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Travestis de Argentina se niegan a ser ciudadanas de segunda

Por Luciana M. Rosende

Cuando un barrio empieza a crecer, como el Rosedal, las travestis se van corridas por los administradores del gobierno y detrás de la mudanza que las lleva al Planetario hay un plan para enrejarlas con la colocación de un alambre tejido en los arcos del puente ferroviario.

Muchas todavía no lo aceptan, y resisten en el Rosedal, mientras las próximas autoridades ajustan nuevos planes.

El intento por sacar a las travestis del Rosedal reabrió el debate en torno a la oferta sexual callejera. Se cuestionó su presencia en ese sitio de gran valor patrimonial y se determinó que debían ubicarse detrás del Planetario. Pero la mayoría de las travestis no quiere.

Mientras sus interlocutores hablan de baños químicos y cestos para arrojar los preservativos, ellas discuten el concepto de zonas rojas, piden la posibilidad de elegir y ser llamadas por su nombre social.

Sobre Godoy Cruz no. Que se corran al Rosedal. Tampoco. El Rosedal es un espacio de gran valor patrimonial. Que se vayan a otro lado. Pero alejadas de viviendas y escuelas, así lo indica el Código Contravencional. Que se ubiquen detrás del Planetario.

Cada cierto tiempo, el tema resurge: vecinos que se quejan por la oferta sexual en espacios públicos y trabajadoras sexuales que no tienen otra alternativa donde estar más que esos mismos espacios públicos.

El Estado, en tanto, propone la instalación de baños químicos y cestos de basura para que se arrojen los preservativos. El debate sobre la existencia o no de zonas rojas, sobre la discriminación y la falta de políticas públicas para este sector, sigue siendo tabú.

Tememos que vienen por más. Hoy es el Planetario y mañana el río, se preocupa Elena Reynaga, Secretaria General de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar).

Pero lo que no se discute -continúa– es el problema de fondo: que no se consigue trabajo, que hay que generar políticas para el sector, que a las travestis se las atiende como hombres en los hospitales.

Argentina es uno de los países firmantes del Convenio para la Represión de la Trata de la Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena, sancionado por la Organización de las Naciones Unidas en 1949.

El accionar del Estado desde entonces debería orientarse hacia el abolicionismo: no legalizar la oferta sexual pero tampoco prohibirla y tratar de erradicarla a partir de comprender las situaciones que la estimulan.

¿Por qué van a reglamentar algo que no se puede?, se pregunta Lohana Berkins, Coordinadora de la Asociación Lucha por la Identidad Travesti-Transexual (ALITT). Es una incoherencia discutir en estos términos. La que quiere ejercer que lo ejerza. El Estado tiene que mediar para que haya posibilidades de elección.

Marcela Romero, Coordinadora Nacional de Asociación de Travestis, Transexuales y Transgénero de la Argentina (ATTTA), pretende lo mismo: Lo que exigimos es que el Gobierno dicte políticas públicas para nuestra comunidad. Que se respete nuestra identidad de género. Las travestis que ellas representan no aceptaron ir a la zona de Planetario a trabajar.

No nos van a echar del Rosedal ni de ningún otro lugar. Tendrán que pensar en soluciones que nos incluyan, o se encontrarán con nuestra resistencia, escribieron las travestis de ATTTA en una carta abierta. En unos cuantos párrafos, hablaron de la discriminación a la que se enfrentan cada día, la sensación de seguir viviendo bajo la dictadura. Queremos trabajar de otra cosa. ¿A usted le gustaría prostituirse?.

EL GHETTO

La disposición de echar a las travestis del Rosedal surgió de parte de un funcionario del gobierno de Jorge Telerman. Desató una polémica y tuvo que ser suspendida. Hubo una mesa de diálogo entre vecinos y organizaciones y se habló de un acuerdo. Pero lo cierto es que el acuerdo no es tal.

Y mientras la gestión actual sigue sin resolver el tema, representantes de la próxima administración se encargan de manifestarse en contra de la oferta sexual callejera, pero sin anunciar oficialmente las medidas que tomarán para eliminarla.

El factor detonante, esta vez, entre la gente de Telerman fue la higiene. La suciedad que aparece en el Rosedal cada mañana. Así como en alguna otra oportunidad la cuestión fue la preocupación de los padres por cómo explicarles a los chicos qué hacen esas mujeres con pollera corta paradas en una esquina de la calle Godoy Cruz.

Cuando un barrio empieza a crecer -explica la titular de Ammar–, nos sacan.

Cuando eso pasa, comienza a pensarse dónde instalar una nueva zona roja. Una de las versiones sobre la expresión zona roja indica que nació en el siglo XIX en los Estados Unidos, cuando se señalaban con luces rojas los sitios a dónde los hombres podían ir a satisfacer su apetito sexual a cambio de dinero. Ya sin las luces de color, la denominación se siguió usando. Y se aplica, aunque no haya letreros ni delimitaciones, donde sea que un grupo de mujeres se para a la espera de clientes.

No me gusta llamarla zona roja. Para nosotros es un lugar de trabajo, dice la Secretaria General de Ammar. No nos paramos porque se nos da la gana en Flores o en Once. Es porque ahí están los hoteles que necesitamos para trabajar.

No se arremetió hasta ahora contra la oferta sexual de esa zona, menos cotizada que otras en las cuales la prostitución queda mal. Reynaga critica a quienes se fijan en Holanda como un país que supo resolver el tema, que en la Ciudad de Buenos Aires resulta tan problemático. Hablan del primer mundo, pero no saben lo que pasa ahí realmente. Las mujeres que se ofrecen son todas extranjeras. También hay explotación y tráfico de personas.

Aunque hasta ahora a nadie se le ocurrió importar las vidrieras holandesas, la propuesta de mudar a las travestis detrás del Planetario contempla la colocación de alambre tejido en los arcos del puente ferroviario, para delimitar el lugar. Sería así una zona roja con márgenes. Se acercaría un poco más a la idea de los que rechazan la oferta sexual en la vía pública y pretenden que la prostitución sólo exista puertas adentro. En el encierro.

La mayoría de las asociaciones rechazamos cualquier intento de zona roja -asegura Berkins- En términos de humanidad es generar un ghetto. Rechazamos la situación porque sabemos que implica que el Estado asuma el papel de proxeneta.

Y si la prohibición alcanzara a todo espacio público y sólo quedara la opción de los espacios cerrados, no caer en las redes del proxenetismo les sería casi imposible. La prohibición genera negocios para pocos y mucha violencia, completa Reynaga.

CIUDADANAS DE SEGUNDA

Quizá el debate en torno a la prostitución surge de tanto en tanto por estar ubicado a medio camino entre el ámbito público y el privado. Entre el trabajo en la calle, en el espacio público. Y el sexo, en el privado. Si bien existe siempre (alguien la llamó la profesión más antigua del mundo) y todos saben que está, parece convertirse en un problema allí donde se torna más visible, donde altera el paisaje con valor patrimonial o un barrio en ascenso. Después, cuando quienes venden sexo se corren más allá, donde está un poco más oscuro, el tema vuelve a pasar al olvido.

La prostitución es un fenómeno que atraviesa los mundos públicos y privados. Si bien hay aspectos privados del ejercicio y del consumo de prostitución, las discusiones que se desarrollan en la ciudad en estos días forman parte de un conflicto político. Es importante pensar este conflicto como discusiones acerca de las consecuencias de las jerarquías entre ciudadanas y ciudadanos, opina Aluminé Moreno, politóloga, investigadora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género y miembro del Grupo de Estudios sobre Sexualidades de la UBA.

Me parece que en esta situación hay una tensión entre las y los ciudadanos plenos y las travestis, transexuales y transgéneros en situación de prostitución en tanto ciudadanas de segunda. La discusión es sobre el uso legítimo del espacio del Rosedal: hay ciudadanas y ciudadanos respetables que salen a correr, que pasean niñas y niños y que toman mate apaciblemente y personas como las travestis, transexuales y transgéneros que tienen su ciudadanía puesta en suspenso porque llevan adelante una serie de prácticas que no son consideradas respetables, sostiene la investigadora.

La única vez que el Estado nos reconoce es para ponernos baños químicos (serían colocados detrás del Planetario), se queja Berkins. Y agrega una concepción que se suma a la de ciudadanas de segunda de la politóloga. No se nos ve como sujetos de derecho en relación al trabajo. Siempre me invitan a charlas y debaten conmigo, pero nadie se pregunta de dónde obtengo el dinero para vivir.

Lohana Berkins es una de las pocas travestis que pudo estudiar y elegir un empleo. Repite una y otra vez que la prostitución no es una opción, que es la única alternativa que tiene la mayoría para sobrevivir. Y aporta la prueba: Todas las compañeras que nos organizamos abandonamos la prostitución. Cuando nos constituimos en sujetos de derecho, la dejamos.

EL SHOW DEBE CONTINUAR

El conflicto en torno al Rosedal permaneció algunos días en los medios. Primero fue la prohibición. Después su suspensión. Luego, la mesa de diálogo. Y ese diálogo debía continuar, se suponía, hasta alcanzar un acuerdo. Si bien las distintas organizaciones manifestaron el rechazo a la decisión de trasladarse a los alrededores del Planetario, las discusiones no se retomaron. Según informaron las titulares de algunas entidades, ni siquiera hay fecha para una próxima reunión.

Mientras tanto, la oferta de sexo en el Rosedal sigue su curso, al menos por ahora.

Quienes se visten y maquillan para ir allí cada noche siguen sin tener otra opción que esa. Como una travesti que se presentó por un puesto de trabajo que pedía personal femenino y pasó las entrevistas, hasta que le pidieron el documento y la rechazaron. Como las que no terminaron sus estudios por ser discriminadas o las que no fueron a buscar su título porque en el papel figuraba un nombre masculino que no las identificaba.

Según una investigación realizada en 2005 por Lohana Berkins y la antropóloga Josefina Fernández, el 80 por ciento de las travestis vive con la prostitución como su principal fuente de ingresos. El 86 por ciento, en tanto, manifestó haber padecido algún tipo de abuso policial. No hay que hacer demasiados cálculos para adivinar que no es el trabajo que prefieren.

La prostitución es una imposición derivada de diversas expulsiones: de la familia, de los lugares de origen, de la escuela, del mercado de trabajo, de la red de atención de la salud. Muchas de estas situaciones están relacionadas con la situación de ciudadanía coartada de las travestis, transexuales y transgéneros, que no son consideradas miembros plenos de la comunidad y, por lo tanto, beneficiarias de las políticas sociales, sostiene Aluminé Moreno.

Los pocos casos que trascienden sobre travestis que consiguen vivir una realidad distinta tienen que ver con las que triunfan en el mundo del espectáculo. Bailando en concursos de televisión o en teatros revista.

El género, en esos casos, pasa a ser un valor agregado para el entretenimiento. A Lohana Berkins esta situación no la sorprende: Los dos lugares fijos que tenemos son como putas o como show. Siempre la belleza, la alegría; no nos piensan en otros términos.

07/LMR/GG

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