¿Cómo?, ¿de qué manera? La imaginación no tiene límites y la innovación tampoco. Las mujeres hacedoras de vida queremos la vida: una vida con dignidad, con derechos y con obligaciones.

Una vida para vivirla, y no es redundancia, en medio de infinitas contradicciones pero con la plenitud que nos dé la comunión con el cosmos del que somos parte mujeres y hombres.

       

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