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Tradición y religiosidad sostienen mutilación genital femenina

Por Hypatia Velasco Ramírez

En el pasado, cuando Oureye Sall caminaba por su pueblo de Nemanding, Senegal, en África, las mujeres jóvenes escapaban con un pánico silencioso tan sólo al ver su cara. Oureye era la mutiladora.

Esta mujer heredó el oficio de su madre, convirtiéndolo en algo benéfico también para ella. Cobraba un dólar por cada operación que realizaba a una niña o mujer dentro de su comunidad.

La operación es conocida en la zona como limpieza. Y en la mayor parte del mundo como circuncisión genital femenina o simplemente mutilación, según el portal latimes.com.

Según dicho portal, un informe de 2005 del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), no menos de 3 millones de niñas son mutiladas cada año en 28 países africanos y del Medio Oriente. Mientras que en algunos países, como Guinea, Sudán y Somalia, del 90 al 99 por ciento de la población práctica la circuncisión genital femenina.

PRÁCTICA ARRAIGADA

Desde los años 50, las Naciones Unidas se han opuesto a la circuncisión genital femenina como un abuso de los derechos humanos. Hoy, más de medio siglo más tarde, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y muchas otras agencias humanitarias han fallado en el progreso de la eliminación de esta práctica en África, dice latimes.com.

En ese continente, los grados de mutilación son diferentes. En Senegal, algunas comunidades quitan sólo el clítoris, mientras que otras extirpan todos los órganos externos, según el portal.

Y si los hombres se casan con mujeres de otros grupos étnicos que no practican la circuncisión, terminan rechazando a sus esposas. Además, nadie se sienta cerca de ellas, ni se dirige a ellas, no comen el alimento que preparan ni beben el agua que han traído. Los aldeanos se alejan cuando están cerca de ellas, a veces quejándose de un mal olor.

Oureye, explica la página, una vez mutiló a una mujer, de aproximadamente 30 años, que en su desesperación por ser aceptada, estuvo dispuesta a vivir el dolor insoportable que provoca la mutilación.

El país proscribió la práctica a finales de los años 1990. Pero Oureye mutiló a 15 niñas.

«Yo sabía que la ley era una broma, porque yo lo hacía atrás de mi casa, no iba a contarle nada a nadie al respecto y las personas que traían a sus hijas no iban a ir con tampoco con las autoridades», dijo.

Para llevar a cabo las operaciones, Oureye usaba una hoja de afeitar que rompía en dos partes, por el bien de su economía y usó cada mitad hasta que estuviera demasiado desafilada como para cortar correctamente.

Hacía de tres hasta 20 operaciones diarias y hasta ahora no tiene idea de cuántas niñas mutiló en las décadas que duró su larga carrera, cuenta el portal.

Desde luego las niñas luchaban, dijo a latimes.com sobre el momento en que llevaba a cabo el procedimiento y en el cual cortaba los órganos genitales externos, «ellas golpeaban, gritaban y pateaban», cuenta.

Pero siempre había tres mujeres fuertes para ayudar. Alguien se sentaba sobre cada pierna, otra controlaba los brazos y el cuerpo. Nosotras cubríamos sus bocas. Uno no quiere que los vecinos se enteren».

Oureye recuerda que cuando mutilaba a las niñas, algunas veces las madres inspeccionaban a sus hijas. Muchas de ellas concluían que la zona extirpada aún no estaba suficientemente limpia. Debía cortar todavía más. Algunas otras veces las niñas sangraban tanto que ella salía del lugar, golpeaba su cara y rezaba. Alega que nunca perdió a ninguna de ellas, de acuerdo con latimes.com

UN CAMBIO DE MENTALIDAD

La historia de cómo Oureye cambió su mente y renunció a su trabajo tiene que ver con un cambio revolucionario social que durante décadas habían eludido agencias de ayuda occidentales.

Con la ayuda de una agencia norteamericana llamada Tostan, Oureye y otros iniciaron una campaña para acabar con la circuncisión genital femenina en una sola generación, señala latimes.com.

Según el portal, Oureye comenzó a asistir a clases para los integrantes del pueblo en el que vivía. En estas clases organizadas por Tostan, que significa un gran paso adelante, aprendían todo lo relacionado con salud, derechos humanos y alfabetización.

En ellas, dice la página, las mujeres que asistían comenzaron a expresar su preocupación sobre las operaciones realizadas por Oureye, pues aunque éstas eran dañinas y peligrosas, ella nunca las detuvo.

Para Oureye aún había una duda en su conciencia. Logró tranquilizarse sólo cuando al visitar a un profesor en religión para confirmar su creencia de que la práctica era requerida por el Islam, él le aseguro que no era así, subraya el portal.

En aquel momento miré hacia atrás con tanto pesar a todas esas niñas que yo había lastimado y pedí a Dios que me perdonara.

Fue en ese momento cuando ella se unió a la campaña para borrar esta práctica.

Como Oureye, Imán Demba Diawara, un líder Islámico de 74 años, estaba decidido a aferrarse a esta práctica antigua, la cual siente que define a su gente, dice el portal.

Diawara solía pasar mucho tiempo rezando para salvar la vida de las niñas que mueren en su pequeño pueblo de Nemanding.

Al principio, él estaba furioso de que Tostan quisiera detener la práctica de limpieza. Tenía toda la determinación de detener cualquier interferencia en lo que él pensaba era una tradición sagrada y un requisito previo para el matrimonio, cuenta el portal.

Estaba ofendido, enfadado, decepcionado y con miedo. Nuestros antepasados crearon esta práctica y era parte de nuestra identidad y luego una generación viene y decide cambiarlo, dijo Imán a latimes.com.

Diawara fue a ver a la directora de Tostan, una estadounidense llamada Molly Melching, radicada en Senegal, para demandarle que la organización detuviera sus labores. Ella le suplicó que se dirigiera a las mujeres en su pueblo sobre ello, pero él replicó que «tales cosas eran absolutamente un tabú.».

Si Diawara no hubiera tenido el deseo de aprender a leer y escribir, nunca hubiera podido cambiar su pensamiento, cuenta latimes.com. Asistió a las clases de alfabetización impartidas por Tostan en las cuales enseñaban temas como salud y derechos humanos.

Cuando las mujeres revelaron tímidamente en las clases sus propias sospechas sobre los efectos dañinos de la limpieza, él hizo la conexión: Cuando las niñas sangraban hasta la muerte o las mujeres tenían complicaciones durante el parto, en realidad era debido a la operación.

Él recordó a todas las niñas que murieron y por las que había rezado.

Cuando miro hacia atrás, lloro porque entiendo que es algo que nosotros podríamos haber impedido.

Actualmente, dice el portal, Diawara personalmente ha persuadido a 174 pueblos a abandonar la práctica. De los 5 mil pueblos senegaleses que han practicado la circunsición femenina genital, mil 993 pueblos donde Tostan ha estado trabajando han abandonado la práctica.

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