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Para variar

Por Cecilia Lavalle

Todas las señales lo indican. Las flores carísimas y las florerías a reventar. Las tiendas de electrodomésticos llenas y las ventas como pocas veces en el año. Ausencias laborales. Festivales lacrimógenos en las escuelas. No hay duda. Fue Día de la Madre.

Y si sólo para variar un día bajaran del nicho en que han subido a las madres. Si sólo para probar algo diferente una semana dejaran de exaltar a las madres como la octava maravilla del mundo. Si sólo para romper la rutina un mes las madres fueran consideradas sin el halo de divinidad con que se le suele envolver.

Tal vez, si eso sucediera, se entendería muy bien que ser madre representa un trabajo. Sí, un trabajo, como ser mecánico, enfermera, maestro, burócrata, piloto, abogada, soldado o astronauta. Un trabajo que requiere concentración, dedicación, entusiasmo, paciencia, esfuerzo físico y mental, responsabilidad, espíritu de servicio, honestidad. Sí, un trabajo como cualquier otro, con un ingrediente adicional, ser madre también implica un trabajo afectivo.

Pero, a diferencia de otros trabajos, no hay un horario establecido, no hay capacitación previa, no hay escalafón por el cual ascender, no hay sindicato, no hay salario, no hay prestaciones por las que negociar cada año, no hay un tribunal donde demandar malas condiciones laborales, no hay días festivos, no hay puentes, no hay fines de semana completos, rara vez hay vacaciones y no hay fecha ni sistema de jubilación.

Asimismo, a diferencia de otros trabajos, el de madre no se considera como tal, frecuentemente en casa no se ve ni se aprecia y, de hecho, en el rubro de la economía y de las estadísticas se le considera como «condición de inactividad». No obstante que suele ser la que más trabaja y menos duerme, la que tiene más tareas asignadas y poca ayuda; la que cuida a otros y rara vez tiene quien la cuide.

Vuelvo a preguntar. ¿Qué pasaría entonces si por un mes, digo para empezar, se le quita el conveniente halo de divinidad a la maternidad, se nos baja del nicho y se nos considerara total y completamente humanas.

Acaso el trabajo se considerara trabajo, por muy amoroso que éste sea. El sistema económico nos incluiría en el rubro de población económicamente activa, se pensaría en compensaciones, en apoyos institucionales, en esquemas de retiro voluntario.

Acaso el gobierno no regatearía ni un milímetro la creación de guarderías, y éstas no exigirían que la madre deba tener otro trabajo institucional, ni tampoco eliminarían la posibilidad de que sea el padre quien tenga derecho a ese servicio.

Acaso cada vez que una madre trajera a un bebé al mundo el padre tendría derecho a un mes de permiso por paternidad para compartir cada una de las muchas tareas que exige la atención de un ser pequeño y frágil. Acaso, incluso, cada pareja pudiera acudir gratuitamente a profesionistas expertos en cuidado y atención infantil para resolver las mil dudas que surgen desde el mismo instante en que el hospital lo pone en nuestros brazos y para apoyar a padres y madres en la educación de su descendencia.

Acaso los horarios escolares se diseñarían acordes con los horarios laborales de padres y madres. Y cuando esto no fuera posible se obligaría a las dependencias, comercios, empresas a diseñar esquemas que permita que las y los hijos de sus trabajadores y trabajadoras estén en un ambiente seguro, controlado y feliz.

Acaso fuera común que padres y madres compartieran las tareas cotidianas: tender camas, lavar trastes, lavar ropa, cocinar, barrer, trapear, sacudir, doblar la ropa, acomodar cajones, sacar la basura, atender y cuidar hijos/as. Y se compartieran asumiendo que es tarea de ambos.

Acaso se podrían fijar horarios laborales domésticos, de manera que la familia prevea las suplencias en los horarios de descanso de la madre y durante sus vacaciones, al menos dos veces al año, claro, y pagadas, por supuesto. Asimismo se tomarían providencias para cuando llegue el momento de su jubilación.

Acaso no se daría por sentado que el cuidado de las personas ancianas o enfermas de la familia le corresponde. Y cuando sea imperativo que alguien se haga cargo la madre será una más del resto de la familia en participar y sus horarios laborales y de descanso serán tomados en cuenta. Acaso también el gobierno construya magníficas casas de reposo gratuitas para quienes deseen pasar el ocaso de sus vidas con personas de su edad.

Sí, estoy segura que si nos bajan del nicho divino habría menos flores, menos obsequios electrodomésticos, menos poemas lacrimógenos, y más políticas públicas, más conciencia, más apoyos concretos, más equidad.

Apreciaría sus comentarios: [email protected]

*Periodista mexicana

06/CL/LR

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