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Una realidad trenzada de dolor

Por Teresa Mollá Castells*
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Los acontecimientos en Gaza me imponen dejar mi silencio vacacional y decir (podría decirse también vomitar) lo que pienso y siento. No me puedo quedar callada ante el exterminio genocida que se está llevando a cabo en esos territorios palestinos.
 
Siento un profundo dolor y rabia por la masacre en Gaza, donde están siendo las personas civiles las que se llevan la peor parte. Sobre todo las y los niños que ven morir de muchas maneras a sus seres queridos; que quedan marcadas de por vida por el dolor y la rabia; que pierden aparte de afectos y refugios emocionales, también, la esperanza en un cambio de la situación a corto plazo.
 
Crecer con las explosiones de las bombas, con tiros, con situaciones de hacinamiento, de ocupación y de privaciones, no es la mejor manera de construir un futuro para esas niñas y niños que sobreviven a la masacre, pero no al horror de ese tipo de vida.
 
Y ello sin hablar de las terribles pérdidas en vidas humanas que han sido arrancadas de cuajo sin ningún tipo de compasión ni piedad por algunos de los herederos de quienes en su día también fueron masacrados por el terror nazi.
 
El gobierno sionista de Israel justifica los bombardeos en hospitales, ambulancias y escuelas que se han convertido en albergues de gente que huye hacia ninguna parte, con que en todas partes se esconden terroristas de Hamas.
 
Pero sólo es eso, una justificación amoral del genocidio que están llevando a cabo con la población palestina de la franja de Gaza, con la única intención de aniquilarla y ocuparla definitivamente.
 
Vemos cómo es de baja la catadura moral de este gobierno sionista. Pero no podrían mantener este nivel de bajeza sin el consentimiento de Estados Unidos y Europa.
 
Los intereses de unos y otros, como no podría ser de otro modo, son económicos y principalmente armamentistas porque como todo el mundo sabe el Estado de Israel es uno de los principales consumidores de armas del mundo y la cuarta potencia militar del mundo…
 
Pero la hipocresía de Europa y EU y su catadura moral se hace patente ante la diferente actitud en la que se posicionan dependiendo de quienes sean los contendientes.
 
Así, se negocian medidas de bloqueo económico contra países que no les siguen la corriente, pese a que sean igual de sanguinarios en sus formas represoras contra la población civil.
 
Pero la diferente vara de medir es una constante en la política internacional, donde no importa el número de personas asesinadas si las relaciones comerciales del tipo que sean son fluidas o, si los intereses, aunque no sean transparentes, generen beneficios aunque sean inconfesables.
 
No importa que a diario y sin que caigan bombas haya mujeres que mueran en los “check points” por no recibir asistencia sanitaria, ni que sufran enfermedades generadas por el sufrimiento y la malnutrición a lo largo de toda su vida.
 
No importa que las y los niños se críen entre balas y bombas, incluso en los colegios que la ONU ha podido construir en aquellos territorios. No importa que para realizar un trayecto que en condiciones normales podría realizarse en media hora se tarden horas.
 
No importa nada que las personas asesinadas sean niñas, niños, personas adultas mayores o mujeres embarazadas. Nada importa a quienes dan las órdenes de disparar pistolas o bombas. Nada les importa a estos genocidas sanguinarios. Sean del credo que sean, de la nacionalidad que sean o de la orientación política en la que se encuadren.
 
Cuando el silencio cómplice acompaña estas acciones, esa complicidad se tiñe de sangre. De sangre mayoritariamente civil e inocente. Y se vuelve imperdonable.
 
Pero la complicidad no se ejerce sólo en los ámbitos políticos y económicos. También se lleva a cabo en los medios de comunicación que, bajo la fina cortina de la equidistancia, ponen a la misma altura a víctimas y verdugos.
 
Y eso también es ser cómplices de esta sangrante situación, puesto que esa pretendida equidistancia es totalmente falsa y en todos los sentidos, pero quizás sea el mejor argumento para aquietar algunas conciencias de todo tipo.
 
Hipócritas y cobardes que se esconden en alianzas de intereses para, de ese modo, seguir apoyándose mutuamente en sus miserables negocios de sangre y dolor de todo tipo.
 
Afortunadamente sigue existiendo el sentido de la justicia entre muchas personas y cada día somos más quienes denunciamos este tipo de nuevos holocaustos perpetrados por quienes en otro momento fueron las víctimas.
 
Y entre esos grupos de personas que defienden la paz justa y duradera entre los pueblos están grupos de personas judías que le piden a su gobierno deje de bombardear Gaza.
 
Y entre esos grupos se encuentran las Mujeres de Negro, que llevan más de 26 años realizando un magnífico trabajo demandando esa paz justa y duradera entre los pueblos, 26 años de lucha contra la ocupación en la que todos los viernes desde 1988 estas mujeres se han instalado en las principales plazas de las ciudades de Haifa, Tel Aviv o Jerusalén, o en los cruces de carretera con carteles que llaman a poner fin a la ocupación israelí.
 
En un principio, los manifestantes de extrema derecha comenzaron a atacarlas durante las vigilias. Ellas cosían grandes banderas negras y con pequeñas letras blancas escribían consignas en contra de la ocupación. Todo un ejemplo de valentía ante tanta miseria de intereses, tanta cobardía y tanta hipocresía.
 
Anoche, mientras intentaba conciliar el sueño reflexionaba sobre la situación en la que en ese mismo momento se encontrarían ese casi medio millón de personas hacinadas entre escombros, sangre dolor y fuego.
 
Recordaba las calles de algunas ciudades visitadas hace algunos años en Cisjordania, donde comienza a haber revueltas y personas heridas. Acabé con lágrimas.
 
Pero yo tengo una mullida cama donde refugiarme cada noche. Las niñas y niños de Gaza ya no tienen ni eso. Y me produce una extraña sensación de cobardía por refugiarme de mi dolor entre sábanas sabiendo que allá sólo tendrán lluvia de bombas una noche más.
 
¿Cuándo acabará esta barbarie? ¿Cuándo acabarán definitivamente los ruidos de las bombas? ¿Cuándo se podrá auxiliar a esas niñas y niños que lo han perdido todo, incluso la esperanza y la creencia en la bondad humana? ¿Cuándo callarán las bombas y se hablará de paz?
 
La miseria humana tiene rostro y son los de las niñas y niños de Palestina. Los de las personas mayores que, achacosas, han de huir hacía no se sabe muy bien donde. La de las personas con discapacidad intelectual asesinadas en el centro en el que se supone que estaban seguros por no tratarse de ningún objetivo militar.
 
La del personal médico que trabaja hasta el cansancio para salvar vidas que se empeñan en permanecer dentro de cuerpos destrozados por la metralla de las bombas. Ese es el rostro de la podredumbre y de la cobardía de quienes se esconden detrás de las bombas y del silencio cómplice de los negocios.
 
Ese es el ejemplo que damos a quienes vienen detrás: que los problemas se resuelven con bombas o bofetadas. El “ojo por ojo”, con la salvedad de que en Gaza por cada ojo de Israel caen más de 100 de Palestina. La terrible Ley del Talión impuesta por los sionistas que gobiernan.
 
Duro, muy duro, pero igual de real. Y esa realidad viene aliñada y compuesta según los intereses que cada cual quiera resaltar. Pero lo que sin duda es absolutamente real es que están ASESINANDO, MASACRANDO a la población palestina de Gaza.
 
Y que esto no es una guerra con combatientes equidistantes. Ni es algo lejano que no nos afecta a quienes vivimos cómodamente en la otra parte del mundo. Nos afecta, claro que nos afecta, puesto que cuando nos mantenemos en discursos de equidistancia o de silencios nos convertimos, de inmediato, en cómplices de esa barbarie, de ese terror, de ese genocidio llamado Gaza.
 
[email protected]
 
*Corresponsal en España. Periodista de Ontiyent.
 
14/TMC/RMB

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