El espectáculo debe seguir, «the show must go on», y qué mejor instrumento que la televisión. El circo de imágenes que adormece conciencias y encubre verdades continúa, incorpora novedades para mantener la expectación. Tras dos meses de destrucción bélica, sin ningún criterio humanitario, se desarrolla el desenlace de una venganza dirigida por el gobierno prepotente de George W. Bush.
Aunque las personas receptoras del espectáculo reconozcan el enfoque de la manipulación, la aceptan pasivas. El Pentágono logra el resultado esperado: el silencio y la inmovilidad de la ciudadanía que observa como inevitable el irrespeto a la vida humana, y como un mal necesario la subvención a ciertas fuerzas con tal de acabar con su enemigo principal.
Las maldades del terrorismo se han reproducido hasta el cansancio. La más difundida es el anuncio de una guerra química. La más reciente es una confesión grabada en video. A las risas del maldito, las balas se justifican.
Próximamente habrá otra primicia, escenas en las que los «buenos» de esta historia presentarán el fin de los «malos», cuyo fin celebra en una nota dirigida a este diario una persona que firma R. Nadalini, y que aseguró «es lo que se hace con un animal rabioso, hasta que se le destruye deja de esparcir la enfermedad».
Para ampliar el panorama de dicha persona, como la de muchas otras, quienes justifican la destrucción de todo un país con tal de asesinar a un enemigo o bien califican de «salvador» a quien protege a fundamentalistas pro yanquis, cabe mencionar informaciones –ocultas del circo manipulado– provenientes de la agencia de noticias mexicana CIMAC.
El gobierno de Estados Unidos apoya a militares afganos acusados de violar los derechos humanos. Tal es el ejemplo de Haji Muhammad Muhaqqiq, uno de los integrantes del gobierno de transición que asumirá el cargo el 22 de este mes.
Muhaqqiq es uno de los líderes del Partido Islámico de la Unidad (Hezb-i Wahdat), cuyas fuerzas armadas fueron acusadas por la Cruz Roja de realizar ejecuciones masivas, torturas y secuestros, además de violar a mujeres. Asimismo, respalda a castrenses mujaidín, autonombrados «guerreros de dios», quienes en 1992 además de asesinar y violar a cientos de afganas, secuestraron a otras para hacerlas esposas de sus soldados. De acuerdo a informes de Amnistía Internacional, algunas se suicidaron para dejar de ser esclavas sexuales.
La Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganas (RAWA, por sus siglas en inglés) señaló en varias oportunidades que lo único que diferencia a los talibanes de los integrantes de la Alianza del Norte es la barba. Ambos ordenaron a las mujeres cubrirse de pies a cabeza, prohibieron la transmisión de música y destituyeron a conductoras de la televisión.
«Estados Unidos tendría que haber aprendido ya lo que supone apoyar fundamentalistas, nada va a cambiar con el asesinato de Osama Bin Laden, surgirá otro fundamentalismo», manifestó una de sus representantes, Zoya Azdi, quien aseguró que la Alianza del Norte hace nueve años convirtió la Universidad de Kabul en un frente de guerra, «violó a nuestras madres y abuelas».
Ojalá y sirvan estos reportes para ampliar el marco de información del público receptor del espectáculo bélico estadounidense, y así acabar con la pasividad.
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