Los partidos políticos, publicistas y gobiernos nos dejan la basura. Aun estipulando que después de las contiendas electorales las bardas, panfletos y espectaculares deben ser retirados o pintados de blanco, eso no sucede. La autoridad municipal no se ocupa en su totalidad de recoger y enmendar el daño causado por la propaganda y somos la ciudadanía la que sufrimos todos los días (y lo que se acumula cada vez) la basura.
Por si eso fuera poco, nuestro cielo no sólo está contaminado con sustancias tóxicas que convierten en veneno nuestro aire, además no hay espacio visual que no tropiece con un anuncio. No sé lo que opinarán las autoridades, pero los que tratamos de vivir en esta ciudad estamos hartos de toda clase de contaminación especialmente con la que otros lucran a nuestras expensas.
Lo peor de todo es que ahora también las carreteras están siendo invadidas de carteles que nos impiden ver los árboles y las montañas. ¡Basta! No podemos tolerar que se violen nuestros derechos, sí derechos, tenemos derecho a la vida sana, a contemplarla en nuestros bosques, ríos y calles.
¿Acaso, nadie piensa legislar y condenar la ocupación de nuestra vista? No deseo ver la propaganda de nadie, ni el producto de tal o cuál compañía, deseo poder observar, aunque sea pocas veces, los volcanes, el color del cielo y el frescor del campo Quieren socios comerciales de primer mundo pero no lo somos. Lo feo que vemos, lo que no nos gusta, el tianguis espacial, puede evitarse y en su mayoría se exhibe de manera ilegal y con prácticas de corrupción. Toda basura aleja al turismo, la inseguridad y la falta de instituciones que hagan valer las leyes desanima a los inversionistas extranjeros.
¿Por qué nos obligan a ver un anuncio (o cientos de miles) si no queremos verlos, nos oponemos rotundamente a que se viole nuestra libertad visual? Si el gobierno cobra por los permisos de anuncios, demandemos el pago correspondiente por la reparación del daño. Eso es precisamente lo que sucede en los países del primer mundo.
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