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La maternidad sobre todas las cosas del mundo: Juan Pablo II

Por Miriam Ruiz

La maternidad y la virginidad son la mayor realización a la que puede aspirar una mujer, concluye Juan Pablo II en su más importante producción relacionada con el mundo femenino: carta apostólica Mulieris Dignitatem (La dignidad de las mujeres), donde sin embargo reconoce que tanto ellas como los hombres fueron creados a semejanza de Dios.

El documento, escrito por Wojtyla, originario de Wardowice, Polonia, sobre la dignidad y vocación de la mujer, con ocasión del año Mariano en 1988, resalta que el papel extraordinario de ésta se revela en la madre de Dios o Theotókos.

En su misiva de 26 páginas, Juan Pablo II reconoce la libre voluntad de la maternidad de María, quien aceptó llevar al hijo en su seno, y reitera que «toda acción de Dios en la historia de los hombres respeta siempre la voluntad libre del yo humano».

Tras un acucioso análisis del Génesis y los evangelios, el Papa afirma que las mujeres fueron creadas a imagen y semejanza de Dios, al tiempo que hace hincapié en la naturaleza siempre recíproca del hombre y de la mujer.

Sin embargo, la igualdad del don y el derecho del creador se ve alterada hasta nuestros días por el pecado original heredado, y contenido en las palabras de la Biblia:»Tendrás ansia de tu marido y él te dominará».

Por lo mismo Wojtyla invita a la grey a superar esa mala herencia para evitar que la mujer se convierta en objeto de dominio y posesión masculina, o dicho en otras palabras: para alejarla del aguijón del pecado.

El Génesis, asegura la máxima autoridad católica en su carta apostólica, esboza el «carácter esponsal de la relación entre las personas sobre el que se desarrollará a su vez la verdad de la maternidad y de la virginidad, como dos dimensiones particulares de la vocación de la mujer a la luz de la revelación divina».

La maternidad biológica, siempre «como fruto de la unión matrimonial con el hombre», es la parte más cualificada de la población femenina en el Mulieris Dignitatem.

Si bien la educación del hijo debería abarcar la aportación del padre y de la madre, no cabe duda que la contribución de la mujer es decisiva, concluye la epístola; aunque más adelante ofrece un pensamiento a todas las mamás que sufren en el mundo.

A las solteras, el Papa les ofrece la virginidad como un camino de realización, «porque en esta virginidad libremente elegida la mujer se reafirma a sí misma como persona». Cierto de que la castidad implica renunciar a la maternidad física, el pontífice no obstante asegura que ésta puede ser también espiritual; particularmente para los más necesitados: los enfermos y minusválidos, entre otros.

«La mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás», sentenció Juan Pablo II en la primera década de su pontificado al depositar la dignidad de las mujeres en su fuerza moral y espiritual; dignidad unida a la conciencia de que Dios le confía a las mujeres, de un modo especial, la continuidad y el bienestar de la humanidad: por lo tanto, ella es fuerte por la conciencia de esa entrega.

SOBRE LA CONFERENCIA DE LA MUJER EN PEKÍN

A propósito de la Cuarta conferencia mundial de las mujeres, efectuada en Pekín en 1995, el Papa Juan Pablo II agradece a las mujeres; primero a la mujer-madre «porque te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única».

En segundo lugar, Karol Józef Wojtyla da gracias a la mujer-esposa, por unir irrevocablemente su destino al de un hombre; en seguida agradece a la mujer-hija y mujer-hermana, por sus ricas aportaciones al núcleo familiar.

A continuación le sigue la mujer-trabajadora, «que participa en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, por su aportación a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del misterio y a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de la humanidad».

Finalmente agradece a la mujer-consagrada, fiel al amor de Dios, «a ejemplo de la más grande de las mujeres: la madre de Cristo».

Por otra parte, en la misiva firmada el 29 de junio de 1995, Juan Pablo II condena la desigualdad salarial y las injustas condiciones de la trabajadora madre, al tiempo que pide igualdad de los esposos en la familia y condena la violencia sexual.

Acto seguido, el representante de San Pedro reconoce sin ambages a las mujeres, «que con amor heroico por su criatura llevan a término un embarazo derivado de la injusticia de relaciones sexuales impuestas con la fuerza»; y aprovecha para recordar que la opción del aborto –que desde su punto de vista siempre es un pecado grave– en estos casos es un crimen imputable al hombre y a la complicidad del ambiente que lo rodea.

Como conclusión, el jerarca de la iglesia católica explica a las fieles cuántos motivos tiene la iglesia para que en el ámbito de la ONU «se clarifique la plena verdad sobre la mujer», y se ponga en relieve al genio de la mujer cuya máxima expresión es María y su maternidad.

MÁS MENSAJES…

Otros documentos escritos por Juan Pablo II sobre la condición de la población femenina y la defensa a la vida desde la concepción hasta la muerte –entre más de 70 que reporta la Congregación para el Clero en su página web– son la Carta a las familias, La mujer, educadora para la paz, y Santa Sede: carta de los derechos de la familia.

También Wojtyla escribió la Carta apostólica sobre la ordenación sacerdotal reservada sólo a los hombres y la Declaración sobre la disminución de la fecundidad en el mundo; además de seis mensajes relacionados con la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo en El Cairo, y ocho mensajes enviados desde la santa sede como parte de la Conferencia de la ONU sobre la Mujer en Pekín, 1995.

De su autoría es también el mensaje a los miembros de la academia pontificia de ciencias, reunidos en Roma para su asamblea plenaria: Es necesario frenar la matanza de inocentes avalada por las leyes de muchos estados.

       
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