«Ya no me pegue amá, por favor mamacita ya no, ¡Papá me va usted a matar!» Ruidos de golpes, muebles que caen, cueros que truenan, gritos que nos alertan.
En barrios pobres, en departamentos de interés social, en viviendas de clase media, en colonias residenciales, en la calle, en los transportes públicos, en los parques, la violencia contra los niños y niñas es una constante que preocupa, escandaliza pero que se resuelve en la inercia, nadie sabe y nadie supo.
Predomina la frase lapidaria: «prefiero no meterme, como no quiero que se metan en lo mío». Así la vida se pasa. Cada golpe, grito o violencia sicológica que recibe un pequeño es una crueldad que dará paso a un tipo de conducta cargada de resentimiento y a veces de venganza.
Los hombres y mujeres del mañana, del mañana que necesita México, están siendo maltratados por sus seres queridos, por adultos que en apariencia son de toda su confianza.
Nuestra infancia corre peligro grave en algunos casos, en otros el riesgo reside en lo que se va anidando dentro del dolor y el miedo.
Los niños están indefensos, a los niños nadie les cree o se opta por no creerles a cambio de conservar la comodidad o la supervisión de los adultos.
Es verdad lo que dicen los anuncios de la campaña en contra del abuso de menores; a ellos, a los pequeños no se les olvida, nunca lo olvidarán, no pueden perdonarlo ni al culpable ni a sus cómplices.
Necesitamos penas más severas, protección absoluta del menor, fe o privilegios a la palabra de las víctimas, indagaciones certeras a todos los posibles involucrados, apoyos y terapias especializadas en los casos y con prevención de conductas delictivas en el futuro.
Si tu hija o tu hijo denuncia, en principio créele, luego vuelve a creerle y por último no te canses de creerle hasta que agotes toda posibilidad de error o fantasía.
Piensa dos cosas; posiblemente el chico fue amenazado si abría la boca, puede decir algo, no todo o no tal como ocurrieron las cosas para su defensa en el muy probable caso de no ser creído.
Segundo, piensa, imagina, sospecha, desconfía y por diez minutos vuélvete tu hijo o hija, recibe la paliza, hazte víctima de acoso sexual, enciérrate en el clóset oscuro, báñate con agua helada y pincha tus brazos y cuerpo con alfileres diminutos y punzantes.
Después de esto denúncialo a las autoridades. Haz justicia. Pon a salvo a tus hijos. No permitas que nadie les desgracie la vida. No seas cómplice.
2003/MG/MEL
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