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Voces que no se rinden frente a la pornografía infantil

Por Lydia Cacho/corresponsal

Fue en noviembre del 2003 cuando la valentía de una joven casi niña, de nombre Edith, abrió las puertas para que México comenzara a hablar en voz alta sobre pornografía infantil.

Esa joven declaró y escribió emocionada que se había atrevido a denunciar a su violador porque sabía que el hombre seguía abusando de otras niñas pequeñas, años después de que ella se escapara de su poder. Unas de esas niñas, dijo Edith, eran su propia hermanita y su sobrina, a quienes ella misma llevó a manos del violador, cuando aún estaba bajo su poderoso influjo: una mezcla de amenazas y compra de conciencia a través de la corrupción desde que tenía 13 años, apenas una niña.

Han pasado 1,245 días en los cuales esa valiente joven pidió ayuda, enfrentó amenazas de muerte y ataques de pánico. Fue protegida y ella misma ayudó a las niñas y las madres de otras menores a enfrentar a su enemigo común: el pederasta Jean Succar Kuri, quien las esclavizó y las corrompió a cambio de dinero, de educación e incluso de un cariño paterno del que carecían.

En esos 1,242 días la joven asumió su dolor, ayudó a las autoridades a recabar pruebas, dio una veintena de entrevistas contando su historia, recibió protección, asistencia jurídica e incluso se le ayudó a conseguir un trabajo digno y a entrar a una escuela de música.

Al final, la joven fue alcanzada por los abogados de su abusador, regresó al ciclo de violencia del que había logrado escapar y, finalmente, ya con casi veintitrés años, decidió aceptar dinero de su agresor, e intentó tomar un camino de regreso inexistente. La comprometieron a borrar el pasado, a desdecir una realidad innegable, a desacreditar pruebas irrefutables pero, sobre todo, sin plena conciencia, regresó al ciclo de la revictimización.

Pero ahora no es el pederasta el que está indignado con ella, no. Jean Succar Kuri «El tío Johny» y sus abogados saben bien que utilizar a Edith, la joven que lo denunció (y gracias a las cual se abrió una investigación judicial que reveló una red de pornografía infantil en Cancún) significa lograr vengarse de ella, porque al final si ella se retracta de todas sus declaraciones, ahora que es adulta, será perseguida por la justicia.

La última y más dulce de las venganzas de los criminales es lograr que sus delatores caigan en las trampas judiciales. La joven, como miles de víctimas alrededor del mundo, aceptó dinero que parecía fácil, pero nunca entendió que el dinero no era a cambio de su silencio, sino de su propia condena por haber dicho la verdad hace años, y luego intentar engañar a las autoridades para defender a un hombre que en un video confiesa, frente a ella, cómo viola a niñas de cinco años.

Para defender a la esposa de su abusador, quien en una llamada telefónica grabada por la policía le asegura que tiene en su poder varios videos filmados por su esposo, Succar Kuri, en los cuales Edith aparece teniendo sexo con otras niñas y con el pederasta.

La diferencia entre la primera vez que cayó en las redes de Succar Kuri y esta vez que volvió a ellas, es que ahora sí tenía redes de apoyo, tenía personas que creían en ella, tratamiento psicológico, trabajo, e incluso mucha admiración de gente que la consideró una valiente heroína.

Esta vez si tenía posibilidad de elegir el camino, y lo eligió. La corrupción de menores no termina nunca, fractura la personalidad de las víctimas preadolescentes, les arrebata su brújula moral, les enseña a no confiar en las personas adultas.

Sus efectos dañinos nunca terminan de sorprendernos. Después de todos los mensajes de las autoridades ?comenzando por el propio Presidente de la República- son tan contradictorios, que parece que los poderosos y corruptos siempre ganarán la batalla final, negociando algún acuerdo político, recibiendo alguna promesa electoral, o simplemente por miedo a romper el estatus quo.

EL ANZUELO DE OTRA VIDA

Succar Kuri pagó la escuela de las niñas. Afortunadamente las autoridades tienen las pruebas documentales para demostrar que la administradora del pederasta pagó la escuela de Edith cuando ella tenía apenas trece años. Succar y miles de abusadores de niñas y niños saben bien que hay en el mundo 100 millones de jóvenes que no van a la escuela, de los cuales 60 millones son niñas.

Organizaciones como la Red por los Derechos de la Infancia y Unicef nos ratifican esos datos. Millones de niñas, como las de Cancún o las que EDIAC rescata en La Merced, sueñan con ir a una buena escuela, con tener libros y uniformes bonitos, con vivir una vida digna; y los pederastas usan como anzuelo no sólo los obsequios superficiales, como ropa, juguetes, muñecas o dinero en efectivo, también les venden la ilusión de una educación que sus familias no pueden pagar y que el Estado Mexicano no está dispuesto a darles.

Edith tal vez no lo sepa, pero 4 de cada 10 mexicanos tienen menos de 18 años; es decir, en el país viven casi 40 millones de niñas, niños y adolescentes, de 0 a 14 años, que representan 32 por ciento de ciudadanos. Y los que se encuentran en edad de asistir a la escuela, de los 5 a los 14 años, conforman 22.9 por ciento de la población nacional.

En un ámbito de pobreza y desigualdad se reportaron 130 mil niños robados en los últimos 5 años en México, según Unicef. Y la impunidad sigue ganando la batalla, arrebatándoles a las niñas y niños una posibilidad de futuro sano, sin violencia.

SOBREVIVIENTES

Pero las demás niñas siguen fuertes. Ahora las otras víctimas de Succar Kuri tienen quince años, y poco a poco trabajan afanosamente con sus terapeutas para convertirse en sobrevivientes. Ellas vivieron lo mismo que Edith: Succar Kuri invadió sus cuerpos a la fuerza y produjo pornografía infantil con ellas. Y a pesar de la pesadilla, regresan al juzgado, acompañadas de sus madres. Lloran, sí, lloran mucho, y las madres también.

A veces de culpa por no haberse dado cuenta, a veces de rabia y de frustración.

Estas mujeres adultas y menores, no sólo conocen el nombre de Succar Kuri, también reconocen a Mario Marín como un poderoso gobernador que intentó proteger al pederasta, y ellas saben que sigue en el poder, a pesar de las famosas grabaciones. Y sin embargo siguen adelante.

Ellas saben que Edith se dio por vencida, hablan de ello con tristeza, dicen que su madre tal vez aceptó dinero, por miedo, por vergüenza, por hartazgo, o por todos a las la vez. Ellas saben que Succar Kuri tiene amigos poderosos, desconfían de las autoridades, saben que su pobreza es parte del problema. Pero siguen adelante, con la frente en alto.

Día tras día son ellas las voces que no se rinden, las que desde aquél día, hace 176 semanas en que Edith abrió la caja de Pandora de los demonios del edén, llegaron solas al Ministerio Público y se atrevieron a decir «nosotras también» y lo han demostrado.

No todas las víctimas de los explotadores de niñas y niños se salvan, no todas se atreven a enfrentar la vergonzosa revictimización de un sistema patriarcal que pone en duda todo lo que dicen las víctimas de abuso sexual y que hace caso omiso a las evidencias flagrantes de corruptores poderosos.

No todas las madres y padres recuperan a sus pequeñas abusadas. Pero mientras haya dos niñas como Cintia y Paulina, que son capaces de sonreír al ver la fotografía de Mario Marín en un periódico y decir: «Ojalá y lo encarcelen con Succar y Kamel».

Mientras haya niñas valientes que se atreven a sentarse ante los Magistrados de la Suprema Corte de Justicia y cuenten el daño que Succar Kuri y sus cómplices les hicieron. Niñas que al salir sientan honestamente que son las primeras niñas abusadas escuchadas por el más alto tribunal en la historia de su país, y que están abriendo las pesadas puertas de la impunidad y el silencio a la justicia, para que se investigue al abusador, a los proxenetas, a los usuarios y facilitadores de estas redes; mientras ellas sigan, nadie, ni hombres ni mujeres adultas tenemos derecho a rendirnos.

07/LC/GG

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