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Sin pedestal

Por Cecilia Lavalle*

Les subimos a un pedestal. Les idealizamos. Les rendimos pleitesía. Les tratamos como dioses. ¡Y luego nos extraña que nos traten sin consideración! Las mujeres debemos aprender que los hombres son seres mortales, imperfectos y comunes, como nosotras.

Elena está enojada. Su novio llegó tarde a buscarla, una vez más, y eso ocasionó que ella debiera cancelar, por enésima vez, un compromiso con otras amistades. ¿Por qué no reclama airadamente?, ¿por qué no se fue ella con las amistades a divertirse?, ¡Porque se va a enojar y no quiero tener un pleito!, dice.

Marcela está enojada. Su hermano no la llevó a la escuela, como es su responsabilidad. Se quedó dormido, una vez más. Ella perdió clases y entrega de tareas. ¿Por qué no le reclama?, ¿por qué no le informa a sus padres de estas irresponsabilidades consecutivas? ¡Porque se va a enojar, y no quiero la ley del hielo!, dice.

Carmen está enojada. Su marido no cambió el tanque de gas ni sacó la basura, una vez más, que son algunas de las tareas domésticas que, acordaron, le corresponden. ¿Por qué ella suple esas tareas?, ¿por qué no deja, por ejemplo, de cocinar ese día, dado que no había gas? ¡Porque se va a enojar, y no quiero aguantar su mal humor!, dice.

El aprendizaje es ancestral. El entrenamiento al que por siglos hemos sido sometidas aún funciona. Los hombres son semidioses (cuando no dioses en toda forma) a los que no hay que molestar ni con el pétalo de un disgusto. Mejor el disgusto lo tragamos nosotras.

Todas hemos sido, o somos, en alguna ocasión o en muchas Elenas, Marcelas y Carmelas. Preferimos hacer circo, maroma y teatro, antes que enfrentar una situación que francamente nos molesta, nos disgusta o nos perjudica.

En el fondo se encuentra esta idea inculcada, aprendida, casi tatuada, de que no debemos molestar a «nuestro señor», sea el señor lo mismo un novio, que un hermano, que un marido, que un padre, que un jefe, que el maestro o el mecánico. Lo nuestro, nos han enseñado, es ponerle buena cara y fingir que aquí no-pasó-na-da.

Es cierto que hemos aprendido a ser insumisas en muchas áreas de nuestras vidas. Tomamos las riendas de varias de nuestras decisiones. Estudiamos, trabajamos, ganamos nuestro propio dinero o manejamos con cierta autonomía nuestra vida. Pero…
Pero a menudo de manera inconsciente tratamos a los hombres de nuestras vidas como semidioses. Les dejamos en el pedestal en el que la cultura, la educación y la sociedad les ha colocado por el simple hecho de nacer hombres.

Si queremos entablar una relación igualitaria, las mujeres debemos aprender a bajarlos del pedestal. Tenemos que aprender que si se enojan no se cae el cielo, que si no cumplen con sus responsabilidades deben asumir las consecuencias, y que «castigarnos con el látigo de su desprecio» es una actitud violenta que no tenemos que soportar.

Son las pequeñas acciones cotidianas, más que los grandes eventos, los que pueden permitir una relación justa e igualitaria entre mujeres y hombres. Por eso, y con razón, se dice que los cambios sociales comienzan en casa. Más aún, comienzan en cada mujer que aprende a bajar a un mortal, como ella, del pedestal.

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*Periodista y feminista en Quintana Roo, México, integrante de la Red Internacional de periodistas con visión de género.

10/CL/LGL

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