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La erotización del cuerpo Segunda y última parte

Por Argentina Casanova*
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Erotizar la dominación es sublimar el control sobre el cuerpo de las mujeres, erotizar el subyugamiento es romantizar el sometimiento, erotizar la violencia es alentar la violación y el feminicidio desde una estética de la violencia que mitifica al agresor al convertirlo en héroe, el que se atreve y hace del crimen un “arte” que se reproduce en el cine, la publicidad y los videos.

Basta encender la televisión, sintonizar canales de música, abrir una revista para encontrar una imagen en la que se vende un perfume con una representación de la violación en grupo, o hacer de la imagen perfectamente cuidada por estética de una mujer “encajuelada”, a convertirla en publicidad de un bolso.

Los músicos con sus videos de mujeres que son dominadas violentamente, porque en el imaginario colectivo las mujeres desean ser violadas, y no sabemos si es o no una realidad, que exista o no como idea, ya que es en medio de una erotización de la sexualidad violenta que ésta se convierte en una posibilidad  del placer incluso para el imaginario femenino.

El castigo, los golpes, la dureza, son los lugares comunes sobre los que se construye la noción del placer femenino, porque “en el fondo todas desean ser castigadas”, niñas buenas que son violentadas, niñas malas que merecen castigo, arquetipos de seducción tejidos desde un ordenamiento de logos patriarcales que son al mismo tiempo los únicos códigos dentro del orden simbólico de las propias mujeres.

Erotizar el subyugamiento implica la construcción, en el imaginario colectivo de una metáfora del alcance del placer de quien ejerce la penetración como un sinónimo del subyugamiento, de ahí que socialmente los hombres penetrados sean “subyugados”, el mito de la pasividad en relación con ser penetrable y en consecuencia pasar a ser el subyugado por un subyugante, con toda la carga social que eso implica.

Subyugar no tendría sentido en una sociedad en la que ser el subyugante no estuviese imbricado de poder y control, subyuga quien penetra, quien posee el miembro, pero también quien lo utiliza como instrumento sobre otro cuerpo y es por sí y para sí mismo impenetrable. Basta recordar la idea de ser rajadas para las mujeres y la construcción patriarcal en torno a que los hombres no son “abiertos” ni rajados.

Pero también, por otro lado, el más complejo es que en la sique femenina se tenga placer a partir de la posición subyugada. ¿Y cómo no íbamos a entenderlo así? en una sociedad en la que desde pequeñas el mensaje alrededor y en los modelos de placer y erotismo se basan en la idea de que ser subyugada-cosificada es placentero y produce placer.

Las consecuencias, tienen su origen en que como ha dicho Guillermo Weiz, “el hombre concibe una sexualidad imaginaria para la mujer, el cuerpo imaginario de la mujer se reduce a un objeto que solo sirve para motivar las fantasías sexuales de un observador masculino. (…) No obstante, está escrita una intención que no disimula la hostilidad y el odio masculino contra la mujer. En la pornografía se deshumaniza y falsifica a la mujer. Se deshumaniza al presentarla como un objeto y se falsifica al sugerir que la mujer experimenta placer al ser maltratada y humillada.”

Al ser el hombre la medida de los códigos y quien dicta el “orden simbólico”, quien dicta una forma de entendimiento del conocimiento, hace parte de este dictado el entender que el subyugamiento representa una forma de objetización, se “inventa” a una mujer que disfruta no solo la dominación, el subyugamiento y la violencia sino que es así como es ser mujer.

De ahí, que un primer paso sea tomar conciencia de que ese discurso, ordenado a partir de una comprensión patriarcal de lo simbólico, del conocimiento. Pero no queda ahí, ni puede detenerse ahí la reflexión avanzada y pensada por y desde un pensamiento crítico feminista, sino que debe atreverse a desarmar y desarticular todas las creencias que se nos presentan incluso como discursos alternativos o transgresores que solo validan estas formas de pensamiento.

Desconfiemos, sí, desconfíemos de todo y hasta de nuestras propias ideas, de nuestras creencias y argumentos, desmontemos nuestros propios argumentos para defender la dominación, el subyugamiento y la violencia que se travisten de discursos progresistas a favor de la prostitución, la pornografía, la violencia sexual y la violencia erotizada, la estetización de la violencia, el seudo erotismo que violenta, y es que solo así podremos dejar de ser las “hijas de nuestro tiempo”.

De lo que se trata es aprender a reflexionar, no desde nuestras posturas ideológicas, contextos o realidades, porque eso es lo que se espera de nosotras, que seamos sanas hijas de nuestro tiempo patriarcal y nos limitemos a hacer críticas superficiales y al final terminemos comprándonos los discursos que el patriarcado nos ha vendido como alternativos y contestatarios, para estar a la moda y en contra no solo de la mojigatería sino a favor de esos discursos de violencia contra esa “cosa llamada mujer”.

Ya otras identidades tendrán por delante el reto de representante a sí mismas y no a lo que el patriarcado ha moldeado para llamar mujer, no la muñeca plástica sexualizada, dispuesta, abierta, cosa-cuerpo de características y sensaciones dictadas por y desde el patriarcado.

No. Las mujeres reales no somos así, no somos la caricatura que ha sido dibujada por el patriarcado. Apenas estamos haciendo nuestro propio trazo para descubrirnos a nosotras mismas.

* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche

18/AC

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