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¿Qué me pasó?

Por Cecilia Lavalle

¡La culpa la tenemos nosotras! ¡Nadie más! Vamos por el mundo diciendo una cosa, proclamando una cosa. Empeñamos media vida en esas convicciones. Y de pronto, resulta que somos lo que no queremos, lo que luchamos por modificar. ¿Por qué? Porque educación es más fuerte que convicción.

Celia hablaba de corrido, sin parar y casi sin respirar. Ahí me tienen. Soy una feminista, ¿verdad? Ando por la vida reivindicando al feminismo como una lucha por la equidad entre hombres y mujeres.

Ando por la vida diciéndole a quien quiera oír que ser diferentes no significa ser inferiores, que las mujeres nacimos con útero pero también con cerebro; que las actividades domésticas no tienen porque ser un asunto exclusivo de las mujeres, que para que haya equidad los hombres deben también asumir como propias las actividades domésticas, el cuidado y atención de los hijos y las hijas.

Y verdaderamente creo en eso. Entonces, ¿qué me pasó? Ninguna se atrevía a interrumpirla; aunque en realidad no hablaba con nosotras. Se trataba más bien de una reflexión en voz alta.

Diríamos que mi marido es un hombre bastante equitativo, ¿verdad? En una escala del 1 al 10 le pondríamos 8, ¿verdad? Y comparado con el esposo de María o de Brenda, le ponemos 12, ¿verdad?

Por qué entonces un día despierto y me doy cuenta que la que en realidad lleva el peso de la casa, soy yo; que la que está realmente a cargo del cuidado y atención de nuestros hijos, soy yo; que la que no ha podido tomarse un fin de semana para ver sus películas favoritas, soy yo; que la que se está haciendo cachitos para dividir y multiplicar su tiempo entre las cosas que debe y quiere hacer, ¡soy yo!

Si buena parte de las actividades domésticas y de atención a los hijos antes eran compartidas, ¿en qué momento retomé todo el trabajo? Porque estoy segura que poco a poco fui yo la que retomó la coronita de «reina del hogar». Tanto esfuerzo y trabajo de ambos para crecer como pareja en la equidad, y a la primera oportunidad ¡ejerzo el papel que dicen que nos es natural!

¡Que natural ni que nada! Es la educación, grabada, tatuada en el alma desde hace tantas generaciones que ya perdimos la memoria. La mujer sumisa y domesticada que todas llevamos dentro se sobrepone a nuestras convicciones. Y nos toma por sorpresa, y nos gana terreno como espía en guerra.

Hasta que un día, nos despertamos abrumadas, agotadas, enojadas, mientras nuestros maridos, para descansar de una temporada de trabajo agotadora, se van a visitar a sus amigos a otra ciudad; o nos cuentan que entraron a un torneo y los entrenamientos ocuparán todas sus tardes; o destinan un fin de semana para tomar un curso antiestrés. Y lo único que a una se le ocurre preguntarse es ¿y yo, cuándo?

Se hizo un silencio solemne, como cuando una se mira en el espejo y ve las arrugas que no había querido ver.

Si educación supera convicción –siguió Celia-, entonces voluntad y conciencia deben superar educación. No hay de otra. Hay que reeducarnos. Y garbar otro mensaje y borrar el tatuaje.

Por lo pronto –dijo viéndonos a los ojos por primera vez- ¿alguien me quiere enseñar a manejar en carretera? Porque en mis próximas vacaciones ¡manejo yo!

Apreciaría sus comentarios: [email protected]

2005/CL/SJ

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