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Violencia en Colombia: Amnesia histórica y cadena de conflictos

Por la Redacción

Hablar de violencia en Colombia es hablar de historia reciente y de la actualidad, es hablar de conflicto más conflicto sin resolver el anterior, es referirse a la amnesia histórica de todos los sectores políticos armados y desarmados.

Muy rápido pasamos la hoja del libro cuando leemos que el pueblo colombiano fue dividido por los partidos Liberal y Conservador en «rojos» y «azules», para que se enfrentaran en los campos y que el resultado fuese –además de 300 mil muertos– un «pacto de exclusión» firmado en España por los dirigentes de los dos partidos.

Se desconoce si alguna vez ambos partidos expresaron públicamente arrepentimiento, por ese hecho que marcó la vida de un pueblo.

No es suficiente hablar de muertos, que siempre es lo que más conmueve. Ese pacto de exclusión impidió la presencia legal de otras organizaciones o movimientos políticos, e instauró una forma de resolver los conflictos.

Otro producto de ese pacto fue el surgimiento de las guerrillas en los años 60, hijas de la exclusión pero también excluyentes entre unas y otras. Exclusión que contagió a la sociedad, a los individuos y hasta su cotidianidad.

Y cuando el Estado supo que los rebeldes eran una realidad más en el país, dio prioridad a la vía militar para extinguirlos, y así hasta el final de siglo y el comienzo del siguiente. Colombia dividida entre buenos y malos, y en la mejor formación católica, siempre fue necesario un enemigo, un Satanás, o un Tribunal de la Santa Inquisición para castigar los delitos políticos y sociales. A alguien había que acabar, desaparecer, destruir.

Desde el punto de vista político existen coyunturas internacionales, situaciones sociales pero en el caso de Colombia muchos se han detenido en el tiempo y otros no quieren recordar o no pueden hacerlo, y «no recordar es la antesala de la locura», según se afirmó en las Jornadas de Psicoanálisis de la Europa Inacabada, en 1997.

Y esa amnesia ha derivado en las mayores atrocidades: venganzas, ambiciones insatisfechas, masacres, actos repudiables que buscan justificaciones. Se ha llegado a un punto que parece que todos son verdugos y todos son víctimas. La amnesia hace repetir lo olvidado en hechos, pero con los muertos se están llevando el derecho a la memoria colectiva.

La denominada violencia de los años 50 se resolvió con la exclusión de las grandes mayorías que lloraban a sus muertos, luego impusieron las balas por un ejército educado en la guerra fría y en el más puro anticomunismo.

En los 80 por fin se inició un proceso de diálogo con la guerrilla, pero el asesinato de quienes firmaron y el incumplimiento de los acuerdos arrastra hasta hoy la desconfianza. Y los paramilitares que nacieron y crecieron con el amparo y apoyo del ejército, constituyen hoy una guerrilla de derecha alimentada por desertores de las filas insurgentes o de algunos de los que abandonaron las armas.

En medio de todo este caos, se halla inmerso el narcotráfico que corrompe y llega hasta los más recónditos lugares de la geografía y de las conciencias.

No es un panorama sencillo de explicar y menos de entender o resolver. Al 2002 se entró con toda la problemática a cuestas y con un Plan Colombia que militariza las posibles soluciones. ¿Y la soberanía? No es tema de actualidad.

Mientras, la atomización de la sociedad colombiana se evidencia en los miles de muertos, dos millones de desplazados internos, miles y miles de personas que emigran a otros países, cientos de mujeres prostituídas en Holanda, España o Japón, y decenas y decenas de profesionales e intelectuales que huyen del país.

En la búsqueda de soluciones mediante debates y reuniones, nadie propone una nueva sociedad pero sí un fortalecimiento del Estado. ¿Esto es posible dentro de la dinámica actual? ¿Será necesario eliminar a la mitad de la sociedad colombiana, y enviar un número indeterminado de habitantes al extranjero para lograrlo?

       
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