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“Vamos a ser felices, mamita”

Por Norma Loto*
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Hace varios minutos que estoy frente a una página en blanco, sin poder escribir, sin saber cómo iniciar este texto. Escribo desde Buenos Aires, intentando contar lo que pasó en La Paz, Bolivia: el feminicidio de Andrea Aramayo Álvarez, hija de nuestra compañera, la corresponsal boliviana de SEMlac, Helen Álvarez.
 
En la noche del miércoles recibí la triste noticia de que la hija de Helen había sido víctima de feminicidio. Me quedé impactada, accioné desde la web y a los pocos minutos estábamos todas las corresponsales de Cimanoticias/SEMlac tratando de copar las redes. Abrazando a Helen en nuestra red interna; abrazándonos todas.
 
El feminicidio de Andrea puso en jaque a la sociedad boliviana. Andrea era una joven educada para ser libre y calificaba en un estándar de lo aspiracional: era bella, alegre y sabía que sus derechos eran inapelables. Eso, precisamente eso, fue lo que su ex novio, William Kushner Dávalos, no pudo soportar.
 
Kushner Dávalos, el feminicida, es hijo de una familia poderosa y de “buen nombre”, su padre era un reconocido médico –ya fallecido– y su madre es la actriz Ninón Dávalos.
 
El feminicidio ocurrió a la salida de un pub, donde minutos antes habían discutido, cuando Kushner arremetió su camioneta contra Andrea. Luego, el feminicida intentó huir, pero amigos de Andrea lo impidieron.
 
El feminicidio de la joven de 27 años interpeló a la sociedad boliviana para que rompiera con el “adormecimiento natural con que consumimos a diario la muerte de mujeres en manos de sus parejas”, describió la periodista de Página 7, Isabel Mercado.
 
“Seres anónimos a los que sumamos como cifras y a los que, en el mejor de los casos, acudimos para reforzar nuestra correcta condena a toda forma de violencia. Con Andrea nos ha tocado remover los anquilosados archivos de nuestros prejuicios y miedos y del arraigado patriarcalismo con el que, a pesar de la conquista de las leyes, aún seguimos mirando el mundo. A los medios les ha costado pronunciar (o escribir) el nombre ‘feminicidio’”, agregó la colega.
 
Y también sirvió para quienes venimos luchando por una vida sin violencia machista: no olvidarnos que la violencia está malditamente cerca.
 
Que nos matan porque no pudimos pedir ayuda en el momento justo; que nos matan porque hemos creído que ese acto de violencia de parte del agresor fue un hecho aislado y “que no sucederá más”; que nos matan porque no hemos sabido que estábamos en un círculo de violencia, y que también nos matan por ser mujeres libres, emancipadas.
 
Nos matan porque sabemos que un violento puede engañarnos y decirnos que “fue un error” y “no volverá a suceder”; que nos matan porque no nos animamos a pedir ayuda.
 
Helen Álvarez hace 25 años que trabaja contra la violencia machista y, en medio de tanto dolor, aún tiene fuerzas para mirar a las cámaras y hablar a las jóvenes diciéndoles: “Confíen en sus familias”.
 
Escuchar a Helen implica cercarnos de lágrimas, de temblores entrecortados, pero también colma de coraje y valentía: “No me detendré hasta que se haga justicia con mi hija (…); la he criado como una mujer independiente, que sepa de la soberanía de su cuerpo y su mente. No la he criado para ser sumisa”.
 
El feminicidio de Claudia Andrea se intentó disfrazar al principio como accidente de tránsito, pero ante el clamor social –no sólo en La Paz, sino en la comunidad internacional–, la Fiscalía General dijo que imputará al agresor William Kushner Dávalos por feminicidio.
 
Aunque el Estado Plurinacional de Bolivia, como todos los países de la región, ha ratificado la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés), y la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Belém do Pará), y desde 2013 posee la Ley Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia (Ley 348), aunque no está implementada en su totalidad.
 
También está el artículo 252 bis del Código Penal boliviano que impone sanción de “30 años sin derecho a indulto, a quien mate a una mujer”.
 
Helen Álvarez reclama que la lucha contra la violencia hacia las mujeres no quede en “eslóganes (…), ahora mi hija es una cifra, mi hija no es un porcentaje, mi hija era joven, bella, amada”.
 
Helen, nuestra querida compañera, también criticó de “demagógica” la Ley 348, ya que “ahora nos dicen, tienen la ley y siéntanse libres de violencia (…); esa ley tiene dos años y yo ahora me he quedado sin mi hija”.
 
Helen no está sola y eso se palpita en las calles, en las redes sociales. Ella pide que “el poder no compre conciencia. Hoy es Claudia Andrea, mi hijita, pero han sido tantas las mujeres víctimas y tantas las familias que se han quedado sin respuesta”, reflexiona.
 
ADIÓS A ANDREA
 
El sábado fue el sepelio de Andrea y su madre sigue conjugándola en tiempo presente: “es” y “está” abundan en su relato. Es inimaginable tanto dolor, también imposible dimensionar el momento en que nuestra compañera tuvo que contarle a su nieta que su madre ya no estaba.
 
Helen quiso que su hija fuera despedida con colores y alegría, no quiso un cortejo fúnebre. Y así fue. El sábado, a las 11 de la mañana, se realizó la marcha “La Ruta de los colores en contra de la impunidad”; y mujeres, familias enteras, amigos y amigas de Andrea y Helen, caminaron por las calles de La Paz, con globos de colores pidiendo justicia.
 
Andrea fue despedida en la Virgen de los Deseos, un espacio feminista de la organización Mujeres Creando, en la cual Helen milita. La Virgen de los Deseos desea “lo prohibido”. Esa Virgen desea –según un poema de la activista María Galindo– “pura libertad y pura esperanza”.
 
La periodista y escritora boliviana Ana Rosa López contó el momento: “Mirando su rostro, acariciando el cristal que la separa de la vida se van derramando lágrimas, lutos, broncas, desesperanzas, suspiros, tristezas, impotencia.
 
“Un peluche la custodia, nos recuerda que Andrea fue una niña, que seguramente jugaba, que sonreía, que tenía sueños e ilusiones; que un día su vientre se llenó de vida para dar a luz a una pequeña que ahora no la puede abrazar más.
 
“Las flores se acumulan y las velas arden –sigue la periodista–, pero no es un velorio de resignaciones, ni de pésames, es una vigilia por la justicia, es una reunión de gritos que claman porque Andrea realmente descanse en paz, para que todos los Williams Kushner que acechan sean condenados y castigados sin importar el tamaño de su billetera”.
 
El sepelio de Andrea tuvo música y cantos; afuera, “una fila de gente que espera, que busca respuestas, que lucha para no caer en el miedo del pesimismo”, dice Ana Rosa.
 
La despedida de Andrea tuvo las sentidas palabras de Helen: “Nuestra venganza es ser felices y aunque William Kushner y la familia Kushner quieren descalificar mi lucha, tu lucha Andrea, para que el asesino tenga 30 años de cárcel sin derecho a indulto…
Vamos a ser felices, mamita; como lo hemos sido en los 27 años en que me has llenado de alegría y de rabias (…), pero nos hemos querido”.
 
PAÍS VIOLENTO
 
Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), Bolivia, junto a Colombia, Perú y Ecuador, son los países latinoamericanos en los que se han detectado más casos de violencia física o sexual contra las mujeres.
 
En Bolivia, 53 por ciento de las encuestadas aseguraron haber sido víctimas de violencia física.
 
En abril pasado, la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH) alertó sobre la crisis del sistema judicial boliviano, y también sobre el “elevado número” de casos de feminicidio registrados en 2014 (105 hasta octubre), además de los prolongados tiempos procesales y las “pocas sentencias” dictadas para castigar la violencia de género.
 
Ambas problemáticas fueron calificadas por OACNUDH como dos grandes fallas en materia de Derechos Humanos.
 
*Este artículo fue retomado del portal de la agencia de noticias SEMLac.
 
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