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Un ministerio de la mujer y para la mujer

Por Fabiola Calvo

Entre la pasión y la ternura por lo que hacen, no importa qué, la locura por vivir en un país en el que la vida se ha desvalorizado o tiene precio; el deseo de construir país, de caminar senderos de paz, acabar con la corrupción, luchar por el derecho al aborto, entre el miedo y la alegría transitan las mujeres colombianas por calles y carreteras.

Y transitan por calles y carreteras hoy más que nunca porque entre los tres millones de desplazados que ha arrojado la violencia política, la del narcotráfico, la de los paramilitares y el ejército, son las mujeres y la infancia, quienes suman más del 50 por ciento. Muchos de sus hombres y muchas mujeres, como población civil ha muerto entre fuegos cruzados u objeto de brutales matanzas.

Pero, ellas siguen batallando, bien sea desde el parlamento o por querer llegar a él, se continúan organizando como ex combatientes de los distintos grupos armados; las menores de edad que participaron en ellos, continúan llegando a los centros de atención del Instituto de Bienestar Familiar y la Organización Internacional para las Migraciones en busca de apoyo y herramientas para enfrentar los retos de la nueva vida.

Además de vivir en una sociedad marcadamente machista –pero que logra importantes avances en los derechos de las mujeres-, ellas llevan el peso por el desplazamiento, la violencia, convirtiéndose en cabeza de familia.

La responsabilidad económica que asumen desde temprana edad porque en los sectores populares, los hijos llegan pronto y los factores sociales y políticos, las llevan a otro desplazamiento, la migración internacional que les dirige sus pasos hacia Estados Unidos, España o países limítrofes de Colombia (con énfasis a Ecuador, Venezuela y Panamá).

El desplazamiento interno las deja sin casa, sin sustento y vulnerables a actos de violencia de género y las introduce en la marginalidad de los barios periféricos de las grandes y medianas ciudades.

La migración internacional expulsada más que de otra región, del Eje cafetero (incluye a varios departamentos como Risaralda, Caldas, Quindío y parte del Valle del Cauca) genera problemas, ya notorios y objeto de estudio, como la desintegración familiar. «Infancia huérfana por padres ausentes» o la dependencia que produce para la familia que se queda con respecto al dinero de las remesas.

La migración también ha obligado a un número indeterminado de mujeres jóvenes, entre los 19 y 30 años, a ejercer la prostitución, pero también la violencia ha vinculado a mujeres a grupos armados y al «sicariato» –asesinatos por encargo-, escenificado este hecho en la recién estrenada película Rosario Tijeras.

Sabemos que la situación de las mujeres colombianas se repite en muchos lugares del mundo, pero es necesario advertir que ellas y los colombianos soportan una violencia continua desde hace 62 años, que pone diques a cualquier solución y que no obstante algunas están en marcha pero aún con mucha tarea por delante.

Los problemas se entrelazan pero necesitan respuestas, programas y proyectos con transversalidad de género, Colombia necesita un Ministerio de y para la mujer que esté acompañado de un Consejo asesor integrado por las negras, las indias, las desplazadas, las migrantes, las maestras, las artistas… Ellas necesitan adelantar en sus derechos en la carrera por la paz y la democracia.

Un ministerio con capacidad presupuestal y de decisión sería un paso adelante en los derechos humanos, en la construcción de país, un paso hacia la reconciliación con justicia, muchos pasos hacia la paz.

La decisión del alcalde de Bogota, Lucho Garzón, de nombrar en sus ocho alcaldías locales, a ocho mujeres como alcaldesas distritales, le da una alta calificación. Debemos subir más peldaños en la carrera por los derechos para las mujeres, en los derechos para la sociedad en la jornada electoral de 2006.

* Periodista colombiana

2005/FC/SJ

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