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Siempre perdemos

Por Cecilia Lavalle*
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Hace algún tiempo estuve en un lugar extraño. Casi surrealista. Nada es como parece y lo que parece no es todo lo que es.
 
En ese lugar hay una guerra. Pero dicen que no. Y, como en las novelas de Harry Potter, hay “quien no debe ser nombrado”. Así que nadie dice ni en voz alta ni en voz baja: crimen organizado, narcotraficante, capos, mafia ni nada parecido. Les llaman “ellos”, “aquellos”.
 
Las carreteras son un espacio minado o, mejor dicho, una ruleta rusa. Es posible que te asalten, te secuestren o te maten. Ahí se circula “con el favor de Dios”, a ciertas horas. Y hay meses mejores que otros, me cuentan.
 
“Ahora estamos mejor”, me dicen. Porque ya casi no matan; “sólo roban y, a veces, sólo secuestran, te sacan dinero y luego te sueltan”.
 
Y a mí me sorprende lo normalizada que está la violencia: “Sólo roban”; “sólo secuestran”; “sólo me quitaron todo y se fueron”; “sólo me cobran un dinero mensual”; “sólo cobran el predial”; “sólo cobran la tenencia”; “sólo…”. Es como si padecieran el síndrome de Estocolmo.
 
La zozobra está incorporada, la angustia está naturalizada, el miedo está normalizado. Porque la normalidad es la corrupción, la ausencia del Estado de Derecho, el gobierno tomado, el territorio en guerra.
 
Una guerra sin tanques ni cohetes ni aviones bombardeando. Una guerra que no es guerra, en un territorio que es tierra de nadie, o de los que manden en ese momento, que no son los mismos siempre, y no son, por supuesto, los que legalmente deberían.
 
Ahí dicen que legalizar la droga no serviría de nada. Dicen que los negocios de secuestro, extorsión, robo, trata, les dejan dinero constante y más seguro.
 
Dicen que hay poblados en los que da igual quienes ganen las elecciones: “Porque aquellos deciden quiénes van por tal o cual partido; así que no importa el color, ellos ganan de cualquier manera, y de todas maneras siempre perdemos”.
 
Ahí la gente compra carros pequeños para no llamar la atención. La invisibilidad es la clave para sobrevivir.
 
Y ahí conocí mujeres maravillosas que hacen que todo parezca cotidiano y normal. Mujeres que se esmeran todos los días por construir cotidianeidad; y eso, a estas alturas, quiere decir algo parecido a la estabilidad.
 
“Hay que sobrevivir como sea”, me explican. “No podemos vivir con miedo. O bueno, sí, pero no con demasiado. Hay que ir al mercado, llevar a los hijos a la escuela, lo que se hace en un día común”.
 
¿Y si hay una balacera?, pregunto. Y entonces una de ellas me mira amorosa y con una buena dosis de compasión me contesta: “Mira, yo vivía como tú vives ahora. Salía de mi casa sin mayores precauciones, viajaba por carretera sin problemas, iba y venía a mi trabajo, podía salir en la noche a divertirme con mis amigas, mis hijos se movían con suficiente libertad. Hasta que un día…”.
 
Entonces, no importa donde se viva. ¿Es cuestión de tiempo?, pregunto. Y ella no me responde, sólo me abraza.
 
Me piden que no diga a dónde fui, ni suba fotos en redes. Y yo, que he oído historias parecidas en muchas partes del país, de todas maneras obedezco como se obedece a tu guía en tiempos de guerra.
 
Hay veces que la desesperanza es como una mosca molestosa que nos ronda la cabeza. Hoy es una de esas veces, porque a mí sólo me resuena la frase “de todas maneras, siempre perdemos”.
 
Apreciaría sus comentarios: [email protected]
 
*Periodista de Quintana Roo, feminista e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.
 
16/CLT/RMB

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