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Trata de mujeres en Reynosa, Tamaulipas

Por Carolina Velásquez

En México, a la fecha, no existe una Ley que tipifique la trata de personas como delito; tras su aprobación por unanimidad en la Cámara de Senadores, el pasado 16 de diciembre, la iniciativa fue turnada para su análisis y discusión a la Cámara Baja, y aún se encuentra en proceso. Esto dificulta la situación de las víctimas que buscan, más que denunciar, llegar a su destino tratando de encontrar un mejor nivel de vida.

El Centro de Estudios Fronterizos y de Promoción de los Derechos Humanos (Cefprodhac), defensor de las y los migrantes en Reynosa, Tamaulipas, documentó en los últimos años tres casos de trata de personas en la frontera norte de México con Estados Unidos.

Las víctimas fueron mujeres, dos centroamericanas y una mexicana, quienes tuvieron una breve estancia en el albergue de la Iglesia de Guadalupe a su paso por esa ciudad, cuando se dirigían hacia los Estados Unidos en busca de trabajo entre los años 2002 y 2004.

Cimacnoticias entrevistó a doña Coco, catequista voluntaria y administradora del lugar desde hace cuatro años, quien registró los testimonios.

«Es muy duro conocer las necesidades y circunstancias de nuestros hermanos y hermanas migrantes; llegan muy sensibles, vejados en su integridad, incomprendidos. Desde su país traen presiones muy fuertes: deudas, enfermedades, problemas familiares. Luego aquí, en México, viven cualquier tipo de arbitrariedades. Hay que tener madurez para escuchar su verdad y atenderlos», señala.

El albergue de Guadalupe, uno de los dos que existen en Reynosa, les brindó
-como lo hace en general con las y los migrantes que llegan a sus puertas- alimento, baño y dormitorio durante tres días; ese escaso tiempo le bastó a doña Coco para establecer una relación de apoyo y confianza con las víctimas, lo que le permitió conocer su amarga experiencia.

Con voz pausada narra el caso de Beti y su hermana Lizbeth, ambas hondureñas, originarias de Tegucigalpa, quienes llegaron al albergue en agosto del 2002.

BETI Y LIZBETH

«Beti tenía 28 años. Cuando llegó aquí habían pasado seis u ocho meses desde que salió de su país con su hermana. Venía sola. En su travesía por México, las dos fueron asaltadas en varias ocasiones, violadas y, finalmente, secuestradas. Escaparon, pero no juntas. Una llegó a Reynosa la otra a Ciudad Juárez.

«En septiembre pudieron reunirse nuevamente. En Reynosa se pusieron en contacto con un coyote, quien las raptó y les pidió dinero para soltarlas. Lograron escapar de la casa de seguridad en donde las tenían. De ahí, nos pidieron refugio en el albergue. Las auxiliamos y ellas tomaron la decisión de llamar al Ministerio Público (MP) para denunciar a las personas que las habían secuestrado.

«Al llegar el MP, Beti identificó a un policía canoso: el mismo que las había raptado. Llenas de terror se escondieron, negándose a realizar la denuncia al darse cuenta de que la policía estaba involucrada en el secuestro. A raíz de esto permanecieron escondidas por dos meses y finalmente lograron cruzar la frontera norte de nuestro país después de varios intentos, con la ayuda de otro pollero que las llevó hasta Florida.

«La cosa no acabó ahí. Como no completaban el dinero que debían pagar, el pollero regresó a Beti a la ciudad de Misión, Texas, donde la tuvieron esclavizada por mas de un año, sin pagarle y dándole lo mínimo de comida para mantenerla con fuerzas. La última noticia que tuve de ella es que logró, otra vez, escapar; que se encontraba viviendo en San Francisco con un hijo que había sido producto de una de tantas violaciones sexuales».

Doña Coco supo de esta historia un año después, cuando Beti le llamó por teléfono «para saludarla». Lizbeth ya estaba con ella, igual que sus hermanos, quienes no tuvieron ningún problema durante su migración y llegaron con bien hasta Florida. «Su sacrificio fue el primer eslabón de una cadena familiar. Ahora todos viven en Estados Unidos», señala.

UN HIJO DE LA VIOLACIÓN

El caso de Doris sucedió aproximadamente un año después. Ella es también hondureña, de San Pedro Sula, departamento de Francisco Morazán. Llegó a Reynosa en 2003 y permaneció ahí varios meses.

De su historia da cuenta doña Coco.

«Era un poco tímida, de buen corazón. Como no completaba el dinero para irse a McAllen, que era su meta, le ganó la desesperación; por eso le hizo caso a ese tal Charles.

«Su familia no le mandaba dinero para poder irse a los Estados Unidos. En este tiempo conoció a una mujer que decía ser de Chiapas, aunque en realidad era guatemalteca, quien le ofreció ayudarla a cruzar la frontera, pero si iba a su casa, donde se pondrían de acuerdo para el trabajo. Doris fue, pero no le gustó el ambiente y decidió no quedarse con ella.

«Después de varios días conoció a Delfino Charles, quien le dijo que él la podía pasar a McAllen, Texas, y que ya le tenía un trabajo en una casa. Se fue con él. Luego de cuatro meses llamó por teléfono al albergue de la Iglesia de Guadalupe y dijo que la tenían trabajando en un prostíbulo, que había sido engañada; que no la llevaron a McAllen, como le habían dicho, sino a una casa de seguridad en Reynosa.

«En la casa reconoció a varias personas que había visto durante su estancia en el albergue. Los tenían incomunicados. A ella le habían dicho que trabajaría en una lonchería, pero no, estaba en una casa de citas. No supe más de ella».

Un año después, Doris volvió a llamar a doña Coco. Ahora se encontraba en San Francisco y tenía un hijo producto del abuso sexual del coyote Delfino Charles, a quien todavía se le ve caminando por las calles de Reynosa.

Por último, doña Coco narra el caso de una joven, de 20 años, originaria del estado de Michoacán.

UNA MUJER ANONIMA

«De ella recuerdo muy poco. Sólo que pasó por aquí en el año 2004. Ella decía que unos desconocidos fueron a su pueblo, que juntaron un grupo de personas y les prometieron llevarlas a Estados Unidos a trabajar. Así, fueron conducidas a una ciudad de Texas para laborar en una plantación de tabaco.

«Los tuvieron ahí durante un año y días sin recibir ningún pago por su trabajo. La comida que se les daba era muy mala; dormían en el piso y no había un lugar para bañarse. Por las pésimas condiciones en que se encontraba, sin recibir paga alguna, ella decidió escaparse y entregarse a las autoridades para que la deportaran. Cuando llegó al albergue estaba muy flaca y un poco mal de salud».

De estos casos no hay denuncias.

Hoy, mientras la aprobación de la Ley contra la Trata de Personas para poder tipificar el delito sigue su lento curso en los intrincados vericuetos del Poder Legislativo, la añorada justicia no llega todavía a esas mujeres migrantes que alguna vez, ilusionadas, buscaron el sueño americano.

06/CV/YT

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