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Por Aurora Sansores Serrano

A usted, como a mí, le debe encantar comprobar que las mujeres siguen siendo el motivo principal de la inspiración de poemas, canciones, amores y, por supuesto, suspiros al por mayor. Pero no podemos menos que preocuparnos cuando nos remontamos a las cifras, a esa cruda realidad que dan los fríos números, porque es en las estadísticas en las que irremediablemente se refleja la condición y las circunstancias que enfrentan en México.

Mucho hemos hablado sobre el tema, más es lo que han escrito, y no me refiero a los hombres, sino a las mujeres que siguen pugnando por hacer notar la presencia del sector, por dar a conocer su inteligencia y demostrar su preparación y capacidad.

Los avances han sido muchos, pero no suficientes; el camino a recorrer para alcanzar esa equidad tan deseada es aun bastante largo. La insistencia en pugnar por la creación de agrupaciones, comisiones y puestos exclusivos para mujeres, no son más que la confirmación de que aun requerimos de espacios especiales para ser tomadas en cuenta.

Y mientras sigamos permitiendo y recurriendo a esta práctica, no podemos vanagloriarnos de ello.

De acuerdo con información proporcionada por Comunicación e Información de la Mujer AC (CIMAC), la argentina Alejandra Massolo, especialista en políticas municipales y género en Latinoamérica, reconoció, que en el ámbito político, la lucha por lograr que las mexicanas sean tomadas en cuenta por los gobiernos municipales, tanto al ser electas como al instituir políticas públicas «es un terreno muy duro de trabajar».

De acuerdo con los datos presentados durante el Encuentro Internacional de Experiencias Públicas de Atención Integral a las Mujeres, convocado por el Instituto de las Mujeres del Distrito Federal y el Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (Unifem) en marzo del presente año, solamente hay un 3.2 por ciento de alcaldesas en los 2 mil 436 municipios mexicanos, porcentaje menor que en el resto de América Latina, con un promedio de 5.2 por ciento de municipios encabezados por una mujer.

Vale hacer un paréntesis en este punto para recordar que en Campeche el promedio es de 27.2 por ciento, ya que, de once municipios, tres son gobernados por mujeres.

La especialista consideró que en México, como el resto de América Latina, esta situación se debe a que las estructuras municipales son rígidas y primordialmente masculinas aún.

También recalcó «la lógica política mezquina y personalista de los actores políticos que desaprovechan y desconocen los esfuerzos, capacidades y logros de la gestión anterior, incluso en el mismo partido», lo que constituye un obstáculo para la continuidad de las políticas de género en el ámbito municipal.

Y continuó, en concordancia con mi visión: «se confunde con el hecho de crear por dedo o papel para crear una instancia que suele ser un instituto municipal», al tiempo que «las decisiones que se toman vienen por la voluntad, o a veces sin la voluntad, del alcalde o alcaldesa», por lo que insistió en pronunciarse en contra de que se introduzca un paradigma de mujeres como trabajadoras voluntarias.

La información indica que en ese mismo foro Alfredo González Reyes, subcoordinador del Informe Nacional sobre Desarrollo Humano de la Organización de las Naciones Unidas, destacó que «en México, las desigualdades entre los estados se profundiza en los municipios» y dijo a las 150 funcionarias, académicas y estudiantes presentes que representaban el Índice de Potenciación de Género (IPG) en el ámbito municipal.

Los indicadores de la ONU reflejan que la delegación Benito Juárez, Coyoacán y Miguel Hidalgo, de la ciudad de México, tendrían la menor desigualdad, en tanto que los 20 municipios con mayor inequidad de género están en los estados de Oaxaca, Veracruz, Puebla y Chiapas.

No podemos menos que pensar en esta realidad que pulsa en el país y que no sólo representa una violación a los acuerdos de equidad de género en el ámbito político y de servicio público, sino que es un insulto a una ciudadanía conformada mayoritariamente por mujeres, de acuerdo con los datos del INEGI. Pareciera que los hombres fueran educados por hombres; ésta sería la única justificación para que el machismo siga predominando en todos los ámbitos.

Con la necesidad de hacer un serio llamado, bien valdría la pena reconocer que el sector femenil tendrá que seguir bregando contra corriente en un mar masculino. Si bien la mayoría coincide en que la mujer es el núcleo de la principal célula de una sociedad, como la familia, me parece que esa misma mayoría no logra aún vencer la costumbre y es la que pone las limitantes y los obstáculos en el camino de las mujeres en México.

Insisto en que la educación familiar falla; por ende, son las mujeres quienes no quieren, no pueden o no saben cómo cambiar la cultura. Me ha tocado ver que el miedo al cambio estriba precisamente en la idiosincrasia heredada de madre a hija: «mi mamá decía…..» o «mi mamá hacía…»

En estadísticas generalizadas comprobamos que cada vez son más las mujeres que trabajan; algunas son cabeza de familia y otras aportan al gasto familiar. Sin embargo, esto no es visto como una cosa natural en un país en el que la Constitución consigna la igualdad de derechos para hombres y mujeres.

Por medio de los anuncios que se escuchan en la radio podemos comprobar que hay un alto índice de hombres que insiste en culpar a las mujeres de todos los problemas que enfrenta, incluyendo violaciones, y que no es capaz de darles el reconocimiento que merecen.

No puedo asegurarlo, pero presiento que los hombres, en el ámbito laboral, temen enfrentar a las mujeres en igualdad de circunstancias, y recurren al descrédito y a la minimización de las capacidades y la preparación del sector femenino.

La muestra mas clara de esta visión masculina está en el juego de mesa derivado de la aceptación del juego televisivo 100 mexicanos dijeron, que desde mi punto de vista refleja la opinión de la población.

En el resultado de la encuesta realizada con la pregunta ¿Cuál es el primer trabajo que consigue una mujer?, se constató el poco reconocimiento a la realidad actual que se vive. Las respuestas fueron escalofriantes: ninguno pensó en que el número de mujeres profesionistas se ha incrementado y, lo que es peor, las siguen viendo como seres humanos incapaces de acceder a una mejor preparación que la que se adquiere en las academias de las que salen con preparación técnica, si bien les va.

Júzguelo por usted mismo: 46 dijeron que era el de secretaria; 10, que el oficio de afanadoras; en tercer lugar, con seis opiniones, que el de ama de casa, y empatados con cinco menciones están los puestos de mesera y recepcionista. ¿Es que acaso no nos creen capaces de acceder a un mejor nivel de preparación académica? ¿O es que no se ha podido romper esa cultura de que la mujer sólo sirve para el hogar y que su futuro es el matrimonio?

No puedo soslayar el hecho de que aún hay mujeres que creen que su único fin es casarse y tener hijos, aunque el matrimonio sólo signifique cambiar de cueva y continuar siendo dependientes a pesar de que a veces se sientan ajenas y arrimadas al dedicarse a cocinar, lavar, planchar, cuidar a los hijos y limpiar la casa.

En realidad, la situación ha cambiado, en Campeche se puede ver el reconocimiento a las capacidades: en la administración estatal hay por lo menos cuatro mujeres que han demostrado su preparación y esto les ha ganado un puesto de importancia: Margarita Alfaro, Elisa Montiel, Rosalba Polanco y Ana Graciela Crisanti. Pero también hay que reconocer que el porcentaje aun no es comparativo ni equitativo con los puestos ocupados por hombres.

Decir que al menos se ha logrado algo suena a conformismo, y no podemos darnos ese lujo; retomo las palabras de Carmita Montero de Hurtado en su II Informe de Labores al frente del DIF estatal, que a la letra dice «cuando una persona sueña sola, todo se queda en sueños, pero cuando soñamos juntos, comienza la realidad»

No es conformismo lo que requerimos para seguir avanzando, como tampoco seguirnos cobijando bajo la vulnerabilidad; demostrar en el trabajo toda nuestra capacidad, pugnar porque cada día sean más las que tengan acceso a una educación superior, y dejar de aceptar premios por graciosa concesión. A las guerras se va con armas; las armas que necesitamos se adquieren en las escuelas, y debemos construir nuestro escudo con trabajo, aunque a veces nos dejemos ganar por el corazón.

Eduquemos para la vida. Desde la trinchera en la que nos encontremos siempre tendremos como compromiso indiscutible la educación de nuestra sociedad; hagámoslo inculcando el sentido de equidad, pensando en hacer hombres justos y mujeres capaces de desarrollarse. Soñemos juntos, enseñemos y construyamos una cultura de igualdad, y entonces estaremos sembrando para un país con futuro. No olvidemos que niño que no llora a los tres días apesta, porque el muerto y el arrimado no maman.

05/AS/YT

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