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El valor de la trascendencia

Por Marta Guerrero

«Viendo el homenaje de mis hijas a mi único hijo entendí que un hijo merece la gratitud del padre por un solo día de existencia en la tierra» dice Carlos Fuentes en su nuevo y espléndido libro «En esto creo» de editorial Seix Barral. Como se recordará, el hijo del escritor murió; pero en tema aparte yo les recomiendo ampliamente la grata e inteligente lectura de las creencias de Fuentes, incluso para niñas menores de edad, no se precisa de tutores inteligentes y con críterio o cultura.

Coincido con el escritor mexicano: un hijo o hija es uno de los eventos de la vida que debemos agradecer. Más aún, con los hijos de nuestros hijos se asegura nuestra trascendencia. A los nietos los queremos antes, desde el principio, pues nuestros hijos ya nos enseñaron los modos del amor filial.

Los padres deseamos hijos perfectos de los cuales sentirnos orgullosos; si el hijo falla sentimos que somos nosotros los que nos equivocamos. Le exigimos que sea mejor, que se nos parezca, incluso que nos supere pues es la mejor autojustificación que tenemos; es nuestra dispensa, el ajuste de cuentas: «Mi hijo (o hija) logra lo que yo no pude porque tiene mis genes, pero además cuenta con mejores recursos y métodos con tecnología de punta, que en mi época no se conocían.»

En cambio, un nieto o nieta no necesita demostrar nada ni tampoco superar a los abuelos, por la sencilla razón de que nacen con un ampliado pase de solvencia, que incluso el tiempo se encargará de obviar.

Los nietos son un orgullo a priori y un cúmulo de posibilidades sin facturas expeditas de responsabilidad. Por eso los abuelo se dan el gusto de malcriarlos.

Pero un recién nacido, una maravilla, tiene la vida por delante, años que quizás no nos toqué conocer. Cuando mi nieto tenga setenta años yo habré muerto y él estará a las puertas de un nuevo siglo… ¿Quién sabe? , tal vez para entonces la expectativa de vida sean los cien años.

Mi nieto acaba de llegar al mundo: se prohibe fumar, contaminar, las guerras, la desigualdad, la injusticia, la miseria y sobre todo el hambre y la tristeza. Decía Borges que dos cosas nos ha legado el cielo: ser justos y ser felices. Adecentémonos y, por favor, arreglen lo más que puedan; ya nació Maximilian Notholt Altamirano.

       
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