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Princesas al trono

Por Lucero Saldaña

Cuando Hegel escribió la Fenomenología del espíritu y, más tarde, la Filosofía del Derecho, dejó claro cuál es el sentir más probado de ese tiempo: bien está la abolición de las estirpes porque pueden convertirse en dueñas del Estado; mal, concebir al Estado como un contrato y, peor aún, concebir al matrimonio como un contrato. La familia era la garantía del orden y en ella la separación de los sexos y sus funciones era el fundamento último e inamovible de la ética.

La misoginia romántica que también expresó Rousseau acerca de lo que varones y mujeres tenían derecho a esperar de la política fue decisiva para entender las claves del siglo pasado con dos territorios: el político-espiritual para los varones y el natural para las mujeres. Las mujeres heredaban la condena de Eva y su posición de inferioridad era resultado de la aplicación de la justicia fundamentada en el viejo discurso religioso.

Obviamente, la exclusión pudo mantenerse pero no sin el conocimiento de la existencia de las voces discordantes de las primeras reivindicaciones de Wollstoncraft, Gouges, Condorcet. Contra ellas se construyó el monumental edificio de la misoginia romántica como una manera de pensar el mundo que tuvo como fin reargumentar la exclusión. Así, la filosofía tomó el relevo de la religión para validar el mundo que existía e, incluso, para darle aspectos más duros.

El filósofo cuya misoginia evidente dejó impronta en el siglo XIX fue Schopenhauer: toda persona que en la segunda mitad del pasado siglo se consideraba medianamente culta lo tenía como una de sus lecturas de cabecera. Fue él quien señaló, en todo un discurso lleno de dislates, que las mujeres, el sexo inestético, debían mantenerse alejadas de toda voluntad propia y todo saber, y llegó a afirmar que: «la naturaleza quiere, como estrategia, que las mujeres busquen constantemente a un varón que cargue legalmente con ellas».

El arma contra la vindicación presentada en círculos elitistas preservó el que las mujeres fueran relegadas para ocupar tronos en muchos países en los inicios del siglo XXI. «La sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos», dice la Constitución española redactada en 1978, cuando los españoles emergían de 40 años de dictadura. Aunque no prohibía a las mujeres ascender al trono, como en Japón, se daba preferencia a los hombres.

Aíko es una princesa del Japón que podría convertirse en la monarca número 127 si queda legalmente establecido el derecho al trono de la mujer japonesa, cambiando las rígidas costumbres milenarias. Por otro lado, para un príncipe musulmán, la condición para casarse es que su esposa sea virgen: nunca se casaría con una divorciada; incluso, no lo haría con alguien que tuviera un pasado sentimental. Las esposas de reyes se ven sometidas al ostracismo de tal forma que nunca han salido a la luz pública; no se conoce su rostro, ni su identidad, ni nada. Los monarcas de los países árabes del Golfo mantienen a su madre, hermanas, hijas y esposas en espacios separados de la vida pública; sólo pueden salir de forma organizada.

Pero las perspectivas no son tan sombrías para todas las princesas actuales. Algunas monarquías liberales, como Suecia y Bélgica, confieren el derecho al trono al primer bebé que nazca, independientemente de su género. En otros países, como Gran Bretaña, puede reinar una mujer. Las monarquías europeas son más compatibles con una identidad femenina moderna y flexible, y celebran un auge en la natalidad entre la realeza: los últimos herederos de los tronos de Noruega, Bélgica, Holanda y Suecia son niñas.

Este año, las monarquías de Europa recibieron a dos mujeres que tuvieron una actividad pública: Leticia Ortiz, periodista y presentadora de televisión que se casó con el príncipe Felipe de Asturias; y Mary Donaldson, quien trabajó en publicidad y bienes raíces y se casó con el heredero al trono danés. Con la primera, al tener una niña como primogénita, se mueve el debate para modificar la Constitución Española. ¿Creeremos que la misoginia romántica será removida? Ante grandes cambios estamos; su fundamento es la igualdad entre los géneros.

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*Senadora por el Partido Revolucionario Institucional

05/LS/YT

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