Tras la segunda guerra mundial y los horrores del fascismo el mundo se cimbró. Nació la Declaración Universal de los Derechos Humanos como un marco posible para restañar las profundas heridas que provocó la existencia de los campos de concentración y el asesinato de miles de judíos.
El mundo «libre» pregonó su deseo de construir sociedades humanas y democráticas. Hoy sabemos el significado del respeto a la dignidad, la libertad y el desarrollo de las personas. La paz, sin embargo, ha sido pospuesta una y otra vez. Eso nos hizo ver cómo se pueden violar sistemáticamente esos derechos humanos establecidos en la Carta de las Naciones Unidas.
Las víctimas se cuentan por miles; son el resultado de un sistema que no abandona la idea de poder sólo posible a través del sometimiento y la barbarie.
Por eso la visita a México de la secretaria general de Amnistía Internacional, Irene Khan, es de una trascendencia mayúscula. Ella puso al descubierto las limitaciones con que se conducen los gobernantes y, lo que es peor, identificó cómo el tema de los derechos humanos está ausente de los debates políticos que anteceden a las elecciones presidenciales del próximo año en que, además, se renovará el Congreso de la Unión.
Y sin ambajes, Irene Khan en la Carta abierta a los partidos políticos mexicanos advierte que México está en una encrucijada porque las aspiraciones democráticas de todos los ciudadanos no encuentran un reflejo, ni tímido ni pálido, en el lenguaje, intención, deseo de los líderes que buscan un escaño en el Congreso o aquellos que ya están listos para la contienda presidencial.
Esa carta es dura y profunda. Es indicativa cuando afirma que «los líderes políticos deben convertir la retórica en acción concreta si es que México va a vivir una nueva época de derechos humanos». Ha sido exacta cuando señala que los partidos tienen un papel vital para esos derechos fundamentales, en un ambiente que Irene Khan define como sumamente difícil.
El examen que hace Anmistía Internacional es bien detallado. La impunidad es elevada para todos los delitos; la dignidad humana en México no es una realidad, y son los pueblos indios, las mujeres y los migrantes los principales receptores de este intolerable déficit.
Ese ambiente difícil y hostil, puede verse en la cotidiana iconográfica de la violencia y la arbitrariedad, el desorden, el cinismo y el desenfado de la clase política que no ve en el país más que un botín de beneficios, riquezas y prevendas. Irene Khan puso el dedo en la llaga.
La violencia exacervada contra las mujeres, el asesinato de muchas de ellas, la exclusión y marginación de las más pequeñas y pobres, como son las indígenas; la vida en privación y pobreza de miles y miles de mujeres que deambulan de la ciudad de México, como monolingües, a los centros de tráfico sexual, situación agravada por el crimen organizado y la discriminación, debería tener una atención central en el discurso y preocupación de fondo de los líderes que buscan representar a las y los mexicanos.
La tremenda ausencia que salta a la vista en spots, debates, programas, puntos y puntadas de las escasas propuestas para un próximo sexenio está evidenciando la pobreza extrema de quienes pretenden gobernarnos.
Pero, aún más, quienes toman la tribuna para hablar de «género» y «equidad», lo hacen desde el vacío, sin responsabilidad y sin emoción. El esquema tecnocrático de la equidad entre los géneros, difundido como programas de cine, se ha hecho costumbre en palabras, escritos, discursos y medios de comunicación.
Nadie se conmueve lo suficiente, a nadie importa la desigualdad, ni cómo ésta causa estragos en la vida concreta de las mujeres. Se las percibe como aparecidas en la arena pública, se las cuenta en la prospectiva de los votos se las usa como clientela y se las nombra al interior de una jerga demagógica y populista. Es tal la indiferencia de estos líderes que a veces ni se les nombra: ¿para qué?
Estamos, como dice Irene Khan, en una verdadera encrucijada donde la transición democrática se ha esfumado, mientras tanto aumenta la desazón y el sufrimiento. Y no sería irresponsable pensar que entre las marginadas de México habrá una respuesta indiferente ante esta competencia en que se invierten millones de millones de pesos, y donde la contienda puede derivar, como en otros tiempos, en una guerra salvaje entre hombres cuyas ansias de control y poder parecen infinitas.
05/SL/GM
*Sara Lovera es periodista mexicana, candidata al Premio Nobel de la Paz