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Tragedia y voluntad

Los medios de comunicación no han dejado de alertarnos sobre la gravedad del desastre natural, empeorado al máximo por la influencia de la incompetencia y el saqueo que desde hace siglos sacude al país más pobre de Latinoamérica. Sobreviviendo con el equivalente de un dólar al mes la mayoría de sus habitantes (el 80 por ciento); con una alta tasa de analfabetismo (del 50 por ciento en las mujeres y 54 por ciento en los varones); y viviendo en el desempleo más del 60 por ciento de su población, Haití no estaba preparado para recibir un golpe de la naturaleza de tales dimensiones.

Con el dolor personal de conocer a una de las luchadoras sociales feministas de aquel país, Messadieu Guylande, quien en la última reunión de la Coalición contra el Tráfico de Mujeres y Niñas, de viva voz, hizo saber al resto de las representantes de Latinoamérica las condiciones atroces en las que sobrevivían al patriarcado la haitianas; además de saber que en ese país el índice general de pobreza es del 70 por ciento y la esperanza de vida de 53 años, el acceso a agua potable de 54 por ciento y uno de los más altos índices de mortalidad infantil; debemos sobreponernos a la desolación compartida y buscar, mediante el análisis racional, la posibilidad de encontrar en la palabra recursos de sobrevivencia y de creatividad que hagan más soportable y comprensible la terrible realidad.

Escribo esto con el corazón estrujado en medio de mi pecho, con el fin de hacer justicia al pasado y ojalá al futuro de la que fuera la primera nación en realizar una revuelta de esclavas y esclavos en el continente. Revuelta que logró sacar de América a las tropas de Napoleón en 1804, lo que la convierte, como dice María Suárez Toro («Rostros de la mitigación y de las pérdidas»), en «la más discriminada y a la vez históricamente la más preclara resistencia durante el tiempo de la primera ola de colonización europea y eurocentrista de hace 500 años».

Sin embargo, a pesar de ser ésta la primera nación en convertirse en República en el continente y la segunda en adquirir su independencia; el pueblo por el que en la región se inició la adopción de la Declaración de los Derechos Humanos de la Revolución Francesa; tanto visualmente, en la mayoría de las fotografías que nos llegan, como en las narraciones de la prensa, sólo se habla de saqueos, rapiña y de una violencia creciente que siendo verdadera no le hace justicia a uno de los pueblos más dolientes y heroicos del hemisferio.

Desafortunadamente, además de hacer incompleta la imagen de la realidad haitiana, el énfasis puesto en las acciones desesperadas por el hambre más que en los ejemplos de resistencia hoy convertida en solidaridad inimaginable, vuelve más cruenta la realidad que se vive en esta pequeña isla francófona de 27 mil 750 kilómetros cuadrados de superficie, con una población de un poco más de 8 millones 300 mil personas.

A través de la información que recibimos a través de la red, transmitida por mujeres dominicanas, como la luchadora social Sergia Galván, que han establecido nuevas y fortalecido las redes de apoyo existentes, estamos en el deber de informar que, con toda la situación desesperante, no todo es latrocinio; que a pesar de la depredación y hoy el desorden causado por siglos de desgobierno y de saqueo y rapiña que permanentemente habían soportado las y los haitianos, la solidaridad de quienes sobreviven, sobre todo mujeres expertas en sortear y soportar adversidades, no deja de mostrarse.

La heroicidad humana y el impulso vital no han dejado de expresar en Haití la íntima vinculación que los seres humanos tienen con lo divino, sea esto concebido como la paciencia, la solidaridad o el ingenio de sobrevivencia que, aún en condiciones tan lacerantes como las que viven nuestras hermanas y hermanos haitianos, y siendo todavía insuficiente para salvar la crisis, no ha dejado de producirse. En la capacidad sobrehumana e inédita de sobreponerse al dolor de la muerte y en esa denodada lucha que los medios muestran como agravio a su condición de indigencia, habremos de saber encontrar el ejemplo de una capacidad de resistencia que hoy se muestra en su faz más terrible y que es producto del despojo absoluto que han sufrido.

Ojalá pronto sepamos y podamos informar que, después del dolor y de la muerte, la restitución del Estado ha pasado primero por la del pueblo haitiano, con toda su dignidad histórica y el decoro de su grandeza.

*Académica y ex directora del Instituto Michoacano de la Mujer (IMM).

10/RMG/LR/LGL

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